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9 de mayo de 2019, 4:00 AM
9 de mayo de 2019, 4:00 AM

El Referéndum del 21 de febrero de 2016 marcó un antes y un después en la coyuntura política reciente, pues ha sido un factor detonante de la ya existente crisis institucional de la democracia. La iniciativa de convocar a referéndum fue del partido de Gobierno y el propósito, viabilizar la cuarta postulación del actual presidente; pues ante la restricción constitucional para la segunda reelección continua, decidieron consultar abiertamente a la población sobre la modificación de un artículo de la Constitución que logre suspender esta restricción. El rechazo se impuso con el 51,3%, lo cual significaba legalmente la inhabilitación para la repostulación.

Esta fecha ha quedado grabada en la memoria de los bolivianos, y desde aquel momento la sociedad se fue alineando en dos posiciones: por un lado, quienes defendieron a ultranza los resultados de ese evento y exigían el respeto al voto; y en la otra orilla quienes lo denominaron como “el día de la mentira”, rechazaron sus resultados y forzaron, años más tarde y mediante otras estrategias, la tan discutida repostulación presidencial.

La bandera del 21-F se mantuvo vigente porque distintos sectores sociales y ciudadanos le dieron vida y aliento permanente a través de formas de ejercicio político poco convencionales. Para comenzar, las redes sociales, se convirtieron en escenarios de expresión y visibilización del tema a través de la creación páginas y grupos en Facebook sumando seguidores y acrecentando su difusión; del mismo modo mediante Twitter o WhatsApp proliferaban los mensajes, al mismo tiempo que se utilizaron como instrumentos para la organización y la autoconvocatoria a movilizaciones en las calles.

Durante estos años, varias fechas emblemáticas lograron volcar a la población a la protesta callejera, en ocasiones a bloqueos o incluso a huelgas de hambre. Esto sucedía con cualquier pretexto: los 21 de febrero de cada año; el 10 de octubre, como día de conmemoración de la democracia, los momentos en que se tomaron medidas que vulneraban nuevamente el resultado del referéndum, como el fallo del Tribunal Constitucional, entre otros, trasladando de las redes a las calles el sentimiento de rechazo e indignación. Por supuesto, las calles, y en menor medida las redes, también han sido un escenario de defensa de la posición del gobierno de insistir en la repostulación, mediante movilizaciones masivas propiciadas por la Conalcam.

¿Por qué hablamos del emblema del 21-F en tiempo pasado? Porque la fuerza del 21-F, como elemento de interpelación a la sociedad, ha perdido vigor y se ha ido diluyendo, en la medida en que el partido de Gobierno ha logrado finalmente consolidar la repostulación de Morales mediante la habilitación por parte del Tribunal Supremo Electoral del binomio presidencial para las elecciones primarias realizadas en enero. Desde ese momento, la demanda como tal perdió sentido y razón de ser, y las plataformas ciudadanas se enfocaron en apoyar a algún candidato o se orientaron a las problemáticas cotidianas habituales.

Sin embargo, todo lo sucedido desde aquel acontecimiento ha ido generando un clima de malestar y desconfianza ciudadana respecto a la administración de la democracia y las instituciones, una suerte de construcción subterránea de un ‘nosotros’, que no tiene forma específica pero sí el potencial de activarse frente a un discurso equivocado, una señal de abuso, una torpeza o la insistencia en pasarse por alto las marcas rojas puestas por la democracia y los más elementales derechos. Nada cae en saco roto, ésta fue una alarma que el Estado no puede ni debe ignorar hacia adelante.