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10 de marzo de 2019, 4:00 AM
10 de marzo de 2019, 4:00 AM

Las ciudades surgen, decaen o renacen en función de las decisiones de sus gobernantes. Cómo y en qué invierten sus recursos, la calidad del diálogo que establecen con su población, y la relación con su patrimonio, determinará el tipo de ciudad que se construye al igual que su futuro. Ciudades grandes o pequeñas, antiguas o emergentes, todas tienen la capacidad de transformarse en lugares atractivos para vivir o en lugares en crisis.

Uno de los ejemplos más conocidos sobre cómo una ciudad puede elevarse o autodestruirse es Nueva York (EEUU), durante el período de Robert Moses. Es probable que los estudiosos de temas urbanos hayan oído hablar de este personaje, lleno de luces y sombras. Gran parte de la infraestructura pública moderna de esa ciudad es atribuible, casi de manera unívoca, a Moses, aunque éste comenzó su carrera como jefe estatal de parques y jardines. Hombre dedicado a la administración pública, consolidó parques, la red vial de autopistas, puentes, edificios de vivienda de interés social y proyectos estratégicos, como el edificio de las Naciones Unidas, entre otros. Aunque nunca fue autoridad electa, se ganó el respeto de la opinión pública gracias a su dedicación y esmero en sus obras. Pero su sed por el poder pudo más y a lo largo de su trayectoria arrolló a todo aquel que se le opusiera, convenciendo a todo aquel interesado en ganar ventaja de los jugosos contratos y proyectos que impulsaba. Amasó tanto poder, que creó diversas entidades públicas autárquicas, manejadas por él de manera simultánea.

El tipo de urbanismo implementado por Moses dibuja paralelos con el tipo de urbanismo contemporáneo de Santa Cruz de la Sierra. Al igual que en la época de Moses, Santa Cruz aún está dominada por un sistema de patronazgo político corrupto. La asignación de cargos es mayoritariamente prebendal y no técnica o meritocrática. Quienes ostentan el poder local han creado grupos de interés vinculados a las obras públicas, cuya filosofía es la eficiencia constructiva. Se premia con más obras y contratos, y se castiga a quienes intentan fiscalizarlas.

A la sociedad se la gobierna con despotismo. La opinión de expertos o de la sociedad no interesa verdaderamente. En resumidas cuentas, Santa Cruz invierte cifras exorbitantes en obras de infraestructura urbana como escuelas, parques y más avenidas, pero sin consensos reales o duraderos con los actores de la sociedad civil. Esto, a la larga, solo garantiza el desgaste político y el agotamiento del ciclo en sí, ya que no despierta ningún tipo de adhesión colectiva o social.

¿Por qué es relevante esta comparación? Porque la lección que Moses dejó al urbanismo fue que aun con las mejores intenciones, no incorporar y elevar el espíritu de la sociedad civil en la toma de decisiones, puede llevar a la ciudad entera al fracaso. Eventualmente, el poder de Moses menguó, coincidiendo con el surgimiento de movimientos sociales que reivindicaban la preservación del patrimonio y una nueva propuesta de urbanismo forjada en el reconocimiento de la escala humana. En este sentido, es vital valorar los liderazgos de quienes luchan por mejorar las políticas públicas locales, cuestionando las decisiones de quienes nos gobiernan.

Sean voces que reivindican la preservación del patrimonio natural, más ciclovías, la revitalización del centro histórico, mayor asignación presupuestaria para arte o cultura, estas voces son necesarias e imprescindibles en la construcción de la Santa Cruz del futuro.

El espíritu y carácter de una ciudad se forja a través de las relaciones sociales que se construyen día a día. Esto requiere colocar al ser humano en el centro de las políticas públicas a ser diseñadas. Ciudades para la gente que habita en ellas, erigidas a través de valores que exaltan la confianza entre ciudadanía y poder al igual que la interacción humana son más que una quimera: son las ciudades por las que deberíamos todos luchar.

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