La historia de una mujer cuya vida apacible termina abruptamente convenció al jurado. El texto es también una reflexión sobre el tiempo y las historias de otros personajes.

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8 de diciembre de 2018, 4:00 AM
8 de diciembre de 2018, 4:00 AM

Se enteró en Francia de que había ganado el Premio Nacional de Novela veinte segundos después de que abrieron los sobres en La Paz. Un amigo que estaba filmando el acto de apertura le espantó el sueño que estaba invocando después de una jornada de trabajo como profesor de lengua y literatura en Marssac, un pueblo cercano al río Tarn. Guillermo Ruiz estudió Filología Hispánica en Francia y dedica su tiempo a escribir y enseñar. Tiene dos poemarios: Prosas sacras (Plural) y El tacto y la niebla (3.600). Considera que sus cuentos más rescatables están en Sombras de verano. Publicó en 2013 el ensayo Eduardo Mitre y la generación dispersa. Ganó el Premio de Novela con Días detenidos.

¿Cómo es Días detenidos?
Hay una historia central y otras nueve historias secundarias que son como las ramas del árbol. Aproveché la libertad que da la novela para explayarme en las historias secundarias. No podía hacerlo en el género de cuento, que estuve practicando en los últimos años. El cuento tiene ese corsé: si al principio del relato el personaje clava un clavo en la pared, ese clavo tiene que servir para que al final el personaje se cuelgue, decía Chéjov. No tiene que haber ni una sola digresión, ni un adorno innecesario, ni una anécdota que esté de más. Eso está bien, porque es un género muy intenso; a mí me encanta el cuento como género, pero puede resultar frustrante a la larga. Uno tiene ganas de escribir como uno vive. La vida no tiene punto final, excepto el de la muerte. Es como un flujo continuo, plural y caótico en el que todo cabe y eso es lo lindo de la novela. Devora el resto de los géneros como la vida misma, borrando las fronteras entre los géneros, entre una persona y otra (de ahí las novelas corales).

¿Cuánto tiempo estuviste conviviendo con el personaje?
En principio quería hacer una novela coral, pero luego me di cuenta de que si solamente me limitaba al punto de vista de esta mujer, la protagonista, podía crear otro tipo de tensión. Me interesó mantener el punto de vista hasta el final, y la verdad es que he sufrido mucho para mantenerlo porque significa que he convivido durante tres años con mi personaje. Tres años dentro de mi personaje, que es una mujer. Ha sido una experiencia muy ardua. Se llama Lea G., porque es un apellido que empieza con esa letra (no sabemos si es Gonzales, Galarza). Voluntariamente ella quiere permanecer anónima; tiene sus razones y eso se ve al final de la novela.

¿Qué otros personajes hay?
Su hermano, su madre, su marido, su hijo y luego una serie de personajes menos importantes, pero que conforman una serie de cuentos que hay en la novela. No quise limitarme a contar una sola historia; quería contar muchas historias. Lea G., la protagonista, sirve de enlace a todas estas historias. Está en la tensión entre permanecer en sí misma, encerrada, y abrirse al otro.

Abrirse a los otros es abrirse a las historias que los otros tienen para contarnos. Hay un momento en que la protagonista reflexiona sobre esto. ¿Qué reflexión? Son voces ajenas que ella refiere. Siempre alguien está contando algo. En un momento dado reflexiona sobre ello y dice: “Nosotros somos las historias que contamos”. Lea G. tiene mi edad (35) al principio de la novela y al final 36 años.

Es boliviana, migrante, errante como yo. Vive en Francia y tiene una vida apacible al lado de su marido, Rafael, un francés de origen parisino con una familia acaudalada con la que no se lleva muy bien. Ambos tienen un hijo de seis años. Esa vida apacible se ve interrumpida de golpe un día de septiembre de 2016. Toda la novela trata de las semanas que siguen a ese suceso. Eso es lo que el jurado, imagino, ha dicho: “Una mujer en busca de autonomía”. Los meses que pasan después del suceso son justamente estos días detenidos, porque son días en los que su vida se ha visto suspendida. Su vida cotidiana, rutinaria, se ha interrumpido. Los días detenidos a los que remite el título son justamente estos días y semanas en que ella o bien va a tratar de recuperar la situación que existía antes o va a tratar de encontrar su propio camino. Ahí está la tensión de la historia principal.

Mencionaste el tiempo como uno de tus intereses. Dijiste que en esta novela te propusiste que hubiera tensión entre el movimiento y la inmovilidad del tiempo. ¿Te interesa el tiempo como sustancia misteriosa o como soporte de tu narración?
Mi interés por el tiempo es metafísico. Borges tiene una hermosa frase al respecto: “El día que sepamos qué es el tiempo, sabremos quiénes somos”. El tiempo es la sustancia de la cual estamos hechos. Es una sustancia misteriosa. No sabemos qué es. La física misma no sabe muy bien qué es el tiempo. Hay dos teorías: puede ser un tiempo físico del cual todavía no hemos tenido noticia; como sabes, el tiempo como factor físico ya no existe desde Einstein. Está también el tiempo de la conciencia. Quien mejor describe el tiempo de la conciencia es San Agustín. En Las confesiones tiene textos magníficos sobre el tiempo; es lo mejor que se ha escrito sobre el tiempo. Es el tiempo del cual estamos hechos y tiene mucho que ver con nuestra propia naturaleza y condición.

¿Te parece que San Agustín expresa mejor el tiempo que Stephen Hawking?
Nadie traduce mejor el tiempo que los artistas. “Es el tiempo del cuerpo”, dice la narradora, y es también el de la conciencia. Nosotros somos el tiempo. En ese sentido nunca está mejor expresado que en la novela, porque es el género que permite sentir el paso del tiempo. Un cuento es un golpe en el mentón del lector; gana por nocaut, decía Cortázar. En cambio la novela gana por puntos. El lector tiene que sentir el paso de los golpes. Me quedo con las páginas de San Agustín, de Borges, de Bergson y Proust sobre el tiempo, y de Octavio Paz o Rimbaud. Ahí se logran traducir las fulguraciones del tiempo.

Hay traducciones tuyas de algunos poetas franceses
Es verdad que hace unos años estuve traduciendo poesía. Claude Steban, Ives Bonnefoy, René Char, Henri Michaux. Las traducciones circulan en internet. Las publiqué en mi blog, El fuego y la fábula, que está abandonado ahora. Ahora estoy empezando, después de haberme librado un poco de la novela (aunque voy a seguir corrigiéndola para su publicación), en la traducción de cuentos. Estoy empezando con un cuentista que me encanta, que es Dino Buzzati, el italiano. No sé italiano lamentablemente, pero hay traducciones francesas muy fieles, muy bien escritas, entonces a partir del francés estoy intentando eso.

 

¿Qué encontraste en Buzzati? ¿Quizá la sugerencia de que algo que no está en sus cuentos parece escapar al lector?
Me gusta mucho El desierto de los tártaros, su gran novela simbólica, digna de Kafka. Sobre todo me gustan sus cuentos porque en ellos él despliega muchas habilidades. Es muy hábil para pintar un personaje en dos frases. Ese tipo de habilidad creo que le viene de su ejercicio periodístico. Ha sido periodista toda su vida.

En particular, cronista del Corriere della Sera. Ese ejercicio cotidiano, que exige mucho rigor para que te quepan las palabras en el periódico porque no hay más espacio, quizá hizo de él un narrador muy hábil. Buzzati me parece un Kafka luminoso, con un humor aparentemente más ligero.

Esa ligereza que tiene es estremecedora. Sus grandes temas son el tiempo, la última cita con la muerte -que son graves-, la vanidad de la condición humana; saca chispas de humor con estos grandes temas. A veces es humor negro también, pero me parece un gran narrador. Tiene esto del realismo fantástico. Como buen cronista te sabe pintar un marco realista en pocas líneas y de pronto hay un elemento fantástico o extraño que se desliza.

Mitre y la generación dispersa. ¿Por qué ese título para tu libro de ensayo?
El título original era Eduardo Mitre poeta y ensayista. Solamente abordo el problema de su generación al final del libro. Hay poetas de esa generación como Jesús Urzagasti y Norah Zapata Prill que son excelentes. Mitre es paradigmático en esta generación de poetas nacidos en la década del 40, que conoció el exilio político ligado primero a la dictadura de Banzer y luego a la de García Meza. Pedro Shimose tuvo que exiliarse en España; Eduardo Mitre estuvo en Bruselas, París y luego Estados Unidos. Es una generación dispersa por motivos políticos y a veces por motivos personales o existenciales, como el caso de Norah Zapata. Son fuertes individualidades. Es paradójicamente una generación muy unitaria en ese sentido. Muchos son polígrafos y escriben ensayos. Es una de las primeras generaciones de escritores en Bolivia que se critican y que critican. El trabajo de Eduardo Mitre con sus antologías críticas para mí ha sido de gran ayuda para estudiar y leer la poesía boliviana.

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