João Gilberto, en gran medida junto con Tom Jobim, estableció coordenadas nuevas para la música de Brasil y un modelo admirado por los grandes del jazz

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13 de julio de 2019, 4:00 AM
13 de julio de 2019, 4:00 AM

La canción Chega de saudade, bálsamo contra la añoranza, había sido grabada primero por Elizete Cardoso, pero fue a través del canto sigiloso de João Gilberto y de su toque de guitarra como se convirtió en algo distinto, alumbrando una nueva estética musical. Comenzaba así a esbozarse, en 1958, la bossa nova, un género definido tanto por sus autores primigenios, con António Carlos Jobim y Vinícius de Moraes en cabeza, como por el talante innovador que le imprimió Gilberto.

João Gilberto, fallecido este sábado en su casa de Río de Janeiro a los 88 años de una causa no divulgada, representa la quintaesencia de la bossa nova con su voz de “cantante resfriado” (así le tacharon en sus inicios) y su batida de guitarra. En lo vocal, Gilberto bebía del cool jazz y del estilo cálido y preciso, sin vibrato, de un Chet Baker.

En las seis cuerdas, esbozaba armonías audaces y abría espacios de libertad de un modo que asombró a Jobim. Su estilo representaba una ruptura con la samba-canción imperante. Bahiano de la localidad de Juazeiro, que le vio nacer el 10 de junio de 1931, se estableció en Río, donde en 1959 publicó su álbum bautismal, Chega de saudade, con mayoría de composiciones ajenas (Jobim, Lyra, Barroso) y un par de propias, Hô-ba-la-la y la juguetona Bim bom. A ese disco siguieron otros dos más igual de determinantes, dando lugar a una trilogía fundacional de la bossa nova: O amor, o sorriso e a flor (1960, que incluía Samba de uma nota só y Corcovado) y João Gilberto.

Aquella música comenzó a seducir a audiencias estadounidenses selectas: en 1962, Gilberto actuaba en el neoyorkino Carnegie Hall ante un público en el que figuraban Miles Davies, Dizzy Gillespie y Tony Bennett. Pero fue dos años después cuando el disco Getz/Gilberto, encuentro con el saxofonista Stan Getz, quien ya había flirteado con la música brasileña de la mano de Charlie Byrd y Luiz Bonfá, precipitó un fenómeno popular.

Un parto conflictivo: Gilberto, tipo temperamental, de cambios bruscos de humor, despreciaba a Getz y se lo hacía saber, y la grabación prosperó gracias a las acrobacias diplomáticas de Jobim. El productor del álbum, y dueño del sello Verve, Creed Taylor, se la jugó cuando suprimió la parte vocal del guitarrista en The girl from Ipanema (la versión del single) y dejó solo la voz de su (por poco tiempo) esposa Astrud, una cantante no profesional.

Un acierto: el hit fue fulminante. Gilberto contrajo en aquella época segundas nupcias con Miúcha, cantante con la que tuvo el primero de sus tres vástagos, Isabel, la también artista Bebel Gilberto. La bossa nova abrió una refinada cuña en los gustos del público anglosajón en una dé- cada, la de los 60, dominada por el pop. Gilberto se atrevió con los boleros, como Bésame mucho, en un álbum grabado en México en 1970, que vino seguido de otras obras sustanciosas: João Gilberto (1973, con Águas de março) y Brasil (1981, encuentro con Caetano Veloso, Maria Bethânia y Gilberto Gil). Aún en el año 2000, un Gilberto casi setentón publicaba una alta obra, João, voz e violão, en la que hizo suya una brillante pieza, Desde que o sambe é samba, de Veloso, productor del disco. Ese fue el álbum que presentó en el que fue su muy tardío primer concierto en Barcelona, el 11 de julio del 2000 en el Teatre Grec. Una noche de intensidad poco menos que mística, donde su voz y su guitarra desnudas hipnotizaron al público.