La bióloga boliviana es una apasionada por los anfibios. Te contamos su historia

El Deber logo
14 de abril de 2019, 8:00 AM
14 de abril de 2019, 8:00 AM

El mundo de la bióloga Teresa Camacho Badani (35) no es como el de cualquier mujer. Ella se mueve en un espacio en el que predominan los hombres. A diario no luce de tacones ni usa vestidos y tampoco se maquilla. Continuamente se enfunda en pantalones y chamarras impermeables, calza botas de goma, se coloca una bandana en la cabeza, carga su mochila con su linterna, su cámara fotográfica, su GPS y su hidrómetro, un par de mudadas y zapatillas cómodas y sale a diferentes expediciones en el monte.

Teresa no le teme a los animales salvajes y menos aún a los anfibios, algo poco común por la idea distorsionada que se tiene de ellos. Una lluvia de ranas, que para muchos puede resultar una catástrofe o una especie de pesadilla freudiana, como narra la Biblia que sucedió en Egipto donde aparecieron grandes cantidades de estos anfibios en el interior de los hogares, a Tere no le causaría temor ni echaría el grito al cielo y tampoco saldría huyendo. Más bien trataría de ponerlas a buen recaudo para luego estudiarlas y ver si no están en peligro de extinción.

Mientras muchas personas tienen estigmas con relación a los sapos, miedo y hasta asco, Tere tiene una conexión que traspasa el tiempo. “Es que la gente no sabe todos los beneficios de nuestros anfibios, de donde se sacan hasta medicamentos”, argumenta.

Su amor por los anfibios comenzó cuando inició sus estudios de especialización para convertirse en herpetóloga y se encontró con dos especies de ranas en peligro que solo se encuentran en los bosques nublados de Bolivia, que son el sapo quechua (Rhinella quechua) y el pequeño sapo silbador (Microkayla iatamasi).

Mientras buscaba esas especies se enteró de que la rana acuática de Sehuencas o yuracaré, estaba a punto de desaparecer de la faz de la tierra. Fue así que empezó a buscar una pareja para la rana más solitaria del mundo, que luego fue bautizada con el nombre de Romeo. Este ‘proyecto de amor’ permitió que, a fines del 2018, la joven bióloga cochabambina que nació el 22 de febrero de 1984, se haga mundialmente conocida, algo que nunca pensó ni esperó.

Estudió Biología en la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba. Luego hizo una maestría en Biología de la Conservación, en la Pontificia Universidad Católica de Ecuador y ahora es la jefe del departamento de Herpetología del Museo de Historia Natural Alcides d’Orbigny, de Cochabamba, y está a cargo el Centro K‘ayra de Investigación y Conservación de Anfibios Amenazados de Bolivia, de la misma institución.

Llegó el gran día

La historia de Romeo parecía que no tendría un final feliz. Habían transcurrido diez años viviendo en cautiverio, completamente solo y esperando a su Julieta. La búsqueda no parecía dar resultado. Lanzaron una campaña para conseguir apoyo económico y recaudar los $us 10 mil que necesitaban para el proyecto. La historia de amor de Romeo tuvo tanta repercusión mundial que superó las expectativas y lograron reunir $us 25 mil, en febrero del año pasado. Y así comenzaron las expediciones.

Era casi al final de la tarde del 7 de diciembre de 2018, el tercer día del segundo viaje en busca del amor para Romeo. El equipo de la joven bióloga estaba agotado y sin fuerzas. Tere, Sophia Barrón, Ricardo Zurita y Stephane Knoll, se sentían desanimados. Todo el día habían estado buscando completamente mojados y congelados de frío. Estuvieron a punto de abandonar la expedición para continuar al día siguiente, pero decidieron seguir porque encontraron un arroyo pequeño con una cascada al fondo.

Tere iba delante de su equipo porque es la encargada y la de más experiencia. Vio a un sapito saltar al estanque. El agua de la cascada le caía encima, metió sus manos en el fondo y atrapó a una rana, que pensaba primero que era de otra especie. Al ver la pancita anaranjada, dio un grito: ¡Encontré uno! Alertando a sus compañeros que tenía entre sus manos una rana acuática de Sehuencas. Era macho, pero eso mostraba que era cuestión de tiempo para encontrar a Julieta.

“Cuando la hallamos fue maravilloso. Sentí una emoción increíble. Nos quitamos un gran peso de encima. Todo mundo estaba pendiente y teníamos la presión de esa expectativa sobre nuestros hombros. Las imágenes con nuestra cara de felicidad cuando encontramos a Julieta lo dicen todo. Ahora tenemos cinco ranitas que están en cautiverio y esperamos que pronto tengan crías”, señala.

Estas ranas acuáticas de Sehuencas, a las que desde hace varios años viene estudiando sigilosamente para evitar que desaparezcan, son un gran tesoro para Tere. Por ello desde hace mucho tiempo que no tiene fines de semana ni feriados tranquilos, ya que debe estar pendiente de que no les pase nada y de generar su alimento para darles de comer. Dice que es estresante y agotador, pero vale la pena.

“Cuando uno ama lo que hace, no importa trabajar sin descanso. Soy muy feliz como herpetóloga y me ha dado tantas satisfacciones que ahora lo disfruto más. Nunca pensé que mi proyecto tenga tanto impacto. La historia de Romero y Julieta llegó a 72 países y la noticia fue conocida por 1,2 billones de personas en el mundo”, detalla.

Los proyectos de investigación, según Teresa, no cuentan con ayuda del Estado. Se mantienen gracias a los recursos de instituciones internacionales como Global Wildlife Conservation, que apoya a la rana Sehuencas, y el Kansas City Zoo y Amphibian Ark, que se hacen cargo de los contenedores de las otras ranas en peligro de extinción.

Pasó 20 días acampando sin salir del monte, tuvo que caminar un día y medio para llegar a una comunidad lejana, donde no tenía comunicación y volvió a su casa con garrapatas en todo el cuerpo. ¿Miedo? Claro que sí, dice Tere. “Siempre hay algo de peligro. Te puede picar un insecto, morder una serpiente o simplemente tropezarte y fracturarte algo. Es maravilloso, pero nunca estás 100% seguro. Un poco de temor es parte de tener respeto a la naturaleza. No estás en tu casa, sos un invitado en el lugar y no estás seguro de lo que vas a ver o lo que va a pasar”, remarca.

Entre familia y amigos

Es hija de Rolando Camacho y Teresa Badani y es la menor de cinco hermanos, Pablo, Andrés, Diego y Ximena. Ellos siempre la apoyaron y desde niña la llevaban a pasear al aire libre. “Me fascinaba las maravillas que encontraba en el campo y la diversidad que tenemos”, recuerda.

A pesar de que a Tere siempre le gustaron los animales y la naturaleza, no era su sueño ser bióloga; es más, ni siquiera sabía que existía esa carrera. No fue sino hasta su último año de colegio, cuando se sometió a un test vocacional, que decidió que lo suyo era estudiar a los seres vivos, conocer su origen, su evolución y sus propiedades, su nutrición, su morfogénesis, su reproducción y, en fin, todo lo relacionado con ese mundo.

“Mi familia compartió mi pasión, en especial mi padre. Aunque no sabía qué me depararía el futuro, nos adentrábamos a las tierras bajas de la Amazonía boliviana o nos íbamos a los picos más altos de Cochabamba. Estos viajes despertaron en mí el deseo de convertirme en bióloga. Creo que si volviera el tiempo atrás escogería Biología otra vez”, resalta, luego de afirmar que, como toda hija menor, fue muy mimada y criada con mucho cariño.

Si bien le apasiona su trabajo y pasa muchas horas estudiando a los anfibios, la otra Tere, la que es hija, hermana, novia y amiga, es una persona muy social, apegada a sus seres queridos y ama los juntes en familia y con amigos y aunque en estos últimos meses no ha tenido mucho tiempo para ellos, intenta tener espacio cada semana para sus seres queridos.

Sociable y ‘cuentachistes’

Se define como una persona a la que le gustan los retos, muy sociable, alegre, amiguera y charlatana, a tal punto que en el colegio siempre la separaban de sus amigas para que atiendan en clases. Como es una apasionada por los anfibios, en medio de sus charlas siempre termina hablando de algún dato curioso sobre los animales, de sus anécdotas en el campo o de algún viaje.

Una faceta que la experta bióloga no parece tener, por la seriedad que requiere su trabajo, pero de la que disfruta su entorno más cercano es la de ‘cuentachistes’. Y lo hace con chispa.

“Me gusta mucho salir, aunque ahora ya no lo hago tanto como antes, pero también disfruto quedarme en casa y descansar el fin de semana. Ahora, si hay una reunión con amigos, no me la pierdo por nada”, asegura, mientras deja claro que no le gusta exponer a su familia ni a su novio a los medios.

Viajar es otra de sus pasiones. Cuando tiene vacaciones trata de visitar lugares, que no solo tengan playas, sino combinar para conocer cosas nuevas, disfrutar un poco de aventura y algo de cultura.

Nadar con tiburones en Galápagos o recorrer el centro histórico de la ciudad de Quito, o el Museo de Antropología de México, ver las pirámides, ir a las ruinas de Machu Picchu, en Perú, o hacer kayaking en California y estar en el Museo de Historia Natural, son algunas de las experiencias que más ha disfrutado.

En su día a día no le puede faltar una taza de café tras que abre los ojos.

Disfruta al máximo de la comida mexicana y, cuando tiene tiempo libre, ver películas e ir al gimnasio.

En especial ama hacer crossfit. Es una manera de mantenerse en forma cuando tiene que ‘desgastarse’ en sus expediciones.

2. Trabajo de campo. La bióloga habló con los comunarios para pedir permiso.
3. Hubo química. Romeo conoció a Julieta fue el 14 de febrero, para San Valentín. Después de ese día él volvió a cantar.