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22 de junio de 2018, 4:00 AM
22 de junio de 2018, 4:00 AM

“Es la economía idiota”, célebre frase de un expresidente norteamericano que en épocas de campaña electoral le hablaba a su oponente, en señal de que este ultimo poco le entendía al manejo económico de un país y de sus recursos.  Esto sucedió cuando se fortalecía el euro, el dólar era muy fuerte, China comenzaba a comprar materias primas al abrirse al mundo y en nuestro querido país se debatía las recetas keynesianas estatistas y las ideas liberales que datan desde John Locke con el derecho a la propiedad privada, la libre iniciativa y donde el papel del Estado es de árbitro regulador de las fuerzas naturales del mercado.

Y como en todo debate económico, muchas veces la realidad es muy distinta a los que aspiran la libertad económica total que en teoría, al igual que todas ideologías filosóficas y económicas que aparecieron en la historia, es totalmente distinta a lo que sucede en la realidad.

A aquellos que defendían sus recetas a ultranza y asumieron posiciones radicales, los economistas los bautizaron con  la etiqueta de “ortodoxos”. Y en Bolivia existieron muchos.  Todas las décadas marcadas entre 1990 y el 2005, Bolivia tuvo ministros de Economía que solo se dedicaron a cuidar el gasto público, equilibrar el déficit fiscal, reducir el déficit en balanza de pagos, bajo la mirada fiscalizadora y escudriñadora de los burócratas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y que, como resultado, apenas mantuvieron el crecimiento de nuestra economía entre el 3,5 al 4,0% del PIB  por año. Estos ortodoxos –neoliberales y Chicago Boys– seguían al pie de la letra esas recomendaciones y nos mantuvieron durante décadas con una economía somnolienta, con políticas muy tímidas de atracción de capitales, con inseguridad jurídica y especialmente con ministros de Economía (superministro) que fueron uno similar a otro en todos los gobiernos y que fueron los que manejaron los destinos de nuestra economía con muy malos resultados.

Todo cambió cuando asumió el MAS. La economía se centralizó, se crearon empresas estatales hasta para ‘hacer heladitos’ y el gasto público se disparó. Y se disparó sin límites. No hay duda, creció la economía gracias, no a una gestión económica o a un súper y ortodoxo ministro de
Economía o a las recetas fatídicas del FMI (a estos los despacharon elegantemente), sino a la bonanza que produjeron tres sectores: hidrocarburos, minerales y a las agroexportaciones.

Pero como “la economía idiota” es idiota y esto último no tiene límite, te pasa factura. El despilfarro en verbenas, serenatas y presteríos, sumados a los gastos en museos, edificios, aviones costosos, nos va a pasar factura. Las exportaciones están en baja, las inversiones estancadas y el empleo formal en picada; son síntomas de que la economía no está bien y deben hacerse ajustes urgentes. El próximo presidente va a tener que hacer magia para amortiguar los impactos de este jolgorio. Dios se apiade de nosotros.

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