Opinión

El ciudadano, un sujeto político

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14 de febrero de 2019, 4:00 AM
14 de febrero de 2019, 4:00 AM

Se ha desatado una polvareda de agresiones a la senadora Adriana Salvatierra por el gravísimo delito de que ella o algún familiar tiene una nacionalidad u otra. Es guerra a muerte por la realidad absolutamente aleatoria del sitio en que nació alguien. Han vuelto casus belli y dogma sociopolítico una intrascendente circunstancia.

¿Qué importa dónde nació cualquier persona? ¿Cambia en algo la realidad nacional porque alguien haya nacido a una hora u otra, en un rincón o en otro? ¿Es más verdad lo que dice una persona porque es boliviana o caucásica? ¿Es más correcto lo que uno piensa, según el escudo del papel de su partida de nacimiento? ¿Si su padre ha nacido en Shanghái, en lugar de Santa Cruz, ella es menos persona? ¡Es que puede ser espía chilena! ¿Desde cuándo los espías son de una determinada nacionalidad? ¿Quién es el genio que cree que todos los chilenos tienen una única forma de ver o de pensar? Ni siquiera todos aceptan su frontera con Bolivia.

Es lamentable el nivel de inteligencia con que discutimos nuestras pasiones. Podemos estar en desacuerdo con alguien, pero nunca con el color de su piel, ni con la cultura que tenga, ni con su nacionalidad, ni con ninguna otra circunstancia ajena a su decisión. Podrían lamentar o felicitar su nivel de inteligencia, pero nadie tiene derecho ni siquiera a valorar el lugar de nacimiento de ninguno de sus antecesores. Si se casa o no se casa, si se llama de una manera o de la otra, si nace aquí o allá, si tiene un gusto o el otro, si tiene una fe o ninguna, no nos incumbe. No nos queda más que respetarla y aceptarla como es.

Podemos estar en desacuerdo en todos los niveles. Podemos valorar mejor o peor sus ideas. En ocasiones discreparemos de sus actitudes. En otras nos parecerá inconsecuente. Planteemos nuestras discrepancias y discutamos cuanto haga falta. Pero siempre con respeto a la persona, a su derecho a ser y pensar de manera diferente a la nuestra y nunca será aceptable que por nacer en un lugar o por ser de una cultura o de otra, nos sintamos con derechos especiales que hagan mejores nuestras ideas, ni nuestras opciones. Solamente cuando ya no solo exponga sus ideas, sino que imponga a alguien lo incorrecto o injusto, solo en ese momento podremos juzgar a la persona.

Podemos esperar y pedirle más espíritu crítico. Podemos exigirle que en lugar de defender lo indefendible, contribuya a reorientar a su Gobierno para que de verdad haga libre a nuestro pueblo y que tenga sentido la esperanza. Podemos criticarle que presente al mundo como logros lo que sabemos que son delitos de su Gobierno, como el drama de Chaparina. Puede dolernos que mientras toda su gente alaba y secunda la vaciedad de su gobierno, no contribuya ella a que se enmiende el rumbo. Pero eso no depende de que ella o su madre hayan nacido aquí o allá.

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