La fuerte personalidad de ese espacio y su terrible sensación de encierro caótico y desolador, se tradujo en una puesta en escena que parecía más una instalación artística que un espacio teatral

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11 de mayo de 2019, 4:00 AM
11 de mayo de 2019, 4:00 AM

Una diferencia básica entre el espacio teatral y el museo de arte consiste en que en el teatro los espectadores se ubican fuera del escenario, mientras que en el museo entran a escena ubicándose dentro del espectáculo, es decir, los visitantes circulan entre las obras. Por supuesto que existen obras que son excepción a esta diferencia por definición, y el XII Festival Internacional de Teatro de Santa Cruz nos ofreció algunos claros ejemplos de ello.

En esta línea, una de las obras de teatro más destacadas fue Palmasola (Suiza), dirigida por Christoph Frick, con un elenco compuesto por los actores bolivianos Jorge Arias, Omar Callisaya, Marioly Urzagaste y el alemán Nicola Fritzen en el rol protagónico.

La obra tuvo tres funciones en el subsuelo del Centro de la Cultura Plurinacional, con una asistencia promedio de cien personas por función.

La puesta en escena fue osada, porque se planteó como una visita al Centro de Rehabilitación de Palmasola, en la que los espectadores permanecían parados durante toda la obra; pero no en un mismo sitio, ya que no había sillas ni existía un escenario delimitado, todo el subsuelo del CCP era el escenario, de modo que los espectadores nos encontrábamos de entrada ‘en medio’ de la obra. De ese modo dinamitaron la noción clásica de espectador y la famosa cuarta pared. Fue una escuela para ver cómo el espectador no es únicamente aquel que está fuera del escenario, ni tampoco es solamente aquel que no actúa en la obra.

En diversos pasajes, los actores que no participaban de la escena se hallaban inmiscuidos en medio de los espectadores –junto con el personal técnico–, o estaban distribuidos en diferentes zonas del espacio, eran espectadores de aquello que acontecía en la obra. Uno podía recordar aquellos videojuegos en los que el avatar se encuentra descansando sin parlamento ni función aparente alguna hasta que no se logre abrir el siguiente nivel del juego. De repente, en rápidas transiciones la acción pasaba a otro lugar, los espectadores tenían que darse la vuelta, girar a los lados, volver sobre su mismo eje, para seguir los intercambios entre los personajes que sucedían a su alrededor.

El actor Nicola Fritzen comenta: “Desde la primera vez, fue el año 2016, cuando vinimos a ver este espacio y nos lo mostró Marcelo Alcón, yo me enamoré del subsuelo, porque tiene tantos detalles para aprovechar, desde los grafittis, los escombros, el espacio a cielo abierto, había mucho para usar en la obra…”.

Y fue este uno de los puntos fuertes de la obra, la manera en que convirtieron en protagonista al espacio. Era un imperativo, toda vez que la productora Klara Theaterproduktionen, en co-producción con el Goethe-Zentrum Santa Cruz, experimentaron la vivencia de visitar el Centro de Rehabilitación Palmasola, y conversaron con los prisioneros, realizaron talleres de intercambio, filmaron el espacio, recopilaron testimonios de las peripecias que vivieron muchos de los reos en los acontecimientos violentos de marzo de 2014.

Así pues, Palmasola, también conocido como el “pueblo prisión”, juega las veces de un personaje conceptual, por la rareza de su organización, su infraestructura atípica, su sobrepoblación y la singular forma de convivencia. Dentro de sus paredes se vivió durante largos años la opresión y la tortura por parte de un sector de los reclusos mejor conectados con las influencias externas. De los que están ahí, casi 6.000 detenidos, se sabe que muchos llegan por un desdichado giro del destino, de la noche a la mañana, sin que se haya comprobado su culpabilidad, y según indica la investigación de la productora, sólo el 25% de los reos detenidos en este penal tienen una sentencia, el resto se encuentra en detención preventiva. Las condiciones de vida en muchos sentidos son infrahumanas.

En términos artísticos, la fuerte personalidad de ese espacio y su sensación de encierro caótico y desolador, se tradujo en una puesta en escena que parecía una instalación artística que un espacio teatral. En una exposición tradicional el espacio es anónimo y neutral, le interesa las obras de arte por ellas mismas; en cambio, una instalación artística se adecua al espacio, y el público se integra al espacio de la instalación y se vuelve parte de él.

Palmasola se apropió completamente del subsuelo, fue una puesta en escena que exprimió cualidades del espacio combinando el lenguaje teatral del cuerpo con el audiovisual y algunos destellos de performance. La obra ofrece una fuerte crí- tica social y política. No se puede decir que nadie se movió de sus asientos al finalizar la obra, puesto que no hubo asientos, pero de todos modos, casi nadie se movía, quedaron grupos dispersos en diversos sectores, algo desconcertados, con una sensación flotante de desolación y extrañeza: había que tomarse unos minutos para salir de la inmersión. Yo me fui pensando en la larga distancia que separa a veces la ley escrita de la ley que se practica en el país.