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3 de septiembre de 2019, 4:00 AM
3 de septiembre de 2019, 4:00 AM

Con verdadero sufrimiento una señora relataba cómo llovía cenizas sobre Roboré, mientras en su calle un grupo de vecinos bailaba salay. Una y otra vez la relatora repetía que estaban danzando porque todo se estaba quemando. Por el contrario, los danzarines hacían su homenaje a la tierra, a la naturaleza. Bailaban para afirmar la vida y para pedir que la Pachamama les envíe la lluvia que apaga, la lluvia que lava las penas, la que nos da agua para vivir.

No es fácil entender la cultura del otro. Se requiere abrir la mente y comprender que no solamente lo nuestro vale y lo que es diferente no es errado, es solamente distinto.

Lo dijo el gran Walter Benjamín, se trata de peinar la historia al revés, buscar no solo el estallido del relámpago, sino su origen.

Este no entender lo profundo no es patrimonio solo de los conservadores, aunque ellos se lleven la flor en la ignorancia del otro. Le ocurrió al ex alcalde paceño Juan del Granado cuando por la muerte de Víctor Paz trató de postergar nada menos que la festividad de Jesús del Gran Poder. La determinación, que pronto tuvo que ser anulada, todavía da que reír a los danzarines de la principal entrada de occidente de Bolivia y la celebración indígena más grande de América.

La fiesta es un homenaje a la vida, a los que ya partieron, al santoral católico que encubre las festividades paganas. Es un recordarnos que debemos pagar nuestro tributo a la tierra y a los otros fraternos que bailan con nosotros.

Entiendo que hay otras costumbres. Las respeto, en muchos casos las comparto. Pero eso no debe cegarnos. La diferencia es riqueza. Nuestras diferencias deben ser complementarias y no antagónicas. El nuestro es un país abigarrado, como decía René Zabaleta. De ahí su complejidad, pero de ahí la inmensa promesa de futuro. La propia Santa Cruz es grande por la gente oriunda y por los centenares de miles de migrantes collas que trajeron trabajo y desarrollo.

Recuerdo que Nadine Golman, la histórica dirigente anarquista norteamericana, le dijo un día a Lenin: “Si no puedo bailar, no quiero tu revolución”.

Ve, amable lector, la danza es alegría, pero también es lucha, incluso antídoto contra la mala jornada. ¿Acaso los afroamericanos de Nueva Orleans que despiden con jazz a sus muertos no los respetan? Por el contrario, les dan música para acompañarlos al más allá.

Así que bailemos para que llueva, para que se apague el incendio, para que reconstruyamos la Chiquitania. Los que creen que llorar ayuda más, están en su derecho. De eso se trata. Hay que conjurar todas las fuerzas para que el incendio acabe. La cosa es con todos. La cosa es comprendiéndonos y respetándonos todos.

No hay una sola verdad, pero tenemos una sola patria llena de naciones y costumbres. Es como ese viejo edredón que cosían nuestras abuelas usando los retazos de tela que sobraban. Ahí había de todo: rombos, cuadrados, triángulos, etc. Unidos los pedazos logramos la frazada que nos cobija y nos calienta.

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