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Apocalipsis chau

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8 de julio de 2019, 3:00 AM
8 de julio de 2019, 3:00 AM

Miércoles a mediodía. Llegando a mi casa. Mi esposa, sin hablar, cocinaba. En el mismo silencio, mi suegra bañaba al perro. Mis hijos trepados al árbol buscaban mangas que aún no habían. Nunca los vi jugando al aire libre y mi hija menor, lloraba en el baño.

¿Qué pasa acá? Pregunte asustado por una respuesta fatal. Mi hija salió como enloquecida del baño y me increpó. “Siempre parás en la luna”, respondió. “¿Cómo qué pasa acá? Una verdadera desgracia” dijo. ¿Estás embarazada? me atreví a preguntarle. “¡Nada de eso, padre insensible, te ocupas de pequeñeces! Lo que pasa es que se ha caído la web!”. Y lanzó un alarido. Mi suegra me trató porque no comprendo a mis hijos. Al aclarar que pensé que “web” era una amiguita suya o una nueva mascota, mis hijos bajaron del árbol y entre todos me increparon.

En su calidad de internautas, señalaron que están pasando momentos muy graves. Que es como el apocalipsis porque no se pueden mandar imágenes y que en todo el mundo están sufriendo caídas que nunca fueron tan frecuentes. Yo quise celebrar con una sonrisa, porque me dio mucho placer el ver a mis hijos trepados en el árbol y a mis adorables mujeres, esposa y suegra, encontrarlas en modo silencio, cosa que me pareció extraña, pero resultaba grata. La llorona de mi hija volvió a reflexionarme: “Papá, en qué mundo vivís. ¿No te das cuenta que no he podido enviar imágenes a Instagram? ¿Que tus hijos en vacaciones no pudieron ver fotos de la Copa América? “Todos sufrimos”, explicó mi mujer. “Hasta nos espantamos porque el teléfono fijo sonó, porque la vecina estaba a punto de tirarse del balcón, porque verificó que eran muchas las plataformas afectadas y eso era el fin del mundo y ella estaba sin confesarse”.

Eso estaba sucediendo. Hubo la imposibilidad de cargar y descargar imágenes, y luego supe que una colega mía se separó de su esposo, no por problemas domésticos, sino, porque estaban teniendo problemas con las retransmisiones de video en directo y no había la forma de controlarlo. Luego, todo volvió a la normalidad. Mis hijos no volvieron al árbol, mi hija canta feliz en su mundo, sin saber lo que come porque tiene el celular adherido como placenta, vehículo único de toda comunicación. Todo ha vuelto a la normalidad y me alegro por ella, pero el momento que se desconectó, me gustó escuchar su voz y ver otra vez su lindo rostro.

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