Carlos Decker-Molina participó del V Festival de Literatura Latinoamericana en Gotemburgo (Suecia). Presentó su libro Crónicas y leyó este texto de su autoría

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29 de septiembre de 2018, 4:00 AM
29 de septiembre de 2018, 4:00 AM

“En el fondo de tu corazón prefieres el viejo idioma”, le dijo el burócrata al poeta. El poeta siguió comiendo algo preocupado de la afirmación, que en el fondo era una acusación. No dijo nada, no se fiaba de nadie y menos del burócrata que era el implementador de la nueva lengua que había borrado de un plumazo las metáforas y las imágenes.

El poeta era un maestro no solo en su lengua materna, sino en la del burócrata. Hoy es un poeta que guarda silencio. Sin embargo, todavía recuerdan una de sus sentencias: La mentira es el hábito de descansar cuando el camino para encontrar la verdad es demasiado largo. Según el burócrata, el nuevo idioma debía carecer de adjetivos; el único color reconocido como adjetivo era el del cielo. Se tenía que decir ‘color cielo’ y no azul porque a veces no era azul sino celeste, y eso era ya una seudoverdad. El burócrata daba otros ejemplos.

Decir el auto rojo era una mentira potencial porque para otro sería el auto granate o para un tercero el auto podría ser bermejo o anaranjado. “Todo depende de las tonalidades de la luz del día, por eso, porque el adjetivo produce una mentira potencial, es mejor eliminarlo”. En las oficinas del burócrata se decía que era mejor introducir cambios en el idioma, como eliminar palabras para hacer posible la implementación de una ley que solo admitía la verdad.

“El idioma debe estar al servicio de la verdad”, decía el burócrata imitando a su jefazo. Pasó el tiempo. Desaparecieron, poco a poco, los adjetivos, las metáforas, la poesía y la literatura y la capacidad de soñar. El idioma se volvió hermético. Y el silencio invadió todos los espacios de la sociedad.

El periodismo hizo, al principio, malabarismos idiomáticos para seguir relatando los acontecimientos sin adjetivos y ciñéndose a la verdad oficial porque no había otra. La verdad oficial era complicada. Se prestaba a varias interpretaciones.

Entonces los burócratas colegiados decidieron eliminar la palabra ‘interpretaciones’ y quedaron solo con la inmutabilidad llana y simple. La inmutabilidad de las piedras como la inmutabilidad de la cuchara de palo. No puede haber otra cuchara y si había otra era mentira. Los periodistas, con el nuevo lenguaje, no podían recorrer el camino entre no saber y el saber porque “es ahí donde moran las mentiras”, según el burócrata. El burócrata y el poeta estaban en un comedor popular, nadie hablaba porque hasta las dudas estaban consideradas como raíz de la mentira. El mesero no decía el precio del plato de comida porque si se le ocurría una rebaja, el nuevo precio, pasaba a la categoría de mentira. El poeta lo miraba y pensaba que, el burócrata, al ser un cuerpo humano era objetivo y externo, existía por propio derecho.

Él, no era mentira. ¿De dónde provenían sus ideas? Ésas que querían eliminar la mentira. ¿Acaso él no mentía? ¿No hay mentiras oficiales? ¿Cuándo una idea se vuelve realidad? ¿Si al volverse real es una verdad o es una mentira? ¡Silencio! No pienses más.

El burócrata y el poeta se fueron de paseo, no hablaban, evitaban las palabras sobre todo en público porque hay policías que controlan que se diga la verdad. Tenían miedo de hablar incluido el burócrata porque podía caer en su propia trampa.

Mientras caminaban en silencio, vieron una colisión de autos. El poeta intentó correr para ayudar a las posibles víctimas, el burócrata lo detuvo y le dijo “no ha pasado nada” y muy enfático sentenció: “Esta es la mejor prueba de la verdad, mientras mi gobierno no diga lo que ha pasado, esto que estamos mirando es pura imaginación”.

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