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4 de marzo de 2018, 12:37 PM
4 de marzo de 2018, 12:37 PM
En El color que cayó del cielo, uno de los cuentos más emblemáticos de Lovecraft, un meteorito que cae cerca de una granja empieza a producir efectos extraños en la naturaleza circundante: aparecen marmotas y conejos con rasgos alterados que asustan a los campesinos, la vegetación crece exuberante, a destiempo y en insólitas tonalidades, el campo posee un extraño resplandor nocturno y los árboles se mecen en la oscuridad sin que ninguna brisa intervenga. Pronto la familia de granjeros enferma y enloquece y la zona entera adquiere un color grisáceo, para terminar convertida en un erial maldito. Ya en 1927, Lovecraft se las ingenió para narrar lo alienígena evitando el lugar común del extraterrestre como un ser con características humanas, y para esto concibió a la fuerza invasora como una sustancia de color indescriptible.


Es imposible no encontrar las conexiones entre el cuento de Lovecraft y la película Aniquilación, de Alex Garland (basada en la novela de Jeff VanderMeer), que acaba de estrenarse en Estados Unidos y que estará disponible en Netflix para el resto del mundo: aquí también la vida alienígena llega a través de un meteorito que cae en un bosque y que genera un resplandor anómalo, impidiendo la comunicación con los que están dentro la zona. 


De la expedición militar que explora la región solo regresa Kane, un soldado amnésico y enfermo que colapsa apenas encuentra a su esposa, la bióloga celular Lena (Natalie Portman). Luego es la misma Lena quien decide unirse a un nuevo equipo de exploradoras con el propósito de entender lo que le sucedió a su esposo y encontrar una cura. 


Uno de los logros de Aniquilación es el de mostrar la naturaleza como un ente familiar y profundamente ominoso al mismo tiempo: la presencia alienígena tiene el efecto de refractar el ADN de todos los seres vivos del bosque, dando lugar a  criaturas extraordinarias, algunos de sublime belleza como los ciervos con cuernos floridos, y otros aterradores como el monstruoso jabalí capaz de replicar los sonidos de sus víctimas. 

Tanto El color que cayó del cielo como Aniquilación sugieren que lo alienígena no se puede entender sino a través de sus efectos en lo conocido, pero su verdadera naturaleza y sus propósitos nos resultan inaccesibles, una premisa que comparte con la novela Solaris, de Stanislaw Lem.  


El bosque lisérgico de Garland es un jardín de las delicias en el que el contacto con lo Otro no conduce a la extinción, sino más bien a la proliferación de especies mutantes, en donde lo humano está destinado a reconfigurarse en su fusión con otras formas de vida. 


Aniquilación también me hizo pensar en Lobos radiactivos, el documental sobre los efectos del desastre nuclear de Chernóbil de 1986 en la vida salvaje de la región. El área afectada por la explosión del reactor nuclear fue declarada zona de exclusión, no apta para los humanos, y los habitantes fueron evacuados. Los niveles de radiación allí son tan altos que no se puede tocar los huesos de los animales muertos sin usar guantes. A pesar de la toxicidad de la zona, el documental muestra cómo la fauna y la flora han tomado lo que antes fuera la ciudad de Prípiat: los pájaros hacen sus nidos en los edificios de los antiguos pobladores, las plantas florecen dentro de la escuela abandonada y las manadas de lobos, cuya población estaba en declive antes de la catástrofe, han vuelto a adueñarse de la región. 


Paradójicamente, en los últimos 30 años la zona de exclusión se ha convertido en un paraíso para la vida salvaje, dando señas de la enorme capacidad de la naturaleza para adaptarse y regenerarse incluso después de un desastre nuclear de la magnitud de Chernóbil. 


La zona de exclusión es un Edén radiactivo que seguirá prosperando mientras sea capaz de mantener alejado a su principal depredador, el ser humano.
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