“Voy a sentarme y que alguien me dé algo, no sé qué más hacer”: las vidas del rascacielos derrumbado en Brasil

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2 de mayo de 2018, 7:26 AM
2 de mayo de 2018, 7:26 AM

Leandro Renitz Oliveira, un hombre rubio de 29 años y ojos enrojecidos sentado en el suelo de una calle en el centro de São Paulo, tiene un pequeño ritual para todo aquel que le dirija la palabra esta mañana. Deja de sollozar y saca una cartera negra del bolsillo de sus vaqueros; rebusca en ella y extrae un cartón arrugado que tiene una serie de sellos. Indican cada pago que ha realizado por vivir en el rascacielos donde ha estado con su mujer desde -según el primer sello- el 16 de diciembre de 2016.

Ese edificio es ahora un montón de escombros llameantes y una columna de humo bordeada por vecinos tan confusos como él. Todo esto está físicamente delante de Leandro pero él no aparta la mirada del cartoncito. “¿Ve? Está todo en orden”, le muestra a quien quiera escucharle, con cierta esperanza. “¿Ahora usted es de los que viene a ayudar?”. La respuesta generalmente es no, pero Leandro no desiste. "Voy a quedar aquí sentado hasta que alguien me dé algo, no sé qué más hacer", confiesa.

Leandro forma parte de las 150 familias que ocupaban un edificio en el centro de São Paulo hasta que ayer, en cuestión de segundos, se derrumbó. Sus 24 pisos de metal y hormigón se vinieron abajo de golpe, como los castillos de naipes: el incidente más espectacular y probablemente evitable de la historia paulistana reciente. Si se salvó a todos los inquilinos menos a uno (cuya muerte aún no se ha confirmado) es porque el derrumbamiento fue consecuencia de un incendio que había estallado a la una y media de la mañana y que duró horas, durante las cuales los bomberos tuvieron tiempo de desalojar a los 400 vecinos. “A todos menos a esa persona”, explica a EL PAÍS Max Mena, coronel del cuerpo de bomberos de São Paulo y uno de los responsables de las operaciones de rescate. “A esa persona la estábamos rescatando cuando se derrumbó el incendio. Ahora solo queda rebuscar entre los escombros y si en las próximas 48 horas no encontramos nada, entramos con máquinas a retirarlo todo”. No muy lejos, el capitán Marcos Palumbo admite: “En mi experiencia no es fácil encontrar gente con vida a estas alturas”.

La pregunta del millón para las autoridades es cómo se ha llegado hasta aquí: cómo un edificio, inaugurado en 1966 en pleno centro de la mayor ciudad latinoamericana, durante el boom de la construcción de estilo internacional, puede derrumbarse sin más. La policía sospecha que el fuego se inició con una explosión en una cocina del quinto piso, pero eso no explica el mal estado de la construcción. Fue sede de la Policía Federal entre 1980 hasta 2003, momento en el que se quedó vacío y desatendido. Fue ocupado y desalojado varias veces desde entonces; en la última oleada, quien gestionaba la ocupación era un grupo llamado Movimento de Luta por Moradoria Digna (Movimiento por la Vivienda Digna, MSLM por sus siglas en portugués), el cual cobraba a las familias un precio simbólico por vivir ahí: entre 80 reales (19 euros) y 250 (59 euros), que es lo que indicaban los sellos en el cartoncito de Leandro. Pero la propiedad seguía siendo del Gobierno brasileño, que insiste en que se lo cedió al ayuntamiento de São Paulo el año pasado.

El caso es que nadie revisó ni mucho menos restauró las estructuras del edificio. Preguntado por ello, un empleado del gobierno del Estado de São Paulo que prefiere no ser citado protesta: “Hay casi cien edificios ocupados en São Paulo, ¿qué quiere usted que hagamos? Es problema de la ciudad”. Las cifras que maneja el ayuntamiento son 70 edificios ocupados con 4.000 familias. De repente, no hay motivo para pensar que cualquiera de ellos no pueda derrumbarse mañana. 

Para los supervivientes, la pregunta del millón es otra: no tanto cómo han llegado hasta aquí sino qué van hacer después. Lo han perdido todo. “Y todo es todo”, alerta estoicamente Lorraine, de 37 años, hasta ayer inquilina de un apartamento y hoy sentada entre bolsas de basura en las escaleras de una iglesia cercana. "Todo es la casa, mis documentos, mis cosas y la vida entera”. No tienen claro hasta qué punto las autoridades se van a ocupar de ellos. “Nos llevan a albergues ahora pero no sé hasta cuándo ni cómo vamos a recuperarnos”, insiste.

Como proponiendo una respuesta, Aliane una administradora está al otro lado de las escaleras: una mujer de un barrio lejano que ha llegado con ropa usada de marca recolectada entre sus vecinos. La está regalando a quien la quiera. “Es lo mínimo”, aduce. “Antes no tenían nada y ahora no tienen ni dónde caer muertos. Hablando en portugués claro, están en un estado de mierda en una ciudad de mierda”. (El País).