La antología Bogotá 39 reúne a los mejores escritores menores de 40 años que participaron recientemente del Hay Festival, realizado en Colombia

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14 de abril de 2018, 4:00 AM
14 de abril de 2018, 4:00 AM

La diversidad, tan políticamente correcta, se acomoda entre los textos como si pudiéramos darla por hecha, cuando lo cierto es que riñe con el tejido de historias sobre el cual construimos nuestras vidas y ante el cual moldeamos nuestra imagen. Estas historias quieren que el mundo sea uno solo y uno solo el origen, y su fuerza surge de la convicción de que el pedacito de tierra donde nacimos es el universo todo.

En el principio fue Homero. Y de esa fuente han de beber quienes quieran sumar su gota al océano de las historias compartidas. 
Al menos eso fue lo que nos enseñaron. Que había una literatura universal y unos afluentes menores, nuestras literaturas nacionales, cuyo caudal se fortalecería con el tiempo hasta que pudieran desaguar en un río principal y en el mar. Eso explica el aura de excepcionalidad que rodea a figuras como Rubén Darío, y que convierte la historia tradicional de la literatura latinoamericana en una descripción más bien plana, interrumpida por unos cuantos hitos.

Pero apareció Pedro Páramo (o La ciudad y los perros, o Cien años de soledad -cada cual tiene un título favorito que a su parecer inaugura lo que después se llamó el boom) y ya no fue posible insistir en la celebración individual y esporádica. Así nació el boom, un cajón en el cual se empezó a guardar a toda carrera a los muchísimos y muy dispares escritores latinoamericanos que la edición española ya no podía seguir ignorando y que hacían que el paisaje literario empezara a parecerse más a los Andes que a las costas del Mediterráneo. 

La etiqueta era indispensable para mantener viva la impostura de la literatura universal. Y sirvió durante casi todo el siglo XX para darle a la literatura latinoamericana tratamiento de nicho, de subcategoría, y así mantenerla a raya. 

Saliendo del boom
Los vaivenes económicos hicieron lo suyo. A mediados del siglo, México y Argentina se habían convertido en potencias editoriales, y a su sombra prosperó en todo el continente una industria modesta que acompañó el aumento de lectores y el fortalecimiento de las voces de los escritores. Las editoriales españolas, ya recuperadas a finales de los cincuenta, se sumaron al mercado y abrieron las puertas de Europa para los escritores latinoamericanos, en momentos en que las literaturas nacionales allí descubrían que la literatura europea se había disuelto. 
Pero el boom no fue suficiente. La historia de la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX es la historia de la lucha por salir del gueto. 

Un nuevo encuentro

El encuentro con los escritores que participaron de Bogotá 39 en 2007 nos permitió a todos constatar que había habido una vuelta de tuerca. Las voces jóvenes andaban con pasos más firmes, más profesionales si se quiere, se ocupaban más de sí mismas y menos de encontrar un lugar en el mundo. El encuentro les permitió recuperar lo latinoamericano, apagado por la política de balcanización que adoptaron los grandes sellos editoriales después de los ochenta, según la cual se importaba de España la “literatura universal” y se publicaba a los autores locales para el mercado local.

Cuando se discutió la posibilidad de repetir Bogotá 39 en 2017, muchas cejas levantadas opinaron que era demasiado pronto, que diez años no eran suficientes para que hubiera un cambio significativo en la textura literaria de un continente. A juzgar por los escritores que participan en Bogotá 39 2017, diez años eran los que faltaban para que la literatura latinoamericana se hiciera cargo plenamente de su potencial. 

Estos 39 escritores no son tan jóvenes como sus antecesores:  si en 2007 teníamos muchas promesas (uno o dos libros, pocas traducciones, ingresos recientes a los catálogos de las grandes editoriales), ahora tenemos una generación de escritores firmemente arraigados en todo el mundo. De los 39, 25 tienen agente literario; 13 han sido traducidos; algunos escriben en lenguas diferentes al español; varios han sido publicados en países diferentes de su país natal y muchos publican indistintamente en grandes editoriales o en sellos independientes, señal de que han retomado el control de sus carreras literarias. 

Las voces que resuenan en esta antología son francamente diversas. Podemos dar cuenta de la aparición de un nuevo realismo más descarnado, más afilado, que aborda lo social y lo doméstico sin ningún tabú, y con un lenguaje que no teme ser cáustico, implacable, duro; del ingreso de lo virtual a la literatura y de la desaparición de la escritura como preocupación de los escritores.

(Margarita Valencia)