La mayor colección de manuscritos del mundo pertenece a este coleccionista brasilero, que lleva parte de su tesoro a Nueva York, para una muestra

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15 de abril de 2018, 4:00 AM
15 de abril de 2018, 4:00 AM

Obsesivo, apasionado y un poco fetichista, el brasilero Pedro Corrêa do Lago comenzó a coleccionar manuscritos a los 11 años. Casi medio siglo después, parte de su extraordinaria colección de textos y fotografías, que es prácticamente una institución en sí misma, desembarca en Nueva York.

Un documento del año 1153 firmado por cuatro papas medievales y un santo, la firma con huella dactilar del científico Stephen Hawking, una carta de Mozart a su padre o manuscritos de los escritores Marcel Proust y Jorge Luis Borges son algunos de los 140 ítems de su inmensa colección que serán exhibidos desde el 1 de junio en la Morgan Library, en Manhattan.

“A veces digo que deberían ponerme una camisa de fuerza”, dice sonriendo este elegante personaje de 60 años que de joven tomó la decisión de perseguir por el mundo miles de manuscritos de los personajes más notables. Hoy su colección está distribuida en seis áreas: la ciencia, las artes, la literatura, la música, la historia y el entretenimiento.

De niño comenzó a escribir a famosos. Cientos como Chagall, Miró o el pianista Arthur Rubinstein le respondieron. Pero el primero fue el cineasta francés François Truffaut, que le envió también el libro de su filme El pequeño salvaje (1970) autografiado. “Nunca pude decírselo, pero de alguna manera eso cambió mi vida”, reflexiona.

“Esta actividad es imposible sin pasión, sin una pasión que bordea la obsesión, y una cierta dosis de fetichismo”, asegura este coleccionista e historiador del arte que vive entre Sao Paulo y Río de Janeiro.

“Porque cuando admiras a alguien y tienes una carta de esa persona, estás sosteniendo un trozo de su vida en tus manos, es el contacto más directo que puedes tener con esa persona”, explica. “Es como si fueras un segundo destinatario de las cartas, como si estuviese escrita un poco para ti también”.

La exposición, que podrá verse hasta el 16 de septiembre, se titula La magia de la caligrafía, una frase hallada en una carta de otro coleccionista de manuscritos, el escritor austríaco Stefan Zweig, al poeta Rainer Maria Rilke.

Un inmenso placer 

Corrêa do Lago atesora en su casa de Sao Paulo más de 100.000 manuscritos -“una cifra ridícula”- en una habitación de la planta baja, dentro de unas dos decenas de ficheros alemanes que pesan media tonelada cada uno. “Me dicen que puede haber un fuego a más de 1000ºC de temperatura durante una hora y que el contenido no se dañará”, dice.

Asegura que su pasión le ha otorgado inmensos placeres durante 50 años. Como cuando en una librería de Lisboa halló varios manuscritos del hijo de Mahatma Gandhi, incluida una “fabulosa” carta de su padre que compró por unos cinco dólares. O cuando halló un dibujo de Michelangelo que no había sido identificado en un lote de 300 documentos comprados en una subasta. No tiene preferidos, pero le encanta una carta del pintor Vincent Van Gogh escrita al dueño de su albergue en Arles unos tres meses antes de su suicidio.

“Al explicar qué cosas quiere trasladar a París y con qué cosas pueden quedarse, hace una suerte de inventario de su dormitorio. Y no de cualquier dormitorio, sino a todas luces el más famoso de la pintura occidental; todos lo tenemos en nuestra retina”, explica.

Otro es una factura escrita por Sigmund Freud, que lee: “20 horas, 20.000 chelines”. “¡Eso es un resumen del psicoanálisis!”, dice.

Prefiere no discutir el valor de su colección, aunque estima que un par de sus manuscritos “andan por las seis cifras”.
Sin embargo, Corrêa do Lago, que creció en una familia de diplomáticos, insiste en que amasó su colección sin poseer una gran fortuna, y que ha tenido que trabajar más de lo que quería para costear su excéntrico pasatiempo.

“Todo lo que ganaba lo gastaba en mi colección”, dice este exrepresentante de Sotheby's en Brasil durante 26 años. “Algunas cosas han subido de valor. Por otras pagué demasiado. Pero al final lo que importa no es su valor, lo que me importa es el placer que me dan”.

¿Y su mujer, qué opina? El coleccionista ríe con la pregunta. “Es una intelectual” que “disfruta de mi colección aunque no le apasiona tanto como a mí”, responde. “Ahora entiende que trabajo a raíz de esta pasión que me consume y porque tengo este loco plan que solo existe en mi cabeza”.  
 

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