Cada vez es más común y fácil pedir comida preparada a la casa. ¿Qué hay detrás de esta tendencia que gana cada día mayor espacio en Santa Cruz?

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10 de febrero de 2019, 19:00 PM
10 de febrero de 2019, 19:00 PM

El personaje principal en el negocio de las entregas a domicilio no es el cliente hambriento; tampoco es el desarrollador de la aplicación; mucho menos, el gerente de marketing o los creadores de la idea. Ni siquiera los restaurantes que proveen la comida o el motociclista o ciclista que transporta el producto. El personaje principal es el tiempo.

Por ejemplo, miremos a los amigos de Miguel Ángel Organidia. Son universitarios y aún mantienen la costumbre escolar de juntarse para jugar en un café internet. Son siete los fanáticos de los videojuegos en línea y están concentrados desde la mañana y pretenden seguir durante toda la tarde. El problema es que tienen que detenerse para almorzar, y nadie quiere dejar de jugar y perder tiempo para ir a comprar comida. “Al final, siempre iba el más hambriento y todos le dábamos la plata para que nos traiga algo. El resto seguía jugando”, cuenta Miguel Ángel.

Así descubrió que, si tuvieran una aplicación para pedir comida, ni se molestarían en perder tiempo de juego. Poco después, Miguel Ángel comenzó a enseñarse a sí mismo -pese a que no es ingeniero de sistemas- cómo desarrollar una aplicación. Así nació Delivery KM6, que atiende pedidos en la zona sur de la ciudad. Obtuvo el dinero para este emprendimiento de un pequeño negocio de instalación de equipos para internet.

Cada uno tiene su zona

Cerca del kilómetro 6 de la Doble Vía a La Guardia opera Mr. Delivery, pero según algunos motociclistas, sus clientes están más cerca del cuarto anillo, aunque aspiran a copar la mayor cantidad de clientes que se pueda.

“Dos veces a la semana, un señor que vive por Equipetrol nos pide comida. Dice que las demás tardan hasta dos horas, y nosotros, como máximo, tardamos 58 minutos en un día complicado, y esto que estamos más lejos”, dice Miguel Ángel.

El propietario de Mr Delivery, José Iván Gutiérrez, vive cerca de Unitel, y tampoco le llegaban los pedidos con frecuencia. Destinó 1.500 dólares para desarrollar su aplicación para abandonar el servicio por WhatsApp y ahora quiere ampliar el servicio. Si alguien se olvidó las llaves, o los lentes, podrá contar con un motociclista para que se las lleve; si se quemó un foco y hay que comprarlo, ahí está el motociclista. Si hay que pagar facturas, también. “La clase media quiere que le resuelvan su problema de tiempo”, dice, con mucha sabiduría.

Yo no pedí condones

Quien desee convertirse en repartidor tiene que cultivar la tolerancia y la paciencia. No faltan los clientes que escriben en la app que específicamente quieren cuatro vasitos de llajua. Si le llevan uno o dos, no recibe el pedido. Algunos hacen corretear al repartidor por cincuenta centavos para el cambio. Ellos lo hacen, pero les ahorraría tiempo si, con una generosidad mínima, el cliente los cede.

En otra ocasión, en una casa elegante, al repartidor le faltó un boliviano para dar cambio. El cliente reaccionó. “¿Qué te creés vos para engañarme un peso? ¡Con diez pesos podés llenar tu tanque y andar por toda la ciudad!”. Luego selló sus palabras con un portazo.

Como compensación, a veces hay quienes dejan todo el cambio para el repartidor, y esas sumas a veces superan los veinte bolivianos. “Les agradezco mucho por su generosidad. Nos viene bien”, comenta Richard Banegas.

Menos frecuente es el caso de ciertas personas “de dudosa reputación” que piden comida y dejan propinas de 30 dólares o a veces más. “Suele pasar cuando algunos están con mujeres”, cuenta otro motociclista.

Las anécdotas entre los motoqueros son varias. Uno de ellos cuenta que fue a dejar tres cuartos de pollo a la casa del gobernador Rubén Costas, y salió él en persona, luciendo shorts y chinelas, a recibir el pedido. “Fue amable”, comenta el motociclista de Patio Delivery.

Uno de los momentos más incómodos se transformó en una anécdota que hasta hoy los repartidores de Patio recuerdan.

Adrián, un ciudadano chileno que trabaja hace dos años como encargado de logística en Patio Service, también entrega pedidos. Le tocó visitar una casa elegante, en un barrio rico, donde esperaban una entrega de condones y lubricante vaginal.

Cuando llegó a la casa y tocó el timbre, vio que una vagoneta estacionaba cerca de la puerta. Bajó una señora que, con una curiosidad mal disimulada, preguntó quién había hecho el pedido. Adrián no tuvo más opción que explicar que había sido alguien llamado Bárbara.

-“Es mi hija. Y de la farmacia. ¿Qué estará pidiendo, no? A ver, quisiera ver”

-Claro, señora.

Cuando la mujer empezaba a digerir la sorpresa tras haber visto los condones y el lubricante vaginal que había pedido su hija de 16 años, se entreabrió la puerta de la casa.

Lo primero que vieron los dos jóvenes que salieron a recibir el erótico pedido fue al repartidor. Se alegraron y uno de ellos sonrió hasta que la puerta terminó de abrirse y vieron a la mujer, que era la mamá de Bárbara.

La joven había ido a la casa de su novio, pero la mamá intuyó algo y llegó en el momento en el que se estaba por entregar el pedido.

-“Nosotros no hemos pedido eso”, decían los muchachos, en un vano intento por disimular la situación.

-“¿Vos pediste esto?”, preguntó la mamá a Bárbara.

-“No mami, no pedí”

- “¿Fue Bárbara la que llamó?” (pregunta cruzada al motociclista).

- “Sí, señora”.

Adrián quería entregar de una vez el pedido y recoger su dinero, y la madre quería llevarse a Bárbara cuanto antes: “Entrá a la vagoneta”. Finalmente, los muchachos tuvieron que pagar por los condones y el lubricante, y los motoqueros se lamentaban, al escuchar la historia, de que no hubiera tenido un final feliz para los jóvenes.

Factor clave

A veces, golpear primero es golpear dos veces. Fue lo que ocurrió con Patio Service, una idea que comenzó en 2012 y empezó a funcionar en 2015 en Santa Cruz. La idea surgió de un par de amigos que querían dedicarse al e-commerce o comercio electrónico. Tenían experiencia manejando la logística de restaurantes, así que decidieron crear la aplicación, que es enteramente boliviana y desarrollada con talento local y, como les gusta decir, a la medida de los clientes y de los restaurantes y supermercados.

Actualmente, atienden a 350 restaurantes en toda Bolivia (250 en Santa Cruz) y han realizado cerca de 300.000 entregas.

Aunque en 2012 no existía este tipo de tecnología en el país, Juan Pablo Salinas consideró que se trataba de un negocio a largo plazo. “Pudimos acercar a comensales con restaurantes y cientos de ‘patiorepartidores’ que en su tiempo libre pueden generar muy buenos ingresos. Ayudamos a crear muchos empleos y que estos tengan mejores ingresos que en el sector tradicional”, dice.

Una de las beneficiarias de este sistema es Jessica, que entró a trabajar con su bicicleta animada por su novio. “A él le iba bien”, cuenta. Ahora entrega pedidos por el centro y hasta el cuarto anillo. “Cuando mi novio está en la universidad uso su mochila grande y puedo llevar más peso”, comenta.

Alejandra utiliza sus horas libres para repartir y así ayudar a su hija de cinco años. “Soy madre soltera y ella está estudiando. Yo también. Estoy en el instituto Domingo Savio, estudiando Contabilidad. Ambas nos estamos superando”, dice.

La foto de su WhatsApp solo muestra una imagen ilustrativa. Sus clientes creen que están chateando con un hombre, y se sorprenden cuando la ven llegar.

Tanto Alejandra como Jessica dicen que no han visto ningún rasgo machista ni en sus colegas ni en sus clientes. “Son muy respetuosos y buenos”, comenta Jessica.

Las excepciones

La mayoría de los repartidores comparten una cultura corporativa que premia la paciencia, la amabilidad y el trato correcto. Sin embargo, se suele sancionar a quienes sin explicación alguna tardan demasiado en las entregas o a quienes quieren prestar servicios por su cuenta.

Los que son muy groseros con el cliente son, casi siempre, apartados del grupo. Si la demora es mucha, se ofrecen compensaciones, como un pedido gratis o alguna comida gratuita. “La idea no es que eso ocurra, porque el cliente quiere rapidez”, explica Juan Pablo Salinas.

Desde el otro lado del mostrador, Walter Vásquez ve que las aplicaciones ayudan a satisfacer a los clientes. Atiende Coffee Cherry, un negocio del centro que puede vender sus paninis y frappés cuando llueve. Ni bien asoman unas gotas, la gente comienza a pedir con las aplicaciones. La ventaja para Walter consiste en que si no hay pedidos, tampoco se paga por el servicio. “Es conveniente para ambos. Todo mundo gana. Nosotros somos una marca que está emergiendo, y esto nos ayuda”.

1. Variedad. Solo se reu - nieron para la fotografía, porque cada servicio tiene un área que mejor domina

2. Peligro. El tráfico es siempre complicado. A veces hay accidentes. Deben tener un seguro perso - nal, que cubre una parte, pero los colegas co - laboran y otro tanto lo hace la empresa.
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