Hace siete años están juntos por una buena causa, son parte de la Asociación de Empleados de Aeronáutica Solidaria

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14 de julio de 2019, 4:00 AM
14 de julio de 2019, 4:00 AM

Un señor que se levantó muy temprano y que paseaba por la playa encontró en su camino un montón de estrellas de mar en la orilla, las mismas que después de un minuto fuera del agua morían. Iba esquivándolas, pero vio a un niño que cogía las estrellas y las devolvía con mucho afán al mar. El adulto se acercó al pequeño y le dijo: “No tiene sentido lo que haces, mira la gran cantidad que hay en la orilla”. El niño se agachó, miró una estrella, la devolvió al mar y respondió: “Para esta sí tiene sentido lo que hago”. Esa historia resume la filosofía de la Asociación de Empleados de Aeronáutica Solidaria (AEA Solidaria), una ONG conformada por tripulantes de la aerolínea Air Europa, conscientes de que, aunque no pueden cambiar el mundo, desde el impulso a la educación con su proyecto Rescatando Estrellas, contribuyen a la lucha contra la pobreza y la desigualdad.

La historia comenzó en 2010 cuando, en uno de sus habituales viajes laborales por el mundo, aterrizaron en República Dominicana, pocos días después del terremoto en Haití. Cruzaron al país vecino con sus propios medios y se conmovieron con el dolor, “fue lo más terrible que nos tocó ver”, recuerda Marta Andreu, la presidenta de AEA Solidaria. La semilla del altruismo ya estaba en proceso de germinación. Ayudaron en África, luego en India, pero necesitaban dar continuidad a su labor, así que se constituyeron legalmente en una asociación en 2013, montaron proyectos en los destinos permanentes de la aerolínea en la que trabajan. Posaron los ojos en Bolivia y en República Dominicana, donde pueden llegar todos los meses, al menos una vez.

En Bolivia, la casualidad favoreció al Hogar de Niños. Una de las tripulantes de Air Europa pasaba por la puerta del centro cuando coincidió con el director, entablaron charla, entró a conocer y luego llegó con sus colegas. Y así, las visitas ya llevan siete años. Lo que debería ser el fin de semana de descanso de azafatas, sobrecargos, pilotos, copilotos y mecánicos de aviación en hoteles cinco estrellas, durante los viajes, se convierte en un acto de amor y en oxígeno emocional para los 129 pequeños del hogar.

La tripulación, todos españoles, hacen lo posible por coincidir en los viajes, con el objetivo de que su corta estadía sea sinónimo de juegos, baile, comida, apoyo escolar y mucha conexión con estos varones entre los 6 y 17 años, que ansían un momento familiar.

A los europeos les tomó entre seis meses y un año ganar la confianza de los administradores del hogar, ahora pueden llevar a los niños y jóvenes a parques, en compañía de educadores, a modo de sacarlos de su rutina. En su más reciente viaje, todos se reunieron en el Parque Autonómico del cuarto anillo y Roca y Coronado, comieron carnes a la parrilla, juntos prepararon la comida, jugaron, etc. desde mediodía hasta la tarde, por dos jornadas.

“En República Dominicana el proyecto es nuestro, acá solo somos colaboradores y lo que hacemos es tratar de cubrir necesidades no cubiertas, sobre todo las emocionales. Ellos son chicos que cumplen una condena por un delito que no han cometido, que es pasar 365 días metidos en el mismo sitio, con unas mochilas emocionales muy fuertes de abandono, de malos tratos. Ellos no tienen todas las noches a una mamá que les dé un beso o a un papá que los arrope a la hora de ir a dormir, solo buscan el contacto humano. Vamos caminando con tres niños cogidos de cada mano, o encima”, cuenta Marta.

El contacto de los tripulantes con estos niños deja más enseñanza a los primeros. “Todas las historias nos descolocan. Muchos de nosotros somos padres y madres y no podemos entender que una madre no recoja a su hijo el fin de semana, solo el 30% es huérfano; puedo entender que por una cuestión de recursos no pueda hacerse cargo del chico, y una opción es dejarlo en un orfanato, pero no concibo que el niño se quede cuatro horas con la bolsita de ropa en la banca y sin que alguien vaya por él. Es muy fuerte pensar que en esta ciudad hay la necesidad de tener una avenida solo de orfanatos (Centenario), eso nos impactó la primera vez, te pellizcas y dices “qué pasa en Bolivia”, porque en La Paz y en Cochabamba ocurre lo mismo”, lamenta Andreu. Precisamente, otro de los hogares al que colaboran, en la misma avenida, es el de Fátima, que acoge a los más pequeños, muchos de ellos en proceso de adopción. “Les damos pañales, ropa, biberones, leche, shampoo, toallitas para limpieza”, explica.

Es la primera vez que Celia Vásquez se acopló a la experiencia, y quedó conmovida. “No me conocían y en el momento en que entré me abrazaron como si me hubieran visto antes, ellos solo quieren cariño, es impresionante, es una sensación que merece la pena”, recomienda.

En una anterior oportunidad, a ‘Kike’, piloto, le tocó el turno sin sus compañeros, y estuvo con 100 chicos al mismo tiempo, la consigna era no fallarles. “Es espectacular, en un mes sin venir se les echa mucho de menos, ellos se lanzan a los brazos, el tiempo se nos hace poco. Cuando nos vemos ya preguntan cuándo vuelven. Por suerte, en algún mes hemos podido venir en dos turnos”, cuenta.

Para Jonás, cada visita es un ritual. “Cuando están en el hogar son un niño más, con una experiencia más, pero nadie les pregunta y tú qué has pasado o qué has dejado de pasar. Nosotros tenemos ese tiempo de estar con ellos, es su momento, de que el niño hable y sienta que alguien lo escucha, lo único que necesitan es que alguien les haga caso, sentirse como individualidad, con un simple ‘cómo te ha ido’”.

En este viaje, Kike trajo a su hija de 15 años a pasar su cumpleaños en Bolivia, es la segunda vez que viene. El hijo de Marta Andreu también ha venido, estuvo como voluntario un mes en el Hogar Santa Cruz. Y Marta Ríos, la vicepresidenta de AEA Solidaria ya introdujo a sus dos hijas y a su sobrina en estas filantrópicas travesías.

2. Unidos. Todos ellos visitaron el hogar en julio.
3. Juegos. Javier se divirtió con los niños hace dos fines de semana.

Rescatando estrellas

Si bien la ONG solo hace una labor de colaboración en Bolivia en los hogares, no pierde de vista su brújula original: la educación. Como parte de su proyecto Rescatando Estrellas en Bolivia, becó a uno de los chicos del Hogar Santa Cruz, Jorge Peña Flores, por un año, para que estudie gastronomía en Palma de Mallorca, en España. Hoy trabaja en el restaurante Sach’a y continúa formándose como chef en la Escuela Tatapy, aún con financiamiento de AEA Solidaria.

“Jorge es un chico al que su abuela dejó en un orfanato cuando tenía tres años y al que su madre sacaba los fines de semana para ponerlo a trabajar, y como él se negaba, le daba palizas, hasta que, a los cinco años, dijo en el hogar que no quería salir más. A los 15 años lo mandaron a la ciudad, al Hogar Santa Cruz, pero al cumplir la mayoría de edad se vio obligado a salir y buscar un cuarto con una cama para tres personas”, recuerda Andreu.

Cuando AEA Solidaria pidió al hogar un chico mayor de edad para becarlo, eligieron a Jorge por sus aptitudes. Una vez en España, fue el primero de su clase y, aunque tuvo la oportunidad de irse a una casa de emancipación, pidió quedarse en el hogar de Marta Andreu: “Nunca he vivido en una familia”, dijo. Y a Marta se le humedecen los ojos cuando recuerda cómo su hijo llama hermano a Jorge. “Ha sido un hijo más, es un héroe, nos deja una lección de resiliencia porque dio la vuelta a su traumática situación, su familia somos nosotros”, dice.

En ningún momento Marta tuvo problemas con invitar a su casa a quien inicialmente era un extraño. “El miedo es lícito, pero frena y paraliza. Si nos ponemos a pensar en eso, sería la excusa fantástica para que nadie hiciera nada, es trabajo de valientes. Estos chicos, con cariño y dedicación, cambian, solo hay que darles una oportunidad”, opina.

“Estudié en la Escuela de Hotelería de Islas Baleares, aproveché esa oportunidad porque es una carrera que me apasiona, mi sueño siempre fue estudiar Gastronomía. El apoyo de la ONG fue fundamental en el día a día con mis estudios y el cariño que me dieron fue como a un hijo más, sabiendo que yo no vivía con mis padres, ellos llenaron ese vacío”, cuenta Jorge, que ahora divide su tiempo entre sus estudios en Tatapy y su trabajo en Sach’a.

Marta dice que hacen esta labor en República Dominicana y en Bolivia, no así en su patria natal, por la cantidad de niños en situación de vulnerabilidad. “En España no vemos lo que vemos acá, tenemos menores abandonados y maltratados, pero hay una administración que se ocupa de ellos. En Mallorca hay un sicólogo por tres niños, acá hay uno para 120, que además solo los atiende una vez por semana. Allá no hay una avenida de orfanatos, sin contar los centros en otros puntos y otras poblaciones como Cotoca”, argumenta. Para ella, en Bolivia y República Dominicana la base es la misma, “son personas sin recursos, con un nivel cultural bajo, sin planificación familiar, no hay igualdad de género asentada, la mujer no vale nada, normalmente hay mucho consumo de alcohol, de estupefacientes y la mujer se queda embarazada, trae niños al mundo y luego no tiene la capacidad para salir adelante, ni el apoyo de la familia. Cuando se indaga, van repitiendo modelos”, por eso también tratamos de trabajar con las familias y los más pequeños, explica.

Una de las principales dificultades con las que tiene que lidiar la ONG cada vez que trata de ayudar en Bolivia es la Aduana. “Conseguimos muchas donaciones con campañas que están en la oficina, pero piensan que no tenemos nada mejor que hacer en nuestro tiempo libre que ir a vender ropa de segunda mano a un mercado, eso nos dicen en Aduana. En una oportunidad observaron un libro de Winnie the Pooh, dijeron que no era de uso personal”, recuerda Andreu, pero reconoce que en esta última visita los funcionarios se portaron mejor cuando les mostraron una carta del Hogar Santa Cruz, para el que trajeron ropa de cama. “En República Dominicana es al revés, nos dan las facilidades”, compara.

1. Apoyo. Ayudan a los pequeños en sus tareas escolares.

La obra en el Caribe

En República Dominicana, específicamente en Boca Chica, la ONG hace siete años montó un centro de enseñanza y apoyo escolar que hoy alcanza a 500 varones y mujeres entre 6 y 22 años. “No es un orfanato, se llama La Matica, los niños lo bautizaron así porque les da la sensación de refugio y lugar de protección, fue creado con el objetivo de que pasen el menor tiempo posible en la calle porque es ahí donde está el peligro. A diferencia de los chicos de Bolivia, los de República Dominicana viven con las familias, duermen en casas de cartón, de madera, hacinados, no tienen garantizadas las comidas, de hecho, hay niños que no tienen ni siquiera una comida al día, con una vulnerabilidad extrema, muchos llegan de Haití buscando un futuro mejor que no han encontrado. El objetivo es darles educación”, explica Andreu.

No están obligados a ir, pero van, a veces atraídos por el alimento. Según la cabeza de la ONG, se destacan en sus escuelas, ya que la educación en el país caribeño es precaria y floja. “Desde el momento en que no tienes cubiertas las necesidades básicas la escuela es lo de menos”, opina.

AEA Solidaria ya mandó a España a una becaria, Diana, que se formó en peluquería y peinado, pero también en derechos femeninos.

5. Juntos. Grandes y chicos cocinaron las hamburguesas en equipo.
6. Tarde para ellos. Comida, juegos y calor humano son parte de la cita.
4. Felicidad. A Jonás los pequeños se le colgaron del cuello.