Una novela gráfica con una postura crítica sobre la forma en que las nuevas tecnologías están creando un clima social tóxico

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22 de septiembre de 2018, 4:00 AM
22 de septiembre de 2018, 4:00 AM

Pese a que vivimos en un tiempo en el que los productos de la cultura alta se juntan sin problemas con los de la cultura popular, todavía hay barreras que impiden que esa mezcla sea todo lo libre que pudiera ser. Una de ellas, la de los grandes premios literarios, fue cruzada hace poco cuando los jurados del Booker incluyeron entre sus finalistas de este año a la novela gráfica Sabrina, del norteamericano Nick Drnaso (1989).

A Drnaso no solo lo elogian historietistas como Adrian Tomine, sino escritores del nivel de Zadie Smith (“el mejor libro que he leído –en cualquier medio– sobre nuestra situación actual”) y Jonathan Lethem (“asombroso”). Faltará saber si Sabrina es solo una excepción a la regla o el inicio de un nuevo momento cultural, en el que se podrá ver a novelas gráficas compitiendo por el Herralde o el Goncourt.

Sabrina comienza de manera modesta, como una historia doméstica más: Sabrina hace planes de salir de excursión con su hermana (“suena muy bien.. escaparse de la ciudad, de internet”). Al rato, la historia se enfoca en Teddy, que viene a quedarse en el departamento de un amigo de los tiempos de colegio, Calvin. Teddy está desesperado: su novia, Sabrina, ha desaparecido.

Calvin, que trabaja en el ejército –un puesto de oficinista, operaciones de apoyo técnico–, trata de buscar una conexión con su viejo amigo, pero es imposible: Calvin está en su propio calvario.

Los dibujos de Drnaso son austeros, con abundancia de colores en tonos pastel; los rostros inexpresivos y los diálogos escuetos transmiten la aparente anomia emocional de los personajes.

A través de cuadros pequeños en los que no hay florituras en el trazo –uno recuerda a Chris Ware–, la historia avanza lentamente, hasta que de pronto, de una manera nada obvia, Sabrina adquiere fuerza y atrapa nuestro zeitgeist: no se trata solo de la desaparición de una mujer, sino también de su manipulación mediática.

Pronto habrá un video sobre lo que ocurre con Sabrina, y eso de- satará el infierno de las acusaciones y manipulaciones en las redes sociales. Aparecen las teorías conspiratorias, y el inocente de Calvin será acusado por agitadores de la radio como un actor que trabaja para el gobierno.

Drnaso está obviamente inspirado por las masacres de Sandy Hook y las de Stoneman Douglas High School, en las que no faltaron agitadores de derecha como Alex Jones para insinuar que esas matanzas no ocurrieron y fueron orquestadas por el gobierno como una forma de quitarles sus derechos a los dueños de armas. En Sabrina, Drnaso sabe que en tiempos de internet no hay una verdad absoluta, sino “verdades” de acuerdo a la postura ideológica de los medios.

Se ha roto el tenue tejido que unía a una comunidad, y ahora solo hay intereses que defender. Calvin, que solo quería ayudar a su amigo, terminará recibiendo e-mails de odio y gugleándose para ver qué es lo que se dice de él.

Sabrina es una novela gráfica profundamente política, con una postura crítica sobre la forma en que las nuevas tecnologías están creando un clima social tóxico. Drnaso logra un tono ominoso de manera subrepticia; llega incluso un punto en el que buscar un gato en el barrio provoca inquietud.

Asistimos al esfuerzo de tres individuos –está también la hermana de Sabrina, que lucha por desahogarse y es el personaje menos trabajado– por expresar sus emociones más genuinas en un tiempo que conspira contra ellos. Drnaso logra que ellos transmitan la quieta angustia–a veces no tan quieta– que significa vivir en los Estados Unidos de Trump.

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