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3 de octubre de 2018, 4:00 AM
3 de octubre de 2018, 4:00 AM

Luego de 98 años, se desmoronó, lógica y jurídicamente, el proyecto geopolítico de “reivindicación marítima boliviana”, en el que, mediante argumentos sesgados, la élite paceña logró comprometer al país entero, convirtiendo las discusiones sobre el supuesto derecho boliviano a un “acceso soberano al océano Pacífico” en un tema de “amor” (si se lo apoyaba) o de “traición” (si se lo rechazaba) a la patria; proyecto que buscaba preservar la importancia estratégica de La Paz como lugar de paso de la economía boliviana.

Todo empezó en 1920, cuando Bolivia es motivada por Perú a exigir la devolución de Antofagasta ante la Liga de las Naciones, apoyando a Lima en su demanda similar sobre Arica, Tarapacá y Tacna. La élite paceña decidió olvidar que se había firmado en 1904 un tratado de paz entre ambas naciones, que incluyó, como parte de la compensación chilena, la construcción de una ferrovía que benefició a La Paz, ciudad que 5 años atrás se había impuesto como sede de Gobierno. Se aseguraba de que su condición seudofronteriza pase a segundo plano, al ser paso obligado de la mercadería boliviana hacia y desde el Pacífico, desde el puerto de Arica.

Desde La Paz se fue construyendo un discurso reivindicativo que en los 60 gana impulso por el desvío del río Lauca y el debilitamiento del peso económico de la sede de Gobierno. El traslado de las fuerzas económicas al oriente forzó a la élite paceña a aplicar mecanismos que neutralicen el decaimiento de su región, aprovechando el poder político de ser sede de Gobierno. Se destaca el forzar a Arica como potencial futuro puerto boliviano, aun a sabiendas de que tal estrategia implicaba incorporar a un tercer actor (Perú) en las discusiones, dificultando cualquier negociación posterior. Durante las discusiones diplomáticas, en el marco del ‘abrazo de Charaña’, quedó claro que para La Paz, cualquier potencial puerto ubicado en antiguos territorios bolivianos, no era una solución aceptable, y hasta se llegó a discutir canjes territoriales con tal de asegurar la continuidad paceña como espacio geopolítico y económico importante para Bolivia. “Arica o nada”, fue política de Estado no escrita, pero evidente.

Otro mecanismo neutralizador de La Paz fue evitar la construcción y consolidación de Puerto Busch en el río Paraguay, una salida fluvial al Atlántico, similar a la que tiene Paraguay. En décadas se hizo poco al respecto, salvo muchos discursos y poquísimas obras, y más bien, a partir de los 90, la estrategia paceña se fortaleció con la proyección de construir un puerto en Ilo (Perú), alternativa alimentada de manera recurrente y que, probablemente ahora, después de la debacle de La Haya, gane nuevos bríos. Poco le importa a La Paz que la economía boliviana se haya consolidado en el oriente y en el sur, lejos de las fronteras peruana y chilena que le quedan tan cerca, y que tal posicionamiento sea irreversible desde cualquier análisis geopolítico y económico. Tampoco parece importarle que Brasil y Argentina representen mucho más, en el sentido de oportunidades comerciales que Chile y Perú. La realidad productiva actual y oportunidades de exportación por el Atlántico son mayores que por el Pacífico, y los puertos de China quedan prácticamente a la misma distancia marítima desde Arica que desde Rosario.

Luego de que la Corte Internacional de Justicia puso en evidencia los vacíos lógicos y jurídicos de la posición regional paceña, convertida en boliviana, el discurso marítimo de Bolivia tiene la oportunidad histórica de replantearse, dirigiendo sus esfuerzos en la dirección que La Paz impidió fortalecer durante un siglo: Puerto Busch. Ahora, los bolivianos tenemos la oportunidad histórica de por fin consolidar una salida soberana al mar, coincidente con la realidad económica boliviana.

No vale la pena llorar sobre la leche derramada ni buscar culpables. Los actuales actores políticos y jurídicos, son miembros de una generación que creció creyendo honestamente que el discurso de reivindicación marítima tenía argumentos sólidos y por ello, su responsabilidad en esta derrota es secundaria. Es fácil anticipar que se inventará discursos paliativos al fracaso, pero queda claro que para nuestro país es el momento oportuno de volcar una página de nuestra historia que no sirvió para nada, y la siguiente, que sin duda nos transformará y contribuirá, esta vez en serio, al desarrollo de toda Bolivia. Esa nueva página, es Puerto Busch.

 

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