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11 de diciembre de 2017, 6:16 AM
11 de diciembre de 2017, 6:16 AM

A estas alturas, el presidente Evo Morales podría estar arriando las banderas reeleccionistas y comenzando una preparación serena para apartarse del poder que ha ejercido durante casi 12 años. La mayoría de los analistas cree que esta sería una actitud dictada por la razón. Si no estuviere en ese camino, se abriría un período de tensiones, con riesgos para la estabilidad vivida por el país todos estos años. 

Dos referendos consecutivos avalan esa perspectiva, inclusive un tercero, el que puso en vigencia la actual CPE en 2009. La historia boliviana reciente es pródiga en ejemplos que ilustran sobre las consecuencias de permanecer con las riendas del país en contra de una voluntad popular que se manifiesta mayoritaria. Las objeciones a la pretensión se han generalizado y nada indica una inflexión de la tendencia que dio más del 50% a la votación nula y superó los dos tercios con los votos en blanco. Nadie podría dudar de que este resultado expresa una decisión contra el reeleccionismo y contra la curiosa manera de elegir magistrados para administrar la justicia.   

La Iglesia católica tuvo un mensaje inequívoco que el Gobierno habría preferido no escuchar. El mensaje proclamó: “Sin respeto a las leyes no hay democracia” y subrayó que los obispos no pueden callar ante la sentencia del Tribunal Constitucional que dio luz verde a la reelección indefinida y abonó a la hoja de vida de los supremos magistrados uno de los fallos más repudiados de la justicia nacional. En un país con mayoría de católicos, eso podría tener un peso determinante. 

A una semana del fallo pro-reeleccionista, la decisión del Tribunal de Justicia había ganado el más amplio abanico de críticos del que se tenga memoria reciente. Pocas veces, oposición, grupos juveniles espontáneos e instituciones cívicas estuvieron tan sintonizados en una visión sobre qué es lo que no quieren. Ante el anuncio de manifestaciones de protesta e incluso paros cívicos durante la semana que comienza, no estaba claro si los magistrados resistirían la presión de la opinión pública, menos aún de un repudio como el pronunciado por los obispos en días previos a la Navidad.

Si el presidente abandonará la vía reeleccionista y si los jueces desoirán el veredicto ciudadano, eran cartas en una mesa de apuestas voluminosas. La situación del Gobierno parecía retratada en un dicho popular sobre situaciones imposibles: Si corro, la fiera me alcanza, si no corro, me come.

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