A propósito del aniversario de la democracia en Bolivia, el activista de Derechos Humanos, Pablo Solón, reflexiona sobre este régimen político a escala global

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18 de octubre de 2018, 10:13 AM
18 de octubre de 2018, 10:13 AM

La democracia no es solo una forma de Gobierno. Es un proceso de participación de la población. Toda democracia se agota y se suicida cuando no hay un proceso de participación social. La democracia es como una bicicleta, que si no se la pedalea, se cae.

En esa medida, el tema central para evaluar la democracia no está en las instituciones, sino en cuál es el accionar de la población, cómo esta se ha venido involucrando o no a lo largo de estos 36 años en Bolivia.

Desde el punto de vista institucional, podemos ver cambios que siempre han sido hacia adelante con pequeños baches, como la última interpretación que ha realizado el Tribunal Constitucional sobre la reelección como un derecho humano. Pero, en general, en estos 36 años desde el punto de vista normativo ha habido avances.

Sin embargo, creo que ese no es el tema clave. Tenemos que ver cómo ha sido el accionar de la sociedad. En ese sentido, hay que marcar cuatro periodos que se han vivido desde 1982. Uno muy breve, hasta 1985, que está caracterizado por grandes esperanzas y grandes frustraciones con el Gobierno de la UDP.

Es el momento del triunfo, pero de la imposibilidad de ir más allá frente a los que fueron las dictaduras militares. Después tenemos un segundo periodo, muy largo, de 15 años, entre 1985 y 2000, que es un periodo de regresión neoliberal.

Esto va a dar lugar al tercer periodo que va hasta el año 2011, marcado en un principio por la Guerra del Agua, que cambia la relación social de fuerzas.

Esto vuelve protagonista a la sociedad en términos de los recursos naturales como el agua o el gas. Esto se va a expresar en el resultado electoral de 2005 y los primeros años del Gobierno autodenominado del Proceso de Cambio. Esta fase termina con el Tipnis en 2011.

Desde entonces, comienza un cuarto periodo, regresivo otra vez, de corte populista, extractivista y con rasgos autoritarios. Lo que hace es transformar a muchos actores sociales en clientes.

Se establece una relación clientelar entre el Estado y sectores de la población afines al MAS, que en lugar de desarrollar un accionar crítico y autónomo, esperan alrededor del sector público qué les pueden dar para mantenerse.

Por eso tenemos un decaimiento de la democracia desde el periodo 2011, que se va a manifestar a nivel institucional, pero sobre todo, porque ese carácter vigoroso que hubo anteriormente ya no está. Los librepensadores son cuestionados, perseguidos.

Es decir, estamos en un periodo de regresión populista y extractivista.

¿Cuál va a ser el futuro de la democracia? Lo que pase en la democracia en Bolivia no puede verse fuera de lo que pasa a nivel mundial y latinoamericano.

El contexto mundial no es favorable a procesos de profundización democrática sino

lo opuesto. Lo más reciente es el triunfo de Bolsonaro en Brasil. Bolsonaro abiertamente expresa su simpatía con formas dictatoriales de Gobierno.

Algo parecido lo tenemos con Rodrigo Duterte en Filipinas, Donald Trump en Estados Unidos, en algunos países europeos.

Es decir, hay un contexto adverso para la democracia. Esto se puede manifestar o no en nuestro país. Esto se ha dado porque hubo una suerte de agotamiento de la democracia, porque cuando esta se reduce solamente a un manejo institucional es fácilmente capturada por élites, neoliberales o populistas de izquierda o de derecha, entonces surge una suerte de malestar en sectores de la población frente al manejo institucional de la democracia. En este terreno se crea un caldo de cultivo para expresiones de derecha que promueven accionares por fuera de juego democrático.

En el caso boliviano soy optimista, pero con cautela.

Creo que, precisamente, los 36 años de la democracia se recordaron con un proceso de movilización de la población que es muy saludable.

Hay que ser cautos porque, en caso de imponerse la visión autoritaria de la reelección pueden comenzar a cundir en el país aquellas visiones de salidas más racistas, xenófobas y discriminatorias.

Por eso resalto que en todo ese proceso de rechazo al continuismo que se viene es fundamental rescatar las raíces indígenas de Bolivia. Sería un gravísimo error que, los que promueven la superación de una forma democrática, que adopten una posición que no sea inclusiva hacia todo lo que tiene que ver con los indígenas.

Este es un tema clave que, si se da en el país, podremos evitar que esta reacción acabe teniendo los resultados trágicos y no deseables que estamos viendo en el caso brasileño.

Si el Gobierno insiste en desoír este reclamo de la población puede llevar a la confrontación y al surgimiento de expresiones cuasi fascistas como la que está ocurriendo en otros países.