El cineasta boliviano se redefine. “La irrealidad te permite filmar lo que no sabes”

El Deber logo
3 de junio de 2018, 4:00 AM
3 de junio de 2018, 4:00 AM

Fue el tráfico de la avenida Sánchez Lima el que partió en dos el hígado de Marcos Loayza. Tenía ocho años de edad cuando un auto lo arrolló. Ese accidente lo recluyó en cama durante varios meses. En ese lapso despertó su afición por los comics; a su cama le llevaban las publicaciones de Disney y las historietas mexicanas que contaban las aventuras de Santo, Mil Máscaras -que, en el fondo, detestaba igual que las fotonovelas- y de Linterna Verde. 

Había domingos familiares en los que el comic y las películas eran la atracción principal.  Esa afición infantil se convirtió en lectura de historia y teoría del comic, aunque su colección de revistas e ilustradores ha desaparecido. 

De esos días en el paceñísimo Sopocachi le ha quedado la afición por las figuras, el recuerdo de las funciones de matiné, una fuerte inclinación al dibujo y una debilidad en el estómago que no parece importarle mucho.

Música y filosofía
La figura paterna era muy notoria en la casa de Marcos. Atiborraba los estantes de buenos libros y buenos discos. Se llevaba al futuro cineasta de la mano a la tienda, se compraba un par de discos y otro para su hijo. Así, entre música y comics, transcurrió su temprana adolescencia y llegó la época de la secundaria. 

A los 15 años, Marcos ya había escuchado suficiente música para escribir comentarios de los discos de rock que iban saliendo. «Todo el colegio estaba marcado por esa pasión por la música, por el rock, por coleccionar los discos de  vinilo», cuenta. Era el año de Escaleras al cielo, de Led Zeppelin, y de Money, de Pink Floyd. Con sus compañeros pasaba mucho tiempo en el laboratorio de Francisco Castellanos, el profesor de fotografía. Él les prestaba la cámara y luego volvían a revelar la película. Después del colegio, un amigo instaló un laboratorio en su casa y ahí pasaban días enteros mezclando líquidos, revelando, escuchando jazz y música clásica, las melodías favoritas de Jorge Canedo, el dueño del laboratorio. «Fueron nuestros primeros contactos con la imagen», recuerda su compañero de curso, Angelino Jaimes, que hoy realiza trabajos audiovisuales para la BBC y para Discovery Channel. Eso terminó a mediados de los 80.  

Pero antes, aún en el colegio, descubrieron el placer de pensar, es decir, la filosofía. La figura admirada era el padre Esteban Bertolusso, profesor de esa materia. Así rememora Angelino Jaimes la influencia de Bertolusso: «Son las únicas clases que recordamos hasta ahora. Era demasiado bueno el cura. Al salir del colegio, daba clases en la Universidad Católica y la gente de la universidad también lo respetaba. Era un cura a todo dar, porque había otros que eran medio gilcitos y cuadraditos. Era bueno realmente. Un filósofo». 

Su planteamiento de vida era —recuerda Angelino— ‘ama y haz lo que quieras’. Estimulaba a criticar y a pensar por sí mismos a los estudiantes, que lo escucharon hablar con pasión de su admirado Santo Tomás, de Nietzsche y Descartes, y defender los ideales de izquierda. «Era un cura tercermundista». 

A este cura filósofo recurrió Marcos Loayza cuando estaba filmando Cuestión de fe (1995), su premiada opera prima. Bertolusso analizó con él los planteamientos de la película y le dijo qué podía leer para orientarse en la discusión. Siempre ocurre lo mismo con Marcos Loayza; filma una película y, con el tiempo, comienza a entender los planteamientos de su trabajo. Esto se explica porque él filma a partir de preguntas, no de respuestas. Cuando tiene demasiadas respuestas, su trabajo — dice— se vuelve «demasiado razonado y predecible». Después de filmarla, Marcos Loayza se refería a Cuestión de fe como una obra religiosa, pero con el tiempo se dio cuenta que era un filme sobre la aceptación del otro y sobre la convivencia en democracia. 

En Cuba. La Escuela de Cine San Antonio de los Baños le mostró un cine que no había conocido en Bolivia. 

Calle y barricada
Pero la democracia no es un regalo. En 1978, cuando Marcos Loayza había empezado a estudiar arquitectura, caía la dictadura de Hugo Banzer y se gestaba otra. Angelino Jaimes, Marcos Loayza y cientos de universitarios asistían a manifestaciones, hacían bloqueos y, en medio de las asonadas y gases, vieron el golpe de García Meza,  el asesinato de Luis Espinal y el de Marcelo Quiroga.

«Todo eso nos dio una formación de lucha en las calles», recuerda Angelino. Cerca del departamento de Marcos estaba el café Arte y Cultura, donde se reunía a charlar todo el que tuviera alguna preocupación cultural y política. «Participábamos de alguna forma con las diferentes versiones del marxismo, desde la de Mao hasta la de Groucho», recuerda Jaimes. Integraban un taller de literatura en la que participaron cada jueves Anita Grisi, premio nacional de cuento y mamá de los tres hijos de Marcos Loayza; Cé Mendizábal, ganador del Alfaguara; el guionista Gilmar Gonzáles; el ex decano de filosofía, Iván Oroza, y el cuentista Alfonso Murillo. 

En esos días de fervor cultural no faltaba una presentación de los dibujos de Marcos ni alguna movilización. «Pasábamos mucho tiempo juntos, al extremo de cuando Marcos y Anita fueron papás de Santiago, su primer hijo, se convirtió en el bebé Rocamadour”, recuerda Angelino, lanzando una cariñosa referencia a Rayuela, de Julio Cortázar. 

Angelino está seguro de que hasta hoy, Marcos guarda algunos reproches compinches y alegres por esos días en que su bebé asistía sin querer a la bohemia y a la ruidosa compañía intelectual de sus compañeros. 

Viaje a San Antonio 
El papá de Marcos tenía un sueño. Quería que sea arquitecto, como él, y catedrático, como él. Su talento para el dibujo parecía mostrar ese camino, pero a pesar de haber estudiado arquitectura, miró hacia Francia para estudiar cine. Los gastos eran enormes. Entonces apareció la posibilidad de estudiar en la Escuela San Antonio de los Baños, en Cuba. El nombre de Gabriel García Márquez estaba asociado con la escuela y, además, se ofrecía una beca que incluía pasajes, alimentación y gastos de estudio. No podía perder esa oportunidad, así que fue uno de los cien estudiantes que postuló. Ganó. 

En esa escuela, que está a una hora de La Habana y se ubicaba a milímetros del corazón de Marcos, descubrió la distancia sideral entre el cine que había visto y lo que le faltaba ver. Se sintió arrastrado por la gran ola del Nuevo Cine Latinoamericano y su preocupación por la estética, el compromiso social, el subdesarrollo y lo popular

Los maestros

Uno de sus profesores en San Antonio de los Baños fue Fernando Birri, que filmó Cine y subdesarrollo. De él –padre del Nuevo Cine Latinoamericano- aprendió que se podía creer en la libertad del artista y lo ayudó a ver de cerca cómo se podían establecer nexos entre el cine y la música contemporánea. Lo acercó a los experimentos sonoros de John Cage y a la semiótica y los estudios culturales de Yuri Lotman. Se sorprendió al ver que el gran teórico podía explicar con palabras sencillas sus complejos planteamientos. 

Jean Claude Carrière, el guionista que trabajó estrechamente con Luis Buñuel, le mostró que hay varios puntos de vista de los que puede partir una historia, y de que es posible narrar en varios sentidos. Su manera de contar iba más allá de lo que se suele esperar de todo narrador: que en la historia haya tensión,  un conflicto fuerte, el esperado clímax y la consabida resolución de ese conflicto; más allá del estilo americano, que enseña a escribir la historia en tres actos y con un punto de giro que convierte a la película en una miniserie predecible. No, Carrière consideraba que podía haber situaciones con una carga humana poderosa, y que narrarlas podía  ser más importante que llegar al clímax o conseguir la típica causa-efecto. 

Quien no esté de acuerdo debe tomar en cuenta que Carriére trabajó en los guiones de El discreto encanto de la burguesía y Belle de jour. En suma, empujó a Loayza a correr riesgos en el arte. «No tanto a lograr la corrección, sino la calidad», reconoce. 

El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique le dio un panorama personalísimo de la literatura latinoamericana y lo sorprendió con su humor negro y la crueldad que infligía a otras personas, incluido él mismo. Le dejó sembrada la idea de que tanto la literatura latinoamericana como el cine se han apegado a las orillas, no al fondo. 

García Márquez insistía en la importancia de contar la historia. En clases contaba una y otra vez la misma historia, como un chiste, para mostrar que cada vez se podía perfeccionarla. Descubrió Marcos esto: «Nosotros, los andinos, somos muy solemnes frente al mundo occidental. Le tenemos demasiado respeto a Grecia, a Roma, a París, a Miami. En cambio los caribes no. Ellos se cagan; toman una canción como Ne me quitte pas y la tocan como salsa, o agarran a Faulkner a lo Caribe. Nosotros somos más complicados». 

En suma, Marcos trajo de la Escuela de San Antonio de los Baños las herramientas para narrar como él quisiera. Lo extraño es que solo usó una parte de esas herramientas, al menos hasta Averno, estrenada recientemente. En ese viaje onírico e irreal pudo asumir que se pueden imaginar escenas y seres que no son políticamente correctos y se dio permiso para «combinar la libertad de creación con la libertad de la razón». 

La crítica en Bolivia
Como ha ocurrido con Cuestión de fe, aún falta tiempo para que Marcos Loayza comprenda todo lo que hizo con Averno. Ahí sitúa a la crítica cinematográfica. «La crítica debe tender un puente de diálogo entre el autor y el espectador. El cineasta crea con su alma, con su inconsciente, y todo eso es más grande que él.

El crítico debe acercar esa grandeza o dialogar». Marcos dice que la crítica boliviana se enfrenta a una nueva película como si la obra estuviera rindiendo un examen y se limita a calificar si la obra es buena o mala, si pasa o no el examen. «Es una reseña con nota. El crítico tiene más bagaje que el autor y más que el espectador, así que debería hacer una lectura diferente. Debería preguntarse por qué hizo algo el autor». También critica que no haya en el país una crítica institucionalizada que se manifieste en los medios. 

El cine actual

El director de El corazón de Jesús considera que durante el siglo pasado, fue un grave error que el artista se subordinara al político. «Era importante el cambio, la patria, la revolución, la justicia. De alguna manera, era una actitud castrante para su arte. El artista debe hacer lo que sabe».  En suma, si el poeta vibra con algún tema, las demás personas también vibrarán con él. 

Su cine, su ruptura

Hasta antes de Averno, Marcos Loayza se ponía límites. Tenía pánico al ridículo, así que los sentimientos que mostraba eran bastante sutiles.
Los personajes estaban como trabajados hacia adentro, contenidos. Las imágenes que mostraba no se arriesgaban a alejarse de la playa  de la realidad y utilizaba cierto humor negro del que se ha sacudido. «Ya no me interesa ser fiel a la realidad. Te limita. Sabemos más o menos cómo son las cosas en la realidad, pero la fantasía, la irrealidad, te permite hablar de lo que no sabes». 

En algún momento sintió fidelidad hacia el cine de Jorge Sanjinés, a la cultura popular, a lo nacional popular, a la reflexión sobre la colonialismo, hacia la identidad y hacia lo latinoamericano; fidelidad al pensamiento de Franz Tamayo, Jaime Sáenz y a la cultura nacional del  52 y al imaginario libertario del 68. 

Ruptura: «No le debo fidelidad a nadie. No estoy en la tradición del cine latinoamericano, ni en la de Franz Tamayo, ni en la del realismo mágico, ni en la del cine italiano. De nadie».

Reinvención: trabaja en Alma, su productora, disfruta con sus tres hijos, sus estudiantes, los amigos con los que cocina y los del jazz, mientras llega la revelación de su próximo filme.

 

5. Averno (2018). Uno de los personajes que intenta guiar a Tupah hacia el averno, donde debe rescatar a su tío. 

6. Filmación. “Es imposible enseñar a dirigir, pero se puede aprender”, dice acerca de su ocasional labor docente. 

7. Profundidad. Julia, otro de los personajes que ayuda a Tupah en Averno. La investigación para la película tomó varios años. 

8. Aprendizaje. Con el poeta Eliseo Diego, en Cuba, y varios compañeros de formación. 
Tags