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17 de diciembre de 2017, 4:00 AM
17 de diciembre de 2017, 4:00 AM

Hasta hace pocos días el ambiente político estaba dominado por una tensión electoral temprana entre un candidato que no podía ser (Evo Morales) y otro que no quería ser (Carlos Mesa). Después del fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional, las cosas se aclararon: Evo será candidato en 2019 y Carlos Mesa retomó su clásica estrategia, la de la ‘casi renuncia’. En su columna dominical del 3 de diciembre escribió que “no es ni quiere ser candidato”.

Se definió a Cyrano de Bergerac como “un hombre pegado a una nariz”; Carlos Mesa es un hombre pegado a una renuncia.  Primero renunció a su deber vicepresidencial de apoyar al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y se apartó de la violencia del Octubre Negro, lo que lo hizo merecedor del aplauso social, pero luego gobernó con la amenaza del “si no me apoyan, me voy”. Pudo emprender grandes tareas como presidente, pero al final se dejó llevar por los ‘momentos Mesa’, renunció a aplicar los resultados del referendo al que él mismo convocó, renunció a promulgar la Ley de Hidrocarburos y, cuando las cosas se pusieron densas, renunció a gobernar; fue más lejos y renunció a la Presidencia, y no una, sino tres veces, hasta que finalmente la dejó en junio de 2005.

Para Carlos Mesa, la renuncia es un método. Es su manera de estar en el mundo y lo más extraordinario es que “la renuncia le sienta bien”, lo ubica en un lugar donde consigue afectos, donde se revaloriza. Este lugar -el de quien renuncia y causa consternación por eso- es, en el fondo, su lugar en la historia. 

¿Quién lo recuerda como el talentoso periodista que fue? ¿Quién lo distingue como autor de libros? Unos pocos. La masa, en cambio, lo identifica como el “presidente que renunciaba” y, ahora, el “político que no quiere candidatear”. 

Está claro que para Mesa la renuncia no es un acto final, no es un corte sino una maniobra que luego desemboca en el retorno. Él tiene una noción aritmética de la renuncia; la calcula, multiplica sus posibilidades, le saca el tanto por ciento. 

En sus propias palabras, su primera renuncia a la Presidencia, en marzo de 2004, le abrió una “posibilidad extraordinaria para reposicionarse”. Es decir, fue un eficaz método para lograr acumulación política. Le obtuvo un genuino baño de multitudes: las clases medias paceñas llenaron la Plaza Murillo para pedirle que se quede.

Muchas veces la renuncia tiene su contraparte: el sentimiento de culpa y la necesidad consiguiente de explicarse. Al poco tiempo de dejar la Presidencia, Mesa sintió la necesidad de escribir la historia de sus 20 meses como presidente; es decir, de hacer la historia de sus renuncias.
Presidencia Sitiada puede leerse como un voluminoso gesto en el que, sin decirlo, se juzga y -a diferencia de Fidel, que deja que la historia lo absuelva- se absuelve a sí mismo. El libro fue publicado en 2008 y su aparición coincidió con una serie de acciones que parecían buscar el retorno del autor a la vida política.

Pero nada de esto prosperó, porque a veces una renuncia es un acto de valor, pero una renuncia ‘a medias’ está a menudo más ligada a la incapacidad de luchar y de asumir responsabilidades. Cuando Mesa renunció a la Presidencia no era que ya no quería ser presidente, sino que no quería asumir las responsabilidades de ser presidente. Hoy probablemente le pasa lo mismo, no es que no quiera ser candidato, sino que no puede asumir las responsabilidades de organizar un partido, salir a la calle y defender una propuesta. Ante esto, ¿qué le queda? Jugar en el terreno de la ambigüedad y la ‘literatura’. 

A esta altura ya debe de haber quedado claro que este artículo no busca definir a Carlos Mesa como un ‘renunciador serial’. Dije que Mesa es un cartesiano de la renuncia. Usa metódicamente la renuncia; renuncia y luego existe. El propio Gobierno no ha llegado a entender esto. Se extraña porque el susodicho no renuncia a la vocería de la demanda marítima ante la Corte de la Haya, como si él fuera un ‘renunciador serial’.

Pero en realidad, ya lo sabemos, es un artista de la renuncia y por eso sabe perfectamente cuándo no usarla. En este caso no renunciará, resistirá a lo Ghandi el ser atacado por toda clase de oficialistas, esperando a que la Cancillería lo eche. Y es que a Mesa la renuncia solo le interesa cuando la misma lo pone en el centro, no cuando, como ocurre con las renuncias dadas por el resto de las personas, simplemente lo aparta de un trabajo y de la atención pública.

¿Se puede ir por la vida a golpe de renuncias? Decididamente, sí. Si son renuncias estratégicas, claro está. El renacimiento de Mesa en la política y las expectativas que hoy levanta se explican en parte por la fuerza que emana de su ‘capacidad de renunciar’. A otros líderes de la oposición se les exige profundidad, programa, comportamiento político y estrategia adecuada; a Costas, se le critica su incapacidad de salir del liderazgo provincial o su carácter cerril; a Samuel Doria Medina su falta de carisma, de éxito; a Revilla, sus indefiniciones ideológicas, su gusto por la fiesta; pero a Mesa nadie le exige nada. 

Nadie se preocupa el saber cuál es en realidad su ideología, no se discute si tiene o no un horizonte programático, ni si tiene o no ideas sociales emancipadoras, nada de eso importa en él. Hoy la gente que lo sigue, e incluso la que lo combate, vive pendiente de un solo dilema: ¿Mesa sigue o renuncia? Y la respuesta, una vez más, es la ambigüedad. 

No otro es el método: renunciar a la responsabilidad, pero no a la centralidad. Mesa no será candidato en 2019, pero mandará señales de lo contrario todo lo que pueda, para estar siempre en boga. 

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