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7 de agosto de 2018, 4:00 AM
7 de agosto de 2018, 4:00 AM

De acuerdo a lo esperado, tuvimos un 6 de agosto tenso en Potosí por la profunda polarización que ha generado la demanda que el Gobierno acate los resultados del 21-F. Debe ser la primera vez en 12 años que el presidente Evo Morales acorta su mensaje, probablemente por el complicado humor social y el clima incómodo en la Casa de la Moneda. A diferencia de otros momentos, su informe ayer duró 33 minutos, pero siguió la línea de resaltar las cifras de su mandato. No hubo grandes anuncios para el año que viene y reiteró que es casi un hecho que se pagará el doble aguinaldo. El vicepresidente, que empezó sereno la sesión, la terminó molesto y disparó contra algunos opositores calificándolos de “una pandilla” por alentar los gritos de “Bolivia dijo No”. Son síntomas de lo difícil que le resulta al Gobierno controlar escenarios en los que casi siempre estuvo muy cómodo. No nos imaginamos lo que puede ser el 6 de agosto del próximo año si no se encaran las causas del desgaste gubernamental y no se corrigen algunos rumbos.

El descontrol de las emociones que se sintió en Potosí tenderá a ser mayor a medida que se agudice la disputa por el poder en los próximos 15 meses. Lo peor que pueden hacer el oficialismo y los opositores es perder la cabeza, aunque en tiempos de agitación política y social este es un riesgo constante. Necesitamos a partir de ahora que la sensatez se imponga a la paranoia y el delirio.

El vicepresidente fijó ayer el eje discursivo de la oferta electoral que hará en el tiempo que viene. Ofrece estabilidad política, social y económica, además de una nueva “década de oro”. Y marcó la disyuntiva de que quien apoye a alguien que no sea a Evo Morales solo apostará por lo que llama “abismo”. Ya sabemos a qué relato deberá responder la oposición.

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