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Despedida con sabor a hiel

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31 de diciembre de 2017, 6:27 AM
31 de diciembre de 2017, 6:27 AM

Los bolivianos vamos a despedir 2017 con sabor a hiel, aun cuando a lo largo de este año no faltó una que otra buena noticia o logro para celebrar. Un sabor amargo provocado sin reparo alguno por un Gobierno al mando de una cúpula obstinada en imponer su lógica de poder absoluto y eterno, alimentado también por otras cúpulas serviles a ella, a las que poco les importan las reglas democráticas, las libertades compartidas y menos aún la vigencia plena de los derechos humanos en beneficio de todos. Una hiel a la que suman tragos amargos los encargados de administrar justicia, los avivados que pescan en río revuelto y los que abusan del cinismo y de la violencia en casa y fuera de ella.


Ha sido un año difícil. Duro de lidiar con las adversidades. Problemático y febril, como dijo Gardel en Cambalache. Pudo ser diferente, sin duda, pero la mala voluntad se impuso a cualquier buen deseo. La sinrazón le ganó varias partidas al sentido común. Y lo peor: fue todo con premeditación y alevosía. Pero lo más preocupante no es todo lo que ya pasó, y sí el “legado” que tantos absurdos y atropellos cometidos en 2017 dejarán para 2018. Los abusivos de arriba y sus acólitos han comenzado a hacer escuela en sectores vulnerables de la sociedad boliviana, a los que usan para rellenar sus discursos cargados de arengas de odio y de promesas que saben de antemano que no cumplirán. 


Literalmente, han sembrado vientos con la clara intención de provocar tempestades. Bien saben que no pueden vivir en paz, que la convivencia en armonía con el otro amenaza sus intereses sectarios, y que, por tanto, necesitan del conflicto y del caos, de la confrontación y del odio, para imponer su mando único, su reino eterno. No dudarán en reforzar esta apuesta en el año que ya se inicia. Han preparado el terreno para ello y están sobornando y chantajeando a diestra y siniestra. Ya sabemos que carecen de escrúpulos y que les sobran serviles, además de tontos útiles. Una verdad que vale tanto para los que mandan desde el centro del poder político, como los que lo hacen desde las periferias. 


Mi mirada hacia 2018 es catastrófica, cierto. Pero no está cerrada en lo inevitable. Sé que los giros son posibles, que el desastre puede ser predecible y, por eso mismo, evitable. Sé que es verdad eso de que la esperanza es lo último que muere. Creo firmemente que hay una fuerza superior, amable y poderosa, capaz de trastocar todo. Si no fuera así, jamás hubiéramos llegado, como humanidad, a ultrapasar siglos de barbarie y de guerras. Hablo de una fuerza sobrehumana, que está más allá de nuestra mirada, pero también de otra fuerza íntima, humana, la que nos mueve cada día, la que nos saca del letargo y del hastío para devolvernos a la vida, al amor, a la alegría.


Una fuerza que no depende de nadie más que de cada uno de nosotros para manifestarse y estallar en rebeldía, en voluntad de ganarle a la muerte en vida, en determinación para frenar los abusos y a los abusivos. Algunas muestras de esta fuerza han tomado las calles de las principales ciudades de Bolivia, expuestas en voces de jóvenes y de mujeres. Voces que han llegado por montones, pero también otras surgidas en apenas un par de bocas, pero con una potencia estremecedora, capaz de hacer milagros. Voces no siempre bien recibidas por quienes le temen al grito callejero, más que a la voz de los mandamases de turno. Voces de resistencia y de lucha, a las que tendremos que darles oído.


Preveo que no será fácil librar estas batallas, ni ganar con esas voces de rebeldía a las que vomitan los abusivos de toda laya. Pero, ¿qué meta se alcanza sin sacrificio, contratiempo o adversidades? Por eso creo que urge estar atentos, en alerta, en apronte, movilizados y con determinación renovada a diario para evitar que el sabor a hiel impregnado en este fin de año se propague a lo largo de 2018. Es una tarea común, general, y no apenas de un puñado de personas que hoy están arriesgando el pellejo por todos. Pienso en la COB, en los trabajadores y profesionales de salud, en los universitarios y algunos otros civiles que no han dudado en sacrificar sus festejos de Navidad y Año Nuevo para estar en una lucha que debe ser de todos.


Que la miel le gane a la hiel en 2018. Que nuestras ganas de seguir viviendo en libertad y ejercitando plenamente nuestra ciudadanía sean más poderosas que cualquier intento de poder absoluto por parte de la cúpula que sea. Que el sentido común venza siempre y se sobreponga a todas y cualquier sinrazón, venga de donde venga. Que la sinceridad pueda más que el cinismo. Y que el amor, ¡ay, el amor!, destierre al odio.