Revelación. Un estudio de ADN confirma que varios supuestos vestigios de la esquiva criatura pertenecen a variedades de oso de los Himalayas

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10 de diciembre de 2017, 4:00 AM
10 de diciembre de 2017, 4:00 AM

Nacido en una época en que la exploración europea derribaba las últimas fronteras del planeta, el mito del “abominable hombre de las nieves” mezcló leyendas pre budistas sobre un “ser del glaciar”, con la fascinación de aventurarse en parajes inhóspitos, e incluso errores de traducción del tibetano al inglés y deliberados intentos por fascinar a los lector de diarios como el Times de Londres.

La figura del yeti, tan borrosa entre la nieve como en los relatos de quienes dijeron haberlo visto, creció durante el siglo XX, a partir del primer “avistamiento”, hecho en 1921 por el militar británico Charles Howard-Bury durante un reconocimiento del monte Everest y acaba de ser demolida por un análisis de ADN: la mítica criatura de las nieves eternas del Himalaya es en realidad un oso de alta montaña de Asia. Tres variedades de este omnívoro, para ser exactos: el negro asiático, el pardo tibetano y el pardo del Himalaya.

"Nuestro hallazgo apunta a que los elementos biológicos que sustentan la leyenda corresponden a osos locales", indicó Charlotte Lindqvist, bióloga que lideró el estudio publicado en el Royal Society journal Proceedings.

El informe reunió por primera vez gran cantidad de pruebas genéticas procedentes de huesos, dientes, piel, pelo y muestras fecales atribuidas a la esquiva criatura, procedentes de colecciones privadas y museos en el mundo. El análisis apunta a 23 osos, de las subespecies mencionadas.

Un seductor misterio

En el libro sobre su expedición, Howard-Bury describe "huellas como las de un hombre descalzo", aunque las atribuye a un gran lobo. Pero sus guías aseguran que se trata de un metoh-kangi, "un hombre-oso de las nieves".  

En 1925, un miembro de la Royal Geographical Society alimenta el misterio, con su testimonio sobre una silueta parecida a la de un hombre cruzando un glaciar.

Al menos dos expediciones en los años 1950 salieron a buscar al yeti, lo que dio pie a más reivindicaciones sobre su supuesta existencia en la segunda mitad del siglo XX.

Pero el uso del nombre "Abominable hombre de las nieves” comenzó cuando Henry Newman, columnista del diario The Statesman, en
Calcutta, entrevistó a los cargadores de la expedición de 1921. Newman tradujo erradamente la palabra tibetana "metoh" como "sucio", y la sustituyó por "abominable", con algo de licencia artística. Años despúes, en una carta al diario The Times, admitió que “la historia parecía una creación tan fascinante que la envié a uno o dos diarios”. 

"Aunque no hay pruebas" de que existan estas criaturas, "es imposible descartarlas por completo", dijo Lindqvist. "A la gente le encantan los misterios", sella.