Opinión

Devaluación de la palabra

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1 de octubre de 2018, 4:00 AM
1 de octubre de 2018, 4:00 AM

La mentira dicha por altas autoridades ha logrado mantenerse a pesar de los esfuerzos por sofocarla. Estos días, Santa Cruz ha sido escenario de bataholas que tienen como raíz la devaluación de la palabra y el sentido del compromiso.

La afirmación del presidente de que si perdía el referéndum del 21 de febrero de 2016 retornaría a su hato de coca en el Chapare, seguida de su decisión de ir nomás a la re-re-re pese a haber perdido, ha dañado la palabra presidencial y ahora, en temas de elecciones y respeto al voto, resulta difícil creerle. Lo que, con los anuncios de una ley antimentira en ciernes, refuerza la sensación de estar a las puertas de un harakiri monumental.

La inconsistencia de la palabra de las autoridades parece una plaga que excede fronteras. Hasta mayo, registros de la prensa estadounidense asignaban a Donald Trump 6,5 mentiras o falsedades por día. Quienes en estos tiempos negocian con Estados Unidos y su presidente deben incorporar entre las variables de sus conversaciones la posibilidad de lidiar con mentiras. Otro tanto ocurre con países cuyos líderes llevan en la conciencia popular el mote de mentirosos.

En Bolivia no hay censos de mentirología ni mentirómetros. Los medios suelen detectar solo imprecisiones y mentiras que con más fuerza llegan al público. La del no acatamiento del veredicto popular del 21-F ha sido tan vigorosa que no ha perdido ímpetu, pese a la denuncia del propio jefe del Estado de que se trató de una conspiración para avasallar un supuesto “derecho humano” a la reelección indefinida.

Esa incredulidad hacia la voluntad de las autoridades de acatar la voluntad ciudadana explica mucho de las protestas que han plagado las jornadas cívicas del departamento.

Nada indica que las tensiones cederán pronto para dar lugar a una atmósfera de civismo. Al contrario, todo apunta a su recrudecimiento atizadas por la creencia de que en el país se han instalado segmentos cautivados por la tentación totalitaria y reacios a ceder el control del Gobierno por vías democráticas.

Está a la vuelta de la esquina un aniversario más de las jornadas de la recuperación de la democracia en 1982 y ya están en cartelera actos que reforzarán el antagonismo entre quienes no creen en el mandato supremo de un referéndum y los que lo defienden.

Es fácil concluir que hay un ambiente incandescente agravado por la desconfianza hacia los operadores de justicia, algunos percibidos como delincuentes en potencia. Puede ser el momento de una inflexión para revaluar la palabra y conferir confianza hacia la justicia.

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