Reproducimos parte de la reseña del libro de Peña dedicado a la poesía de Borges. La muerte del ensayista, que falleció el lunes, causó pesar en el ámbito cultural

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24 de noviembre de 2018, 4:00 AM
24 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Si en alguna profecía nos complaceríamos creer, sería en aquella cuyos papiros, pulidos noche tras noche por la piedra pómez de la imaginación, retraten en su cuerpo las urdidas ficciones que sobre personajes futuros, intensos y de una vitalidad sobrecogedora ha dejado la literatura. Mucho más cuando esta premonición se cumple. No es otro el caso de Jorge Luis Borges, que a nuestro parecer ha sido presentido en las pá- ginas de la novela El juego de Abalorios, de Hermann Hesse, a semejanza de su personaje principal el Magíster ludi o maestro del juego.

Este Magíster ludi, fundador de la más alta escuela de lectura, deviene luz de esperanza para las futuras generaciones, en la medida en que la orfandad de los maestros de lecturas ha dejado a nuestras sociedades inmersas en un oscurantismo lleno de la innumerable cantidad de textos editados, la variedad maniática de películas de cine de todas las formas, la acosadora vorágine de imágenes de la televisión, las revistas para hojear, los folletines cotidianos, el centelleo de los sitios de la Internet, que hacen de agujero negro donde la mirada inexperta se pierde y no consigue interpretar; por lo que, dominado por los eslóganes, el hombre contemporáneo sucumbe y se deja arrastrar por las llamadas que, de aquí y de allá, lo manipulan sin descanso hacia un futuro que es la patria de la inseguridad.

Esta escuela de lectura tiene, en diversos sitios del planeta, ya sus oficiantes, borgesianos, sin duda, capaces de, como su maestro, entregar ese dedicado amor por la cultura a sus conciudadanos.

Mauricio Peña Davidson es, para fortuna nuestra, el más prominente de aquellos en nuestro medio. Su erudición, su memoria, sus maneras de mesa, pero principalmente su pasión por la cultura, nos atraen y nos llevan hasta los insospechados lugares donde los valores estéticos atisban, en la tensión de una revelación no revelada, detrás de un discurso fragmentario hecho de frases, versos y párrafos orales, llave seductora de los mejores sitios de la literatura, libros y autores de su canon personal.

Y en la culminación de ese ejercicio, de esa maestría, Mauricio Peña ha querido dejarnos un testimonio que ha denominado, no de manera casual, La pasión del lenguaje; con una aclaración que dice Aproximaciones a la poesía de Jorge Luis Borges, como no podía ser de otra manera, fundando la escuela.

Este libro tiene una enorme importancia en la medida en que su autor, lejos de la palabra enrevesada cuyo cultismo en lugar de dar brillo espanta, nos enamora y nos fascina.

Para cualquiera que desee conocer la poesía de Borges, para aquel que quiere acercarse a la poesía en general, para el que ya vive adentro de esa maravilla, para los jóvenes y para los hombres experimentados, para todos, este viene a ser no solamente una deliciosa experiencia, sino la mano que lleva hasta el territorio del verso, donde los hombres tienen la posibilidad de encontrarse con la belleza, para vivir un momento de dicha que no se los dará nadie, sino ellos mismos: la lectura de poesía.

Mauricio Peña nos dice que en el mundo poético de Borges la vida es metáfora del sueño y el sueño lo es de la muerte; sin embargo, nos hace notar que ese es solo un esfuerzo literario por encontrar un consuelo que, según Peña Davidson, el propio Borges disolverá con la dramá- tica declaración que anula esos mundos para dejarlos tan solo como fantasía: El mundo desgraciadamente es real; yo, desgraciadamente, soy Borges. Otra de las preocupaciones del libro es la enumeración caótica, no como técnica literaria, sino como cifra del universo, y para que conozcamos la opinión del propio Borges, cita el poema Alguien sueña, que dice: Ha soñado la enumeración que los tratadistas llaman caótica, y que de hecho es cósmica, ya que todas las cosas están unidas por vínculos secretos. Esta declaración borgesiana que raya con la magia, desconcierta a Peña, para quien el autor es más bien un escéptico.

Pero… ¿Qué poeta se negará a creer? ¿No hay en la poesía el encantamiento de la fe en una verdad que aunque desconocida parecería acechar en la belleza? El Borges de Mauricio Peña es un poeta que juega con el lector, pero un juego que es capaz de ciertas venganzas poéticas, de construcciones teologales, de interpretaciones místicas de la realidad. Acaso para descanso del asombrado lector exista precisamente este poema, Alguien sueña que pertenece al libro Los conjurados, numerado y listado en sus dos versiones, la de 1984 y la de 1985, en Borges corrige a Borges, capítulo X del trabajo que nos ocupa.

Allí el autor, no sin razón, afirma que Borges nos deja un testamento de lo que fue su quehacer poé- tico, después de -como ilustrativamente nos demuestra, señalando cambios, inclusiones, traslados y eliminaciones- haberlo trabajado intensamente para modificarlo y lograr el discurso definitivo. Borgesianamente, Mauricio Peña Davidson juega a imaginar que los libros son sueños hechos para que los demás sueñen. Este libro no estaría libre de dicha sentencia, por lo que también pertenecería a esa biblioteca onírica, donde nosotros, los lectores, tomaremos vestimenta fantasmal para abrevar en sus páginas la voz de Borges; y entonces comprobar, después de leer La pasión del lenguaje, que sus páginas nos incitan a aproximarnos a la obra del gran poeta con renovada emoción, mientras nos damos cuenta de que, gracias a Mauricio Peña, queremos mucho más –si ese verbo es posible entre el autor y sus lectores- a Jorge Luis Borges.

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