El Deber logo
14 de febrero de 2018, 4:00 AM
14 de febrero de 2018, 4:00 AM

El 9 de febrero de 1825 el general Sucre convocó a los diputados de las cinco provincias del Alto Perú a reunirse en congreso para definir su destino. Mientras para algunos, los libertadores continuaron con un modo político cambiando el monarca convertido en presidente, para otros y visto en perspectiva, es la construcción de un tipo de república que toma el modelo de la Revolución Francesa y norteamericana, e incorpora lo criollo con su sello indeleble. La creación de la República de Bolívar siguió los avatares que conocemos, con grados de incomodidad por el cuestionamiento de la población frente al poder y la economía.

Para cuestionar más lo ocurrido en 1825, creo que hoy estamos frente a un modelo institucional y social que podría definirse entre la ‘reconstitución del ayllu’, la ‘nación de los Indios Chiquitos’ y la ‘República de Chapare’. Si bien no deben comparar momentos históricos de condiciones distintas, el reconocer el momento que se generan nos ayuda a comprender las categorías.      

La ‘Nación de los Indios Chiquitos’, presente en las crónicas del siglo XVIII, es el territorio de la utopía para las artes en todas sus manifestaciones culturales, la fe compartida por el jesuita y un modo de producción social capaz de cubrir necesidades y generar bienes materiales, culturales y espirituales. Este no es un escenario apto para lectores de breviario.

Como apunta Leonardo Tamburini, “los jesuitas y su proceso generaron una etnogénesis muy peligrosa que redujo decenas de pueblos con idioma, cultura, sistemas de autoridades y economía propia, transformando a pueblos cazadores, recolectores, pescadores y de economía itinerante, en culturas sedentarias, ganaderas y agricultoras, con una utopía, más ilusión de los padres, que aspiración de los neófitos”, convengamos que tampoco es posible desconocer.

Por otro lado, la República del Chapare como construcción simbólica, es un espacio imaginado al margen del Estado que lo contiene. En él se produce un modo económico de negociación en el que el excedente de la coca no genera relación de reciprocidad con la sociedad nacional, sino con los involucrados directamente. En la peor situación de ingenuidad, el poder del Estado negocia el uso de la violencia en el territorio. Describir la situación complicada del Chapare resulta motivante porque nos obliga a enfrentar una conducta que la consciencia internacional nos interpela sin ninguna duda, mientras en Bolivia la encubrimos.

En todos los casos, la categoría federal atraviesa la vida institucional y política del Estado boliviano desde su génesis por los elementos que lo identifican: primacía territorial, grado de autonomía interna y relacionamiento negociado con la otra parte de la sociedad nacional. Desde los paros departamentales pasando por la integridad del territorio, son una muestra de ello.

Aunque nos cueste aceptarlo.

Tags