Una novela criminal sugiere que es inocente. Pero estamos en el kafkiano mundo mexicano, donde no hay presuntos inocentes

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11 de agosto de 2018, 4:00 AM
11 de agosto de 2018, 4:00 AM

Es paradójico que la mejor novela de Jorge Volpi esté ambientada en México; después de todo, a mediados de los años 90 él fue punta de lanza del Crack, un grupo de escritores que entre sus principales postulados señalaba la necesidad de la ruptura de esa alianza tan cercana entre nación y narración que ha existido en la literatura mexicana (y latinoamericana). De esas paradojas está hecha la literatura; Una novela criminal, ganadora del premio Alfaguara 2018, es, más allá de que contradice el manifiesto del Crack –como otros libros del mismo Volpi y de otros autores del grupo–, un gran libro.

Una novela criminal se presenta como ‘documental’ o ‘sin ficción’, y se basa en el célebre caso de la francesa Florence Cassez, arrestada a mediados de la década pasada y acusada de pertenecer a una banda de secuestradores; los años demostraron que todo fue un montaje de la Policía y la justicia mexicanas (por ello, Cassez debió pasar siete años tras las rejas, y su pareja y supuesto líder de la banda, Israel Vallarta, sigue en la cárcel). Aunque Volpi sigue la pista a los numerosos expedientes del caso y a toda la documentación existente, también es lo suficientemente flexible como para arriesgarse a imaginar los vacíos cuando es necesario.

La novela pasa por diferentes fases: en la primera parte Volpi desmonta el operativo de la AFI –Agencia Federal de Investigación– contra Cassez y su ‘banda’, para concluir con contundencia que la organización criminal no existía y que el arresto, visto en directo por los espectadores a través de Televisa, era “una ficción meticulosamente construida por la AFI, convertida para el efecto en una agrupación teatral”. Pero Volpi no se queda ahí y luego se enfoca en el proceso judicial al mismo tiempo que en el frente diplomático, que llega a una crisis por la decisión del presidente mexicano Calderón de no dar su brazo a torcer frente a las presiones francesas, incluso cuando era claro que el proceso mostraba fallos gruesos (Calderón quería victorias mediáticas en su ‘cruzada’ contra la violencia que asolaba al país).

Sabemos que los gobiernos latinoamericanos usan el poder judicial como un arma arrojadiza, que beneficia al partido que detenta la Presidencia; el mérito de Volpi consiste en arrojar luces sobre la forma específica en que se lleva a cabo este abuso. De a poco, Volpi acumula pruebas para mostrar cómo este caso policial puede servir de núcleo generador de una verdad social. La ‘verdad’ de la novela sirve para entender la forma en que en México las instituciones al servicio de los ciudadanos –el poder judicial, la Policía– son capaces de armar “una argamasa de verdades y ficciones” con tal de arribar a conclusiones decididas de antemano: se puede acusar sin problemas a los inocentes si es que un par de policías poderosos –Luis Cárdenas Palomino y Genaro García Luna– ha decidido inventarse un triunfo mediático para el Gobierno (las razones suelen ser incluso más burdas y arbitrarias). En un sistema tan corrupto como el mexicano, ya no se trata simplemente de mentir de manera sistemática, sino de crear un ambiente donde estas mentiras “ya no incomodan a nadie y la distinción entre verdad y mentira se torna irrelevante”.

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