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26 de junio de 2018, 4:00 AM
26 de junio de 2018, 4:00 AM

El 21-F se ha convertido ya en un referente y en una causa de lucha –en una desgastada democracia– que reedita la demanda popular de 1977, cuando un puñado de mujeres mineras se enfrentaron a la dictadura banzerista exigiendo elecciones libres, y de los movimientos populares que, en los golpes de 1979 y 1980, se colocaron al frente de los tanques y fusiles para exigir el retorno a la democracia, conculcada hasta entonces por las dictaduras militares.

Su fuerza imparable, que se extiende en cada ciudad del país, no tiene que ver con una consigna partidaria ni con una estrategia electoral, sino con los principios y con las convicciones, algo de lo que carecen los gobernantes de hoy, pero que forma parte de la esencia del pueblo. La demanda de respeto y obediencia a la voluntad de los bolivianos, expresada mayoritariamente el 21-F, no se olvida con el tiempo ni con los grandes espectáculos circenses, los escándalos distractivos ni la prebenda.  Bolivia dijo No y para el pueblo ‘No es No’, sin ambages, sin segundas opciones y sin mañosas alternativas.

El 21-F les duele a los poderosos, porque nace de la gente; porque las trampas y las triquiñuelas no se pueden ocultar; porque los números del referéndum no se borran y porque quienes levantan esas pancartas son gente común, pueblo, ciudadanos que se saben soberanos, que no están dispuestos a aceptar el engaño del Tribunal Constitucional ni el silencio cómplice del Tribunal Supremo Electoral.

Los discursos y promesas vacías, y la ilusión del futuro promisorio, ya no pueden detener al pueblo, que exige respeto a su decisión.  Por eso, las fantasías de las grandes inversiones, los proyectos faraónicos, las fotos con Putin o Jinping, los viajes a La Haya o el tren bioceánico, ya no pueden convencer a los ciudadanos que la Constitución puede ser violada por la ambición del poder.

Como hoy, durante la dictadura banzerista también había crecimiento económico y sensación de bienestar; también las clases medias vivían con la idea de una bonanza duradera; se construían edificios y carreteras; se realizaban eventos deportivos ostentosos y se hablaba de estabilidad social y política. Pero nada de eso, ni la lealtad de sus (no pocos) adherentes ni el poder de sus armas, ni sus recursos inagotables, pudieron detener la fuerza de la gente que le gritaba al dictador: ¡No...!

La obstinación de los bolivianos por la libertad y la democracia es algo que, quienes detentan el poder, no quieren comprender; en parte porque
ninguno de los gobernantes de hoy enarbolaron jamás sus principios ni lucharon por ella. Llegaron a la vida política a combatir a los gobiernos de turno cuando ya vivíamos en democracia y, gracias a ese legado, se encumbraron en los más altos niveles de dominio que hoy usufructúan.
Por eso, asumen que el poder (que el pueblo les transfirió circunstancial y temporalmente) es un regalo que no los obliga y que deben mantener y reproducir a como dé lugar, sin importar las formas ni las consecuencias, desconociendo incluso la soberanía de ese pueblo que les dio el privilegio de servirlo.

La estrategia del Gobierno para legitimar la re-repostulación está cayéndose a pedazos porque se basa en el embuste y el cinismo. Por eso, hoy acuden a la descalificación, al insulto y la amenaza, el mismo protocolo del “testamento bajo el brazo” que siguieron los dictadores.  
Lo que no saben es que la decisión del pueblo, así como no se puede burlar, tampoco se puede negociar. Podrán atacarnos, perseguirnos, hostigarnos y hasta más. Pero no podrán detener la fuerza de quienes no tolerarán que, los que pretenden atornillarse en el poder, pisoteen la Constitución y se burlen de la decisión clara y rotunda del 21-F.

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