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19 de enero de 2018, 4:00 AM
19 de enero de 2018, 4:00 AM

Los cambios generados por el crecimiento acelerado de la ciudad de Santa Cruz han debilitado los lazos sociales y los valores compartidos de la comunidad, incidiendo en los bajos niveles de cohesión social para una interrelación efectiva que permita alcanzar objetivos comunes y ejercer un control social o un control cultural informal ante situaciones que afligen a las y los ciudadanos. Mientras menos unida permanece una comunidad, más probable es que puedan generarse comportamientos violentos en su interior, es decir, “la inseguridad ocurre a menudo en ambientes de descomposición de las estructuras sociales, de individualismo y de reducida tolerancia frente a los demás” (ONU-Hábitat, 2010).

La frecuencia de los actos delictivos y la alta percepción ciudadana de inseguridad, magnificada por los medios de comunicación, está relacionada muy íntimamente con el crecimiento demográfico acelerado junto a los niveles de pobreza e inequidad y los altos niveles de maltrato, violencia, desintegración, disfuncionalidad familiar y el progresivo deterioro de las relaciones sociales en el tejido vecinal. 
La intolerancia social que se registra cotidianamente en nuestra ciudad es un fiel reflejo de procesos de desencuentro provocados por una falta de interacción y cohesión social entre los diversos grupos humanos, agravada por las escasas políticas preventivas y oportunidades efectivas de participación ciudadana. 

De acuerdo al resultado de recientes entrevistas a personas clave y la indagación con grupos focales, desarrollados como parte del diagnóstico del estado de situación de la seguridad ciudadana realizado por el Observatorio Municipal que se ocupa del tema, las y los ciudadanos en Santa Cruz están centrados en preservar su seguridad de manera individual. “No llevar consigo mucho dinero ni objetos de valor como joyas”, “cuidarse y no ir por calles o barrios peligrosos”, “evitar caminar solo hasta tarde”, son las medidas que se mencionan con mayor frecuencia a nivel personal y a nivel familiar señalan que “poco a poco, por el temor de tantos asaltos y atracos, los vecinos han ido levantando sus paredes y poniendo en las mismas vidrios o ‘miguelitos’ para evitar que se suban los ‘maleantes’ y así no puedan cometer robos”. Seis de cada 10 entrevistados mencionan que, ante una situación difícil de inseguridad ciudadana, los vecinos y vecinas se las arreglan solos porque no existe el apoyo de la gente del barrio. 

En este contexto es clave tender puentes con la ciencia, la tecnología e innovación para generar soluciones de inclusión y cohesión social, como la implementación de alarmas vecinales con equipos de última generación, pero sobre todo que tienen la virtud de motivar la participación organizada de la comunidad, fortaleciendo de este modo las iniciativas ciudadanas de construir redes por WhatsApp para comunicarse en casos de emergencia, o la organización para establecer un sistema de vigilancia en algunos barrios estableciendo turnos de rondas vecinales, o las gestiones para que la Policía tenga mayor presencia y también en algunos casos en los que realizan un control de personas que ingresan a sus barrios.

En resumen, solo una ciudadanía activa, con capital social fuerte, puede influir en las acciones preventivas de seguridad ciudadana y permitir que el acceso a los mecanismos de protección ante el delito sea más equitativo.

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