Opinión

El arte de Leoni para reforestar el bosque

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26 de febrero de 2019, 4:00 AM
26 de febrero de 2019, 4:00 AM

Son como esas imágenes que uno ve desde la ventanilla de un avión. La geometría ofrece un espectáculo que comulga con varios tonos de verdes, de amarillos y de grises amargos. Desde arriba, uno puede percibir que abajo, más allá de esa armonía de trazos y de pinceladas por la agricultura voraz, los árboles han sido sacrificados y con ellos han desaparecido los pájaros cantores, los refugios de los felinos y las casas naturales de los reptiles y sus lagunas donde antes se bañaban mirando al sol o iluminados por la luna buena.

Leoni Manrique lo sabe. Sabe que cada año en el mundo se desperdician 40 millones de toneladas de alimentos y que ese vergonzoso desperdicio deja millones de hectáreas de deforestación innecesarias. Leoni se pregunta: ¿Dónde está el equilibrio con la naturaleza de nuestros ancestros? Pero no solo hace preguntas. Leoni, sobretodo, pinta.

Ha pintado esos lienzos que, bajo el título de Cuando la geometría llega al bosque, están en exposición desde el miércoles en el Museo de El Altillo de Santa Cruz de la Sierra y que estará hasta el 4 de abril. Una vista panorámica que, a su vez, es una mirada microscópica a los efectos dañinos de la deforestación, una radiografía a cielo abierto de los efectos de la mano dañina del hombre, de su apetito por venderlo y comprarlo todo, aunque no haga falta.

Las pinturas de Leoni se las mira, se las ve, se las observa, se las lee, se las interpreta, se las llora, se las canta, se las admira, se las quiere y, claro, se las extraña, se las sueña y las pinturas de este artista que vive en San Javier, también tocan las puertas del sueño para meterse en él, para navegar en los mares de las pesadillas que es capaz de despertar el arte, la geometría de la sobreproducción, de una postal que desde arriba parece bella, como si todo estuviera en su lugar: aquí van los cuadrados perfectos, allá las líneas que encierran un rectángulo de vientre amarillo, allá el redondo rojo de un tinglado donde reposan las orugas y los tractores y las cadenas que cortan de raíz los árboles frondosos.

Con el dinero se compra todo, menos los cuadros de Leoni. Las pinturas de él echan mano al trueque ancestral. El precio de este cuadro es de 380 plantines de tajibo, de este otro: 390 de jichituriqui, de aquel, otros cientos de alguna variedad que irá destinado a reforestar el Área Protegida Natural Tucabaca en el Bosque Seco Chiquitano que está herido y que, desde la ventanilla de un avión, como en las pinturas de Leoni, queda al descubierto que algo triste está pasando allá abajo.

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