Dum Dum propone en la FIL 2019 la reedición de un libro de los años 30, que durante décadas permaneció en el olvido. Un obra única de la autora paceña

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1 de junio de 2019, 4:00 AM
1 de junio de 2019, 4:00 AM

Lo acompañaron otros tantos, algunos –como él– luego marginados, echados al exilio por diferentes, al charco que nadie quiere pisar. “Fue una pedrada en el charco”, escribieron. Por esos años, las primeras décadas del siglo XX, el tiempo que Blanca Wiethüchter califica como una especie de siglo de oro literario en Bolivia, El occiso apareció en las calles del ambiente urbano-intelectual de La Paz, el centro cultural más grande del país. Como ciudad imaginada y representada, explica Wiethüchter en Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia, La Paz mostraba una silueta de urbe a través de su fragmentación y su doble bohemia: de un lado, un escenario de intelectuales, la nueva inteligencia con instancias de encuentro oficiales; del otro lado, el margen de los laris, los arrojados habitantes de un espacio que surgía de una negatividad, de un repudio a la norma, los de la orilla, del descampado de la ley.

En este campo de análisis, la construcción de la mujer moderna se muestra para la crítica, recién hace pocos años, como uno de los lugares más ricos para pensar la configuración de la experiencia de la modernidad en esta ciudad. La mujer moderna, como un quiebre en la representación social-cultural y como un locus de efervescencia de la vitalidad de la ruptura, encuentra en el espacio cultural de la ciudad un escenario para su construcción, cotidiana y creativa, en la que la puesta en crisis de los roles y códigos resulta más compleja que el advenimiento de una renovación más o menos diáfana. Prueba de ello es El occiso, un libro escrito por una mujer moderna, tan moderna como la boquilla que ponía a sus cigarrillos o el rojo intenso de los labios con los que fumaba, un libro titulado como un personaje de un “cuento de ánimas”, pero también como un corte profundo en el pensamiento de la literatura boliviana del siglo XX.

El occiso de María Virginia Estenssoro llegó a las librerías de La Paz en 1937, y estaba acompañado de otros libros que salieron de la bohemia intelectual paceña. Un año antes, Laura Villanueva publicaba con el seudónimo Hilda Mundy Pirotecnia. Ensayo miedoso de literatura ultraísta, “un atentado a la lógica”, según aclara su autora, orureña llegada a La Paz poco después de la Guerra del Chaco (1932-1935).

Ese año, 1936, también fue el de la aparición de uno de los libros fundamentales de la literatura del Chaco, aquella que, según el acuerdo de la crítica, habría de cavar en la tierra para la configuración de un nuevo sujeto social desde el cual pensar la fundación de una nueva Bolivia: Sangre de mestizos, el libro de cuentos de Augusto Céspedes. La suerte de los libros de Estenssoro y Mundy no fue la misma que la de Céspedes.

Los de ellas fueron libros que desaparecieron y cuyo rescate, a remo y con pausas, no data de más de tres décadas atrás. Fueron libros que acabaron en el olvidadero, ese espacio que en Hacia una historia crítica de la literatura en Bolivia es señalado como una especie de botadero de aquello que no se quiere recordar, por ser otro e incómodo.

El occiso salpicó de lodo a la sociedad de la época. La Paz tenía coches y tranvías, pero también mojigatos y beatas que lapidaron el primer y único libro publicado en vida por la escritora. El libro habla de relaciones amorosas fuera de la formalidad y el matrimonio, habla no de uno sino de dos abortos, de una madre soltera, de una mujer libre que caminó con avidez por el mundo, que tuvo un marido joven, distinguido y gentil, pero que también conoció a “otros hombres, rusos, griegos, españoles”. El personaje de una mujer que fue inmediata y directamente asociada a la vida de la autora del libro. Para Virginia Ayllón, una de las críticas que más estudió su literatura, la vinculación vida-obra es en Estenssoro una modalidad interpretativa cabal, entendiendo obra desde la teoría de Gilbert y Gubar, como la historia de su búsqueda por la autodefinición.

La asociación directa que la sociedad paceña de los 30 hizo del personaje femenino del libro y su autora bien pudo radicar en dos elementos textuales de la publicación: la dedicatoria con nombre y apellido a Enrique Ruiz Barragán, amante de Estenssoro fallecido de forma trágica, y el curioso postfacio –casi permiso–, firmado por el escultor Andrés Cusicanqui, segundo esposo de la escritora.

La transformación de la mujer en la sociedad moderna implicó también una transformación en sus maneras de vivir los afectos, en su vida íntima y en cómo esta resquebrajaba los códigos sociales de un ambiente cruzado tanto por la sed de la experiencia como por el sedimento de la hipocresía. María Virginia Estenssoro fue una mujer libre que escribió desde y sobre esa libertad.

La exploración de nuevos lenguajes, articulada con la instauración de un yo femenino y su experiencia urbana, se configuran en El occiso y casi toda la obra de Estenssoro a partir de una comprensión del corte que significa la compleja práctica de la libertad para el sujeto femenino, ello en tanto experiencia vital y clave de la modernidad para el conjunto de la sociedad y la literatura boliviana de del siglo XX hasta nuestros días.