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13 de diciembre de 2018, 4:00 AM
13 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Hay estrategias políticas ya confesas, que pueden ser satisfactorias para quienes ya tienen o buscan el poder, pero pierden valor cuando ignoran la profunda desazón que provocan en el ánimo de la ciudadanía, distante de tales maquinaciones.

Tenemos, por un lado, una empecinada pretensión de que por tiempo indefinido todo siga como está, en una total incapacidad autocrítica para reconocer y corregir decisiones erróneas, fincadas en las fórmulas de un dogmatismo cerrado y ajeno a la realidad concreta; no obstante, son elocuentes los signos de que se avecinan malos tiempos para el país, que afectarán gravemente la economía, la estructura productiva, el empleo y el bienestar social de nuestro pueblo.

En una elemental contrastación objetiva, esa realidad debiera generar una reflexión a fondo porque, contrariamente a los intereses externos, se juega nuestra supervivencia como país, en un contexto de agotamiento de los viejos moldes ‘universalizadores’ y el surgimiento irreversible de nuevas ideas, nueva configuración etno-socio-demográfica, nuevas luchas nacionales y nuevos desafíos de la humanidad, que no pueden ignorarse a riesgo de un aislamiento y ostracismo definitivos, como los que ya vivieron y viven experiencias cercanas.

Por el otro, la incapacidad de generar ideas innovadoras para una nueva visión de país, con respeto a los principios y valores colectivos, ya que la carencia de estas llevó a la profunda crisis que, como consecuencia natural y racional, para ser superada debiera volver por sus fueros y por los de la ley, la institucionalidad y la idoneidad; reconducir conductas que recuperen la confianza y credibilidad perdidas y sembrar vientos de esperanza.

Pero no, con un total menosprecio por el clamor popular, prefieren el camino de las artimañas, el personalismo y la competencia desleal, clara demostración de un infantilismo político inadmisible en estos tiempos e indigna de lo que el país necesita. La reivindicación de la experiencia de la que dicen ser portadores y la capacidad de integrar e integrarse a los nuevos tiempos con cambios verdaderos, hasta aquí, han caído estrepitosamente y serán un fracaso si no dan un viraje rotundo hacia la agenda y reclamo ciudadano. Aún tienen tiempo si se sustraen de las trampas tendidas y se yerguen hacia la macrovisión y el fin principal, abandonando las insulsas pequeñeces.

La sabiduría milenaria sostiene que las circunstancias más adversas pueden convertirse en grandes oportunidades, y en esa situación estamos. Se ha destruido tanto en la constante del inmediatismo político irresponsable ayer y hoy, que solo será la fuerza ciudadana emergente con energía e inventiva, la que marcará de nuevo el rumbo al futuro. Para ello debemos poner la mejor y mayor capacidad en el rediseño en formas y contenidos de casi la totalidad estructural de la nación boliviana, puesto que los patrones de diseño republicano o del autonombrado socialismo del nuevo siglo ya no sirven, han sido el alimento de la mediocridad, la negligencia, la corrupción y la desinstitucionalización, y han tocado fondo en todos los ámbitos, marcando la hora de una reingeniería profunda.

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