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22 de junio de 2018, 4:00 AM
22 de junio de 2018, 4:00 AM

Las quejas llegan, tarde, pero llegan. Las soluciones tardan y parece que nunca llegan o, si llegan, llegan demasiado tarde, lo que es lo mismo que si no llegaran.

El escape de urea y el efecto nocivo para los peces, animales terrestres y plantas es inmenso. En muchos casos, no solo del momento sino de años y puede perfectamente afectar tanto el ecosistema; podríamos estar hablando de cambios muy radicales y no previstos, desde la desaparición de especies hasta efectos paralelos en las aguas profundas.

No debemos quedarnos tranquilos con esto, con el justificativo irresponsable, de que “como pasa lejos importa”. En este momento, hay demasiadas cosas que están pasando por nuestras narices y les estamos dando la espalda. 

No se trata de ser o no de este u otro lado del espectro político, se trata de ver el mundo que queremos para el bienestar, ya que el ‘vivir bien’ es además un tema constitucional en Bolivia.

La tala de árboles es un crimen ecológico, de la misma manera que los derrames de uno u otro líquido, incluidas las cloacas, es otro crimen ambiental. 

Los ambientalistas, los expertos y los conocedores deben estar, ahora mismo, con las narices en las aguas de Bulo Bulo.  
Sabemos que la urea es un fertilizante muy nocivo para el medioambiente y esto está demostrado; más aún cuando los residuos del proceso de producción de esta sustancia se escapan, entonces el daño es mayor.

No hagamos lo de los chinos, que por ganar unas toneladas más de arroz, al matar los pájaros, en una campaña de: “más arroz para el pueblo”, quedaron casi sin ese grano en la cosecha siguiente. No habían estudiado que los pájaros también comen animales voladores y rastreros, que se mantienen en un ecosistema balanceado. Los chinos tuvieron que importar pájaros para arreglar el desnivel ecológico creado.

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