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18 de junio de 2019, 4:00 AM
18 de junio de 2019, 4:00 AM

Ha caído el régimen y mientras en las calles se bebe y derriba estatuas hay un grupo de hombres y mujeres que van a edificios ófricos, helados por dentro y por fuera, llenos de papeles. Son los archivos secretos del stalinismo.

Y esos investigadores han pasado años recorriendo cartas, confesiones, testimonios, delaciones y un largo etc.

Muchos de los que hurgan en los papeles son historiadores, algunos otros son familiares y además están los opositores políticos que quieren saber qué pasó con decenas de miles de opositores de izquierda, que el régimen envió a Siberia.

Luego, algunas de estas investigaciones se publicarían. La que más me llamó la atención es aquella en la que decenas de presos trotskystas piden a Stalin que les permita ir a luchar a los batallones de primera línea contra los nazis. Varios fueron. No volvieron. Se ofrecieron voluntariamente para morir por una revolución que los había traicionado, que los había humillado, donde sus jerarcas les habían impuesto prisión y tortura.

Ninguno de ellos se había quebrado frente a aquellos que les pedían que se declaren agentes del fascismo. Vivieron y murieron luchando por lo que pensaban.

El stalinismo está hecho de miedo, de chantajes, de extorsiones y de amenazas. Su esencia es la imposición, la arrogancia, el ninguneo del otro. Por eso ofreció a los presos políticos que se declararan culpables de trabajar para el enemigo. Lo consiguió con figuras notables, pero de nada les sirvió la genuflexión porque igual los fusilaron.

Los trotskystas de los que hablamos, a los que se les permitió luchar en los peores lugares y en las peores condiciones no se pasaron a la otra orilla, no abjuraron, murieron como habían vivido junto a millones de obreros y campesinos. Quizá haciendo realidad esa frase que después escribiría Álvaro Mutis: “Hay que morir con los sueños intactos”. Y, pese a todo, ellos tenían los sueños intactos.

Y por eso Stalin les tuvo tanto miedo y los persiguió hasta la inhumanidad. Era el temor hacia la ética. Baudrillar decía que el espejo no te devuelve tu figura, sino la ilusión que tú tienes. Y hay espejos en los que los que imponen sin convencer, no podrán mirarse.

Los hombres que murieron defendiendo la revolución eran compañeros de esos que los mandaron a la cárcel, a la tortura y al confinamiento. Pero entre ellos había un abismo. La historia lo sabe. En su sacrificio está la esencia del ser revolucionario, la revolución seduce o deviene en dictadura. Queda la sombra de esos hombres que supieron morir sin traicionar aún por los que guardaron silencio.

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