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1 de febrero de 2019, 4:00 AM
1 de febrero de 2019, 4:00 AM

Yo viví cinco años en Curitiba (Brasil) y hoy más que nunca envidio a esa ciudad. Tuve la oportunidad de haber residido en el primer lustro de la década de los 80 en esa urbe, capital del agroindustrial estado de Paraná. Eran tiempos de cambio y de revoluciones ideológicas en Bolivia y en el mundo. Mientras en Bolivia nos debatíamos entre la vida y la muerte por la inflación galopante de más de cinco dígitos (récord mundial de 17.000 por ciento al año en 1982), en Brasil se salía de un proceso de dictaduras militares en las que el Estado tomó el control y potenció un gran boom económico sin precedentes.

Entre las décadas de los años 70 y 80 Brasil crecía a un ritmo alucinante de más del ocho por ciento al año. Sus exportaciones se multiplicaban año tras año. Se construían carreteras, puentes, represas hidroeléctricas, puertos marítimos y se sembraba y se cosechaban alimentos en grandes proporciones. Proyectos osados como Angra, turbinas eléctricas con energía atómica, la represa de Itaipú en las fronteras de Argentina, Paraguay y Brasil y otros megaproyectos generaban y atraían inversiones de todas partes del mundo.

Y Curitiba estaba ahí. Firme, vanguardista y con un título que le había dado el resto del país. La ciudad más culta de Brasil. Veamos.

El alcalde de la ciudad, un arquitecto urbanista, Jaime Lerner, había implementado un sistema de transporte público que consistió en definir y construir calles y avenidas exclusivas para el tránsito de unos autobuses articulados (dos vagones) con capacidad para transportar hasta 120 personas denominados ‘minhocas’ (gusanos), que cruzaban la ciudad de norte a sur, de este a oeste y que tuvo la gran virtud de sustituir las onerosas inversiones que significaba la construcción del metro. Este sistema ha tenido tanto éxito que ciudades como Bogotá y Quito han importado de Curitiba esta solución con un marcado éxito.

También implementó un sistema de parqueo público pagado en las calles del centro de Curitiba mediante la concesión a una empresa que no solo controlaba el cumplimiento y ordenamiento del parqueo de vehículos en las calles, sino que sirvió como una fuente de financiamiento para programas de educación vial y control del transporte urbano.

Con referencia a la basura, instaló basureros en toda la ciudad. Compró equipamiento para la limpieza de las calles, camiones para recoger basura, máquinas para lavar y barrer calles y contrató un ejército de limpieza en la ciudad y en los mercados que en las mañanas, cuando los ciudadanos salían a la calle, parecía como si alguien se hubiese levantado en la madrugada a limpiar cada canto de la ciudad. Los parques urbanos o centros de esparcimiento en espacios verdes fueron un punto importante. Se crearon varios parques, se concesionaron y se definieron áreas exclusivas con permisos especiales para que funcionen ferias de las calles y se asienten vendedores callejeros. Todo ordenado y cada cosa en su lugar.

Entonces, y lógicamente, como es de suponer, nos preguntamos: ¿por qué Curitiba, en términos urbanísticos y municipales, tuvo y tiene tanto éxito y Santa Cruz de la Sierra no? ¿Qué hacer para que nuestra ciudad sea más bella, más humana, más limpia y menos histérica y algún día compararse con Curitiba? La Alcaldía y el Concejo Municipal tienen la palabra.

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