El escritor Edmundo Paz Soldán habla de la obra de Vilém Flusser

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12 de enero de 2018, 20:13 PM
12 de enero de 2018, 20:13 PM

Leer hoy El universo de las imágenes técnicas, el ensayo que el teórico checo-brasileño Vilém Flusser (1920-1991) publicó en 1985, puede resultar una experiencia algo extraña: un poco más de treinta años atrás, hubo alguien que vio nuestro presente con visionaria claridad. Flusser había escapado de su Praga natal apenas comenzó la segunda guerra mundial; estudió en Londres y luego, en 1941, se trasladó al Brasil, donde radicó durante tres décadas.

Llegó a ser un profesor de filosofía y teoría de la comunicación muy respetado en el Brasil; a mediados de los 70, cuando comenzó a publicar sus libros en Francia y Alemania –él escribía en varios idiomas—, se haría más conocido a nivel internacional. Poco antes de El universo de las imágenes técnicas –cuya edición más reciente en español es de Caja Negra— Flusser publicaría Hacia una filosofía de la fotografía (1983), su otro gran libro sobre los contornos de la sociedad post-industrial que por entonces emergía y que a lo largo de este siglo no ha hecho más que expandirse y consolidarse.

En El universo de las imágenes técnicas, Flusser sugiere que las imágenes técnicas –fotografías, videos, hologramas: aquellas producidas por los aparatos, en oposición a las imágenes tradicionales— terminarían por desterrar el predominio de los textos lineales en la comunicación de los seres humanos, y que eso produciría “mutaciones en nuestra vivencia, en nuestro conocimiento y nuestros valores”. Cuando articula estas ideas Flusser no está solo; los franceses Jean Baudrillard y Jean-François Lyotard también trabajan su reflexión sobre la sociedad actual a partir de una crítica de la imagen. Uno de los aportes novedosos de Flusser es incoporar al debate las teorías cibernéticas de la información para señalar que en el universo emergente de la virtualidad, ya no importaría cuan verdadera o falsa es una imagen, sino solo cuán probable: las imágenes son “superficies construidas con puntos”, productos de una ciencia y técnica revolucionarias que arrasan con todas las “formas sagradas” para recomputarlas después a su manera: “Daguerre y Niepce son más peligrosos que Robespierre y Lenin”. 

Lado perverso
Para Flusser hay un lado perverso en el predominio de las imágenes técnicas; el núcleo de la sociedad informática ya no es el de “estar en el mundo” sino el de “estar frente a la imagen”. Cierto determinismo en cuanto al peso abrumador de la tecnología en el presente lo lleve a sugerir que las imágenes técnicas producen una sociedad totalitaria dispersa, de individuos “solitarios y programados”. El desafío consiste en buscar formas de reunir la dispersión; eso solo se puede hacer a través de la politización de las imágenes y de la inyección de valores en estas. Por supuesto, no es fácil si uno no sabe qué hay en la “caja negra” de los dispositivos y no maneja los nuevos lenguajes para crear imágenes. Para subvertir los programas hay que conocer los programas.  

En las páginas finales del ensayo Flusser arriesga la utopía de una sociedad telemática plena y se fija en sus nietos, aquellos que heredarán este nuevo mundo y podrán moverse mejor en él, interconectados –la idea del enjambre digital— y viviendo en un espacio libidinal constante, enlazados a “todo lo demás, todo espacio, todo tiempo”. Como sugiere Claudia Kozak en el prólogo del libro, para Flusser el universo de las imágenes técnicas llegó para quedarse, pero al menos hay opciones: se trata de rechazar las pulsiones de la sociedad totalitaria que nos intenta programar todo el tiempo, y buscar la liberación a través de un compromiso político que asume que la batalla central hoy pasa por la técnica. Robespierre y Lenin siguen siendo influyentes, pero no vendría mal incorporar a Daguerre y Niepce en el debate.