Opinión

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19 de enero de 2018, 4:00 AM
19 de enero de 2018, 4:00 AM
Diciembre, enero y febrero
son meses aprovechados para vacaciones de verano. Se viaja dentro, pero también fuera del país. Hay carreteras muy aceptables para transportarse en bus o vehículo particular de Santa Cruz a las principales ciudades de Brasil o de Argentina. A Río de Janeiro o a Buenos Aires se  llega entre casi 20 o un poco más de horas. No hay problemas en las rutas, pero sí se vive un calvario en el control fronterizo, sobre todo en el de Puerto Quijarro, pero más aún en el de Corumbá. El registro en el lado brasileño dura más porque tiene menos ventanillas de atención y los sábados abren a las 8:30, con un periodo limitado de servicio. El que llega a las 3:00 o a las 4:00 de la madrugada debe esperar sobre todo en la época de fiestas de fin de año hasta casi seis horas, es decir, lo equivalente a recorrer alrededor de 500 o más de 600 kilómetros. La tortura de cruzar ya es rutinaria y prácticamente una costumbre para los que lo hacen constantemente. En cambio, para el turista que lo hace por primera vez es un viacrucis que solo se puede solucionar si las autoridades de Bolivia y de Brasil coordinan para mejorar el servicio migratorio. 

 

El defensor del Pueblo
no suena ni truena estos días en los que el país pasa por una creciente conflictividad. Ha sido criticado por la demora en el procesamiento de una denuncia de supuesta tortura a universitarios durante una protesta en La Paz. Una autoridad tan importante debería tener un rol determinante, sobre todo en la mediación. El problema en este caso es que se lo ve muy vinculado al oficialismo, lo que lógicamente genera desconfianza. Se echa de menos instituciones que ayuden a la conciliación de las partes. 
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