“No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”, cita el autor a Ray Bradbury en esta crítica al lenguaje inclusivo y a los animalistas

El Deber logo
15 de diciembre de 2018, 4:00 AM
15 de diciembre de 2018, 4:00 AM

La organización internacional Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA) propone cambiar algunos dichos populares como “matar dos pájaros de un tiro”, por la insípida frase “alimentar a dos pájaros por un panecillo” o “agarrar el toro por los cuernos” por la cursi “agarrar la flor por las espinas”. Los de PETA se están colgando del último vagón del lenguaje inclusivo y de la onda antidiscriminación de manera sesgada.

En su manifiesto, PETA afirma que “Las palabras son importantes y, a medida que nuestra comprensión de la justicia social evoluciona, nuestro lenguaje evoluciona junto con ella”, ya que estamos cerca de fin de año recordemos que “por Navidad cada oveja a su corral”, pongamos las cosas en su sitio.

Los animalistas están exagerando; sabemos que las palabras crean la realidad y la realidad crea el lenguaje en una relación recíproca o dialéctica en la que las ideas o imágenes se vuelven conceptos, términos o definiciones, creando una dependencia entre lenguaje y pensamiento.

El lenguaje tiene, según Ludwig Wittgenstein, “la capacidad de representar el mundo” y “el significado de una palabra es el uso que de la misma se hace en el lenguaje”, por eso mismo es el contexto en el que son usadas el que les da un sentido definitivo y así como el lenguaje evoluciona, el pensamiento también lo hace y a nadie se la va ocurrir “matar a dos pájaros de un tiro” o literalmente “agarrar a un toro por los cuernos”.

Lenguaje y literatura
Juan José Saer, en El concepto de ficción, postula que la literatura es ficción; lo literario solo existe en relación con el texto en el cual aparece. Pero la literatura, aunque resulte paradójico, es profundamente verdadera: su autenticidad pasa por reconocerse como ficción y hablar de lo real desde allí. La literatura ha hecho de esta premisa el motivo de la creación, es decir, una manifestación artística basada tanto en el uso de la escritura como de la oralidad (refranes y dichos populares).

Si seguimos el camino propuesto por PETA tendremos que quemar también las fábulas en la que los animales adquieren características humanas y los representamos perversos, ruines, traidores y otras cosas peores; también habría que quemar todos los cuentos infantiles clásicos en los que aparecen animales sacrificados, como el lobo de Caperucita roja, así que mejor “a otro perro con ese hueso”.

PETA y Fahrenheit 451
La propuesta de PETA me recuerda a Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Esta obra narra una sociedad que recurre a los bomberos para quemar libros porque estos son la causa de todos los males de la humanidad. Sociedad en la que la ignorancia es la clave de la felicidad. “No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”. En la novela hay diálogos como: “Un libro es un arma cargada en la casa de al lado... ¿Quién sabe cuál puede ser el objetivo del hombre que ha leído mucho?”, o que se quemó “La cabaña del tío Tom” porque ofendía a los blancos.

En la versión de Fahrenheit 451 de Ramin Bahrani para HBO se hace referencia a que ciertos libros ardieron porque ofendían a las feministas y luego se incluye referencia a libros y autores que ofendían a ciertos grupos, minorías o mayorías. Se podían incinerar novelas como “Lolita”, de Nabokov o “La Casa de las bellas durmientes”, de Kawabata, porque provocan a la pedofilia o prohibir todas las novelas y cuentos porque sus personajes son machistas, feminicidas, homofóbicos, parricidas y/o incitan a la infidelidad o a la traición e incluso al suicidio. Estaría prohibido contar la historia de Jack, el destripador, porque sería fomentar los feminicidios.

En Bolivia ya se dio el caso de un viceministro que pretendió censurar algunas de las mejores novelas nacionales por considerarlas machistas. En Bolivia como en otros países estamos exagerando en esto del lenguaje inclusivo. Nuestras autoridades son buenas para incluir terminología feminista en los documentos oficiales, incluida la Constitución Política del Estado, pero no para actuar en consecuencia. Incluso mujeres empoderadas defienden y socapan a sus líderes machistas.

En mi cátedra hice un experimento: usar el pronombre personal “nosotras” en lugar de “nosotros” si existía mayor nú- mero de mujeres en el aula; no se trató de una simple pose, sino de descubrir a los estudiantes que si para las mujeres es natural decir “nosotros”, ¿por qué debería ser antinatural y raro que los hombres digamos “nosotras” al referirnos a “todas” las presentes? No me gusta el “todes”, yo prefiero el “nosotras”, si es necesario.

Lo considero más incluyente y podría mejorar nuestras relaciones de respeto al entender que no es nada malo hablar en femenino porque las mujeres han hablado en masculino desde siempre. Así contribuyo a que los jóvenes entiendan que el uso de las palabras es importante para el diálogo cotidiano y para generar un mayor compromiso con la realidad.

Tags