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15 de febrero de 2018, 4:00 AM
15 de febrero de 2018, 4:00 AM

El agua y el lodo acaban de enterrar una parte inmensa de la vida de nuestra gente. Llovió en la cordillera del Tunari como no debió haber llovido. El agua arrastró la tierra que no debiera haber arrastrado. Como no encontró su cauce, embistió hogares y esperanzas que nunca debió embestir. Se llevó casas, muebles, enseres que debieran cobijar y alegrar por mucho tiempo a cientos de familias. Se llevó vidas que tenían que dar aún alegría y compañía a su gente.


La fuerza de la naturaleza es sobrecogedora. La lluvia y el viento pueden ser terribles, salvajes. Precisamente por eso tenemos que usar toda la inteligencia del mundo para dominarlos, para hacer que su fuerza se desahogue sin dañarnos, para cuidar a nuestra gente y sus esperanzas. Se pueden mantener limpios y libres todos los cauces. Se puede cuidar la cuenca que alimenta ríos y torrenteras para que fluya el agua sin arrastrar la tierra que sepultó a Tiquipaya ni las piedras que reventaron las casas y taponaron los puentes. Se puede sujetar la tierra abrazándola con raíces de bosques inmensos. Así lo hizo Santa Cruz después de una riada que hace 35 años ahogó una buena parte de la ciudad y mató sin piedad. Se creó el Searpi, con todos los medios y con todos los poderes. Su misión era preparar la región para que ni el agua ni el río se conviertan en desastre. Nos ayudó todo el mundo para que nunca más sucediera lo mismo. Más desastres provocaron en Cochabamba las torrenteras de la cordillera. También allá, antes y con más urgencia se creó el Searpi cochabambino, el Promic, que salvó la ciudad por décadas.


Un buen día ganó las elecciones el MAS y le faltó tiempo para hacer inventario de los cargos que se repartirían. Le faltó tiempo para lotear la administración pública. ¡Qué importaba el servicio que se debía prestar! ¡Qué importaba la historia que nos había dejado grandes lecciones! ¡Que importaban la ciencia y el conocimiento técnico! ¡Qué importaba la eficiencia! ¡Qué importan los desastres naturales y la vida! ¡Qué importa la gente, que es la patria! Todo importó menos que la repartija de pegas, de cargos, de sueldos y de gangas. Despidieron a los que sabían. Tiraron a la basura las tareas importantes y las urgentes. Nunca comprendieron qué significa administrar el país. Negociaron las leyes y las normas que debían vigilar. Desmantelaron lo poco que había aprendido y avanzado nuestra patria y se dedicaron a disfrutar a manos llenas el triunfo. Convirtieron en bacanal lo que debió ser servicio.


¿Acaso el país es botín? Debió ser un proyecto y una ilusión. Debió ser vocación. Debió ser servicio. Debió ser misión sagrada. Debió ser una patria nueva, más responsable de la vida de su gente, de las esperanzas, de las ilusiones de los que día a día buscan y construyen un mañana un poco mejor y un poco más humano. Pero no. Solamente fue su botín ¿Para eso quieren cinco años más? Pues, precisamente por eso, Bolivia dice No.

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