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8 de agosto de 2018, 4:00 AM
8 de agosto de 2018, 4:00 AM

“El dinero no hace la felicidad, pero contribuye a financiarla”, decía Manolo, el peculiar personaje de la tira cómica Mafalda, conocido por ser tacaño y materialista. Esa frase puede aplicarse también al Producto Interno Bruto o PIB, puesto que es un indicador de la capacidad productiva de un país, pero no de su grado de bienestar.

La mayoría de los textos de economía dedican varias páginas a explicar que un Producto Interno Bruto más alto por habitante no es necesariamente un sinónimo de mayor felicidad. Incluso existe un libro dedicado a esta temática que titula “PIB: Una historia breve pero entrañable”, de la economista Diane Coyle.

Para tener medidas de bienestar de un país, se han creado una serie de indicadores. El más conocido es el Índice de Desarrollo Humano (IDH), que fue promovido por el premio nobel Amartya Sen, nacido en la India. Incluye aspectos de salud y educación, además del ingreso por habitante, como una forma de tener una visión más completa.

Algo similar ocurre con el Índice de Progreso Social (IPS), que se basa en el análisis de tres premios nobel, Joseph Stiglitz y Douglas North, además del citado Amartya Sen.

Lo que conocemos en el campo económico apunta a que el Producto Interno Bruto y el bienestar tienen una relación muy estrecha en el caso de países pobres. Sin embargo, cuando el país pasa a una categoría distinta las prioridades cambian de la cantidad a la calidad de crecimiento.

En el año 2010, nuestro país, Bolivia, pasó de ser catalogado como un país de ingresos bajos a uno de ingresos medios, según la clasificación que hace el Banco Mundial.

Más allá de la categorización internacional, este cambio es relevante puesto que refleja por qué la población ha cambiado gradualmente sus prioridades desde solo tener lo básico en empleo, educación, salud, vivienda, entre otros, a la prioridad de acceder a una mejor calidad de vida.

Un ejemplo al respecto es la educación. En 1976 más de un tercio de la población era analfabeta mientras que al presente este problema es residual y se concentra en adultos mayores.

De igual forma, la escolaridad ha aumentado. Bolivia y Tailandia, un país asiático de rápido desarrollo, aumentaron sus años de escolaridad entre 1960 y 2010 en similar magnitud.

Sin embargo, la necesidad evidente en este campo es mejorar la calidad. No se tienen comparaciones internacionales sobre la calidad de educación desde 1997. No obstante, un estudio realizado por la Universidad Católica en 2010 mostró que los bachilleres tienen serias deficiencias en lectura y escritura.

Lo propio sucede con la salud. La mortalidad de niños menores a 5 años bajó del 20% en 1976 a menos del 4% al presente. Ahora el interés se centra en tener disponibilidad de mejores centros de salud, e incluso un seguro médico que pueda evitar que problemas de salud tengan efectos persistentes en las finanzas familiares.

En resumen, promover mayor crecimiento de la economía debe seguir siendo una prioridad, pero no la única.

El énfasis debe cambiar paulatinamente hacia las necesidades de una Bolivia distinta, en la cual se deben enfocar y solucionar carencias del siglo XXI.

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