Los libros tienen una vida independiente de sus autores, tienen su propio carácter y su destino particular. Wálter Chávez presentó la obra del periodista argentino en la feria del libro de La Paz

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1 de septiembre de 2018, 4:00 AM
1 de septiembre de 2018, 4:00 AM

El salto de papá es el texto en el que Martín Sivak reconstruye la vida de Jorge Sivak (su padre), que un 5 de diciembre saltó desde la ventana del piso 16 de un edificio. Todo está contado en la primera página. En las siguientes 308 asistimos a un recuento, pedazo a pedazo, detalle a detalle, de lo que fue la vida del banquero que dio el salto fatal. Así discurre la verdadera historia de Jorge Sivak, contada por su hijo Martín.

El tema del hijo que cuenta la historia de la vida del padre o de la madre es un tópico en la literatura... Peter Handke, Paul Auster, Osvaldo Soriano han escrito bellísimos textos luego de la muerte de sus padres. Lo distinto del libro de Martín es la propuesta de su escritura, que no es ni quiere ser, en ningún momento, ficción. Este libro no es una novela, no es un cuento, no es un reportaje tampoco. Es lo que hoy se llama una narración de no ficción. Eso no evitó que el autor eche mano de varios artilugios y destrezas que vienen del campo literario. Esos recursos son los más conmovedores y más antiguos que tenemos los hombres para contar algo que nos duele: el ejercicio del recuerdo y de la nostalgia. Etimológicamente, recuerdo viene del latín recordis, formado por el prefijo ‘re’ (de nuevo) y el sustantivo ‘cordis’ (corazón). Recordar es volver a pasar un conjunto de recuerdos por el corazón... por eso es que los recuerdos duelen.

Para evitar caer en el dramatismo fácil, Martín reconstruye los hechos que obligaron a su padre a dar el salto. Con una prosa transparente, sin amaneramientos, como si quisiera convencernos de que estos hechos que ocurrieron se fueron escribiendo solos, que no hay casi una intermediación de una mirada que organiza y ordena o una voz que narra.

A estas alturas, citar a Borges resulta una vulgaridad. Hoy citan a Borges incluso los periodistas y los políticos en sus chats eróticos, pero debo hacerlo inevitablemente. En algunos de sus cuentos, Borges escribió: “Los hechos que voy a contar sucedieron así, tal como los voy a escribir: solo voy a cambiar los nombres propios, las circunstancias y los tiempos en que ocurrieron”. Eso hizo, por ejemplo, en el final de ese cuento bello y feminista ‘avant la letre’ titulado Enma Sunz. Es decir, cambiando los nombres propios, las circunstancias y los tiempos de una historia, se cambia toda la historia, pero ese guiño, esa astucia del escritor que busca un aparente distanciamiento, en lugar de hacer que el lector descrea del relato, lo hace más cercano, le da más fuerza y verosimilitud.

Recordaba esto porque Martín usa un artificio de distanciamiento parecido. Para recuperar en su texto la imagen cabal (o la imagen ideal que él lleva del padre) impone como subtema de su libro las cavilaciones del autor, su continua duda de si es pertinente o no emprender la escritura y luego la publicación del libro. Se trata de una historia dentro de la historia principal. Y en todo el libro, Martín nos va contando cómo se fue escribiendo, en no pocos momentos afloran el humor y las situaciones hilarantes Y con esas astucias nos introduce en los territorios claros, clarísimos de la nostalgia. Otra vez hay que recurrir a la etimología. Nostalgia es un término acuñado en 1688, por un médico suizo, Johannes Hofer, y lo aplicó a una especie de melancolía que sentían los soldados cuando estaban lejos de su patria... Tomó dos términos griegos “nostos” (regreso) y “algos” (dolor)... Entonces nostalgia es un cierto dolor que sentimos los hombres por regresar a la patria. Esta es una clave notoria de El salto de papá, un libro escrito desde el dolor por regresar al bien querido, a una especie de “patria personal”, al padre y sus circunstancias...

¿Y cómo era ese padre al que Martín Sivak quiere volver? Un banquero bonachón... un gordito cuya panza reventaba el último botón de la camisa... un hincha de Independiente... un gran lector y melómano... un militante de la izquierda que en los años 60 quiso cambiar el mundo... un ex guerrillero urbano que esperó su turno para integrarse a la guerrilla del Che, turno que no llegó... un empresario que paraba una junta para entregarse a interpretar las Tesis sobre Feuerbach. Pero, ante todo, un suicida... pero un suicida que murió siendo marxista y leninista. Y este es el mayor orgullo del hijo: Papá dio el salto, sí... Claudicó ante la vida... pero no se entregó a sus enemigos ideológicos: murió siendo marxista leninista.

Todos estos detalles están resueltos discretamente y con perfección. La discreción de Martín Sivak, en cuanto autor, en cuanto narrador/personaje es entrañable. No tiene ningún problema en esconder cualquier posible virtud; incluso se culpa y penaliza cuando se describe. En un pasaje, cuando necesariamente debe aparecer para resaltar la importancia del fútbol y del club Independiente en la vida de su padre, Martín se describe como un niño amante del fútbol, pero nos dice que él fue “un volante imperceptible por derecha”... un jugador que no gambeteaba, de esos que fracasaron y nunca llegaron a primera y en los 20 minutos que le tocó jugar contra Racing Club, dio unos cuantos pases y no llegó a patear al arco.

Este libro de Martín también es un libro de época. Condensa las preocupaciones de una parte de la sociedad argentina, de esa izquierda que quiso cambiar el mundo en los 70. Es un libro tristísimo porque aparece, en algunos casos, ya sea en perspectiva o en contraste, un desfile de vencidos: algunos personajes muertos, otros desaparecidos, otros derrotados. Y, cómo no, en muchos momentos, Martín Sivak sale del registro intimista y con precisión coloca algunos pincelazos que permiten intuir claramente el devenir de la izquierda argentina en todo su esplendor.

Cuando digo esplendor, me refiero a ese ‘esplendor’ de claroscuros, nada más.

El libro de Sivak se ha convertido en un fenómeno de ventas inesperado para el autor. En menos de un año fue reeditado en nueve ocasiones. La edición boliviana estuvo a cargo de Plural y Seix Barral