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25 de mayo de 2019, 6:00 AM
25 de mayo de 2019, 6:00 AM

La producción más icónica en la carrera de Jorge Sanjinés, junto a la Fundación Grupo Ukamau, La nación clandestina cumple 30 años en octubre de este año. En homenaje a esa fecha, el Cinéclubcito la proyectó en cinco ciudades. Brújula contactó al director, que rememoró pasajes de la cinta, a las personas que trabajaron en ella y su significado. La película le concedió el premio máximo del Festival de San Sebastián en 1989.

 ¿Cuál es la importancia de La nación clandestina para usted?

Esta es una de las películas más importantes de nuestro grupo Ukamau, que tiene más de 50 años de trabajo y resume la búsqueda de una nueva narrativa cinematográfica que fuimos construyendo poco a poco, después de ir descartando el lenguaje tradicional, europeo o norteamericano, de contar una historia a través de los primeros planos o de los cortes seguidos.

Buscamos una narrativa que transmita también la cosmovisión, el entendimiento del universo cultural del altiplano, del hombre andino. La nación clandestina se inauguró finalmente, después de un estudio muy serio de trabajo teórico que se traduce, también, en un ensayo que se llama El plano secuencia integral. En el se detalla, cómo y por qué vamos a cambiar de lenguaje para producir una película que sea boliviana, que exprese en su narrativa la cosmovisión y la ideología cultural boliviana.

Eso se logró con La nación clandestina, que siendo una película que está dirigida específicamente al público andino boliviano consiguió reconocimientos internacionales sorprendentes. Ganó la Concha de Oro del Festival de San Sebastián, como mejor película del mundo. Ese fue, creo, uno de los méritos más grandes del cine nacional.

 Treinta años después de haber sido realizada, ¿cómo ve usted a la producción, cree que se le debió cambiar algo?

Cada vez me sorprendo con el público joven, porque ponen como una película vieja a una de 30 años. Sin embargo, la película no ha perdido su frescura, sigue estando vigente, sigue interesando a la gente, sigue emocionando al espectador y eso es lo que nos fortalece muchísimo.

En esta película todavía se utilizó el celuloide, contrario a esta época en que se produce con herramientas digitales, ¿cuáles fueron las dificultades, cuánto trabajo significó la realización de esa película?

Sí, esa película costó mucho trabajo. Para lograr lo que se logró, la película solo tiene 100 secuencias y 100 planos, cada secuencia es un plano. Quiere decir que una vez que empieza una escena la cámara no corta, simplemente se mueve, coordina el movimiento con los actores hasta que termina completamente la secuencia.

Eso costó un trabajo enorme, primero de adiestrar a los actores, porque se ha trabajado con actores que no eran profesionales, personas sin instrucción cinematográfica o de actuación. Como el protagonista Reynaldo Yujra y la coprotagosnista, que era esposa de él, se tuvo que trabajar con ellos para que aprendieran a hacer, trabajar y actuar en cine. Nos ha tomado un año de preparación para que esos actores, que no sabían actuar en cine, se volvieran profesionales. Fue un trabajo muy grande.

 Por la labor que hizo con los actores, ¿esta película se podría comparar con el trabajo que hizo Cuarón en la recientemente premiada Roma?

Claro, porque ellos tuvieron que aprender primero qué era el cine. El protagonista principal nunca había visto una película y fue muy interesante eso, porque era un trabajador herrero, un hombre muy hábil con los fierros. Empero, él nunca había visto una película en cine.

¿Y por qué lo hicimos actor a Reynaldo Yujra?, pues porque buscábamos un aimara alto y él es un hombre alto. Buscábamos que, además, tuviera el rostro y fuera físicamente aimara, y esas condiciones las tenía Reynaldo. Desde ahí empezó la cosa.

Tuvimos que mostrarles el cine, enseñarles a ver películas, explicarles los valores de las películas, dejarlos leer libros, enterarse, preguntar, practicar las letras, practicar la actuación. Todo un proceso que, literalmente, transformó a Reynaldo. Él, que en la película se llama Sebastián Mamani, era un herrero y hoy es un director de cine documental. Terminó incorporándose al cine y empezó a hacer películas por su cuenta.

 Es una historia maravillosa que deja una enseñanza…

Es hermosísima su historia, le cambió la vida. El otro día estuvimos en un debate muy lindo que tuvimos en la Cinemateca, donde estaba el director de fotografía César Pérez. Pérez tuvo que ver mucho en la película también, gracias al pulso que él tenía con la cámara en mano, imagínate con celuloide para el que se usa una cámara para nada liviana. Se movía sin un trípode, en medio de las escenas, que eran sumamente extensas. La fotografía de la película no tiene ni una sola falla de movimiento y todo está hecho a mano.

Entonces, Reynaldo estaba en este diálogo con público, donde estaba también invitado César, celebrando justamente los 30 años de La nación clandestina en la Cinemateca Nacional.

Reynaldo dejó sorprendido al público porque lanzó un discurso político. Habló de su vida, de lo que la película había construido en su propia vida, de los espacios de reflexión social y políticos que le había permitido la película. Fue una cosa impresionante.

 Justamente, usted siempre ha declarado en varias entrevistas que su cine es político más que comercial...

Claro, siempre hemos visto el cine como un instrumento de lucha. Quisimos participar en una lucha, muy grande y larga, que han sostenido nuestros pueblos por sus derechos sociales y políticos. Entonces, no lo hacemos para figurar ni para hacer dinero, sino para participar en ese proceso liberador, creando mayor conciencia sobre nosotros mismos.

Más allá de las dificultades en los aspectos técnicos o de realización, la película lleva un mensaje de transculturización, que casi siempre es difícil de transmitir, ¿cómo le fue con eso y será que se lo puede refrescar para esta época?

Esta época es más difícil, probablemente más que antes, porque los jóvenes de antes estaban llenos de utopías, de ilusiones políticas, veían la revolución posible, el socialismo y una serie de valores revolucionarios que se manejaban, comúnmente, entre gente joven e inquieta.

La juventud de ahora están viviendo otra realidad. Han aceptado una ideología de alienación cultural muy fuerte, también han retrasado muchos proyectos políticos, han ensombrecido el panorama, han complicado la visión y ya no está esa juventud ansiosa, capaz de dejarse arrastrar por las utopías libertarias. Ya no está, pero no hemos perdido completamente la confianza en que vuelva a aparecer.

El mundo se está complicando, el mundo se está poniendo tan oscuro y tan terrible y la gente joven no está tan preocupada y tan inquieta. Se les está oscureciendo el futuro, se deben dar cuenta que el sistema dominante les está entorpeciendo el futuro feliz. El mundo se está volviendo cada vez más peligroso, mientras eso atormenta su realidad. La gente joven, hoy día, está tratando de huir de esa realidad, pero no tiene una utopía próxima, un reto político próximo que los pueda arrastrar como nos arrastraba a nosotros, con la idea de cambiar los sistemas sociales de pasar de un país tomado a un país democrático.

 Puede resultar que el cine sea el producto de las circunstancias de un momento político o social...

Claro. Ahora con el grupo Ukamau estamos trabajando en una escuela con jóvenes, a los que no adoctrinamos pero les estamos ofreciendo la oportunidad de ver el cine que no ven en las salas. Esa es la diferencia que hay, los formamos para ver buen cine. Para eso tienen que estar informados o tienen que ir a la Cinemateca o buscar en internet las películas famosas, que tengan el lenguaje cinematográfico de la escuela pasada. Es complicado y no pasa con el cine común.

Antes no, cuando yo me formé como cineasta, empecé a los 17 años y vivía en la ciudad de Lima. En Lima, en esa época había 50 salas de cine, grandes salas de cine en cada barrio. Allá se podía consumir el mejor cine del mundo, el mejor cine inglés, alemán, italiano, la comedia norteamericana más interesante y, sin darme cuenta, yendo solo a divertirme me iba formando, sin tener conciencia de lo que era hacer cine. Eso ya no está a la mano.

¿Qué es lo que un joven puede ver ahora?, un cine que no tiene nada que ver con nuestro país ni con el ser humano, en realidad.

 ¿En qué nuevo proyecto se encuentra ocupado hoy en día, ya sea con el grupo o individualmente? ¿Me lo cuenta?

Primero, soy el director de la Escuela Andina de Cinematografía, ya son casi tres años que dicto cursos en la carrera, que lleva el mismo tiempo, y este año concluye. Este año empezamos nuevamente y va a durar dos años más. Eso ocupa mi tiempo, porque además estamos componiendo un selecto grupo de profesores, con los mejores cineastas bolivianos y más experimentados, tanto jóvenes como mayores. Tenemos resultados muy interesantes, porque esos 40 jóvenes que estamos formando nos están alegrando mucho, por su capacidad, por la entrega que están teniendo y están descubriendo el hacer cine boliviano. Lo único que les pedimos es que en el cine que vayan a hacer miren a Bolivia, miren a su país. Solo eso.

Por otra parte, estoy terminando un guion cinematográfico para un nuevo largometraje, que va a ir entrando en su faceta de preproducción y esperamos que para este año podamos ver esa película.

 Entonces, ¿la veremos este año?

Sí, para este año.

 ¿Nos podría adelantar el título, algo acerca de ella?

Es un secreto. Siempre hacemos eso, en una primera etapa guardamos un poco la película hasta que esté hecha. En todo caso, es una película que tiene que ver con nuestro país, que recoge una historia maravillosa que ha vivido nuestra sociedad y creo que va a ser de utilidad, tanto como La nación clandestina o más.