Con 15 años se enteró que no tiene documentación estadounidense. Si bien esta noticia la llenó de temor, también la impulsó a buscar los medios para quedarse en el país norteamericano

El Deber logo
15 de marzo de 2018, 7:29 AM
15 de marzo de 2018, 7:29 AM

Nicolle Uria tenía 15 años cuando su familia le reveló un secreto que guardaba desde que era bebé: era una inmigrante indocumentada. Saberlo la llenó de temor, pero también fuerza para luchar por su futuro en Estados Unidos, el único país que conoce. "Lo último que pensé fue que era indocumentada", cuenta dos años después de aquella noche en que su vida se volvió incierta.

Nicolle, que cursa el último año de secundaria en Annandale, en Virginia, quiere ir a la universidad y convertirse en periodista. Es buena estudiante, integra el equipo de voleibol de su escuela y edita la sección de entretenimiento del periódico escolar. Pero no sabe si podrá cumplir su sueño.

Como otros casi 700.000 jóvenes llegados al país sin papeles cuando eran niños, se siente "en el limbo" desde que el presidente Donald Trump anunció en septiembre el fin del DACA, el programa que desde 2012 regulariza temporalmente su situación migratoria.

Trump dio al Congreso un plazo de seis meses para legislar sobre los "dreamers", como se conoce a estos inmigrantes, la gran mayoría latinoamericanos. Pero el programa, que debía cancelarse el 5 de marzo, sigue vigente tras dos fallos de jueces federales que suspendieron la decisión del gobierno.

Mientras la suerte del DACA se dirime en los tribunales y los legisladores no llegan a un acuerdo sobre el destino de los "dreamers", Nicolle, una boliviana que siempre pensó que había nacido en Estados Unidos, teme tener que separarse de sus padres, hermanas y sobrinos.

"Volvería a un país que ni siquiera conozco", dice, con los ojos llenos de lágrimas. "No tengo recuerdos de Bolivia".

Sus padres la trajeron a Estados Unidos cuando tenía un año. Iván Uria, un exempleado público, y Giovanna Portugal, una arquitecta desempleada, limpiaron casas y oficinas, trabajaron en una gasolinera o cuidando niños con la mira puesta en la educación de sus tres hijas, siempre haciendo creer a Nicolle que todo estaba bien.

"No quería romperle el corazón diciéndole la verdad", afirma Portugal, que una vez rogó a la líder scout de Nicolle que le dijera que no había más cupos para un paseo a la Casa Blanca, para evitar tener que confesarle a su hija que no tenía los documentos para ingresar.

Ella y su marido consiguieron hace poco los papeles luego de que sus hijas mayores, Ariana, de 31 años, y Lizzet, de 29, ambas graduadas universitarias, se casaron con estadounidenses. Pero legalizar a Nicolle es un camino complejo y el miedo a la deportación es real.