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1 de septiembre de 2019, 4:04 AM
1 de septiembre de 2019, 4:04 AM

Con un simple sentido de previsión, tras haberse detectado los primeros focos de calor e incendio en la zona, pudo haberse evitado este desastre de magnitud enorme que ha arrasado nuestra Chiquitania. Accionando sin demora los mecanismos de alerta y sumando iniciativas y esfuerzos para poner la situación bajo control, se habrían reducido los riesgos y efectos que desembocaron en una dantesca tragedia. Si, como era de prever, no hubiesen resultado suficientes los recursos disponibles en el país para contener el fuego, pues de inmediato había que gestionar la ayuda externa. Pero la desidia, la soberbia, la negligencia y la incapacidad de nuestros gobernantes y de cuantos asumieron una actitud cómplice frente a los hechos, atizaron las llamas en vez de sofocarlas. Por si fuera poco, la politización del desastre alcanza ribetes escandalosos mientras los verdaderos héroes, bomberos, rescatistas, soldados y grupos voluntarios arriesgan su vida en medio del fuego y la humareda, sin flashes ni cámaras de televisión tras sus pasos.

Agosto de 2019 se convirtió en un mes trágico y hará evocar por siempre un mal recuerdo. Lo fue, en especial, para la región chiquitana y su buena gente. Es condenable la actitud de quienes minimizaron el riesgo y no reaccionaron a tiempo para librar al bosque chiquitano de su destrucción que comenzó con la luz verde concedida a grandes intereses particulares, a los asentamientos irregulares, a los desmontes, a las quemas y a los chaqueos que salieron de todo control, incluso los dizque ‘controlados’. Ni en el fuego eterno los autores y responsables de esta calamidad, de este inconmensurable daño a la Madre Tierra y a la humanidad, podrán expiar sus culpas.

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