Una reseña acerca del libro del investigador y escritor británico Antony Beevor, en el que pretende derribar ciertos mitos asumidos por historiadores sobre la sangrienta batalla

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1 de junio de 2019, 4:00 AM
1 de junio de 2019, 4:00 AM

La Navidad de 2018, año del centenario del fin de la Gran Guerra (Primera Guerra Mundial), me trajo uno de los más bellos regalos. Rasgué el papel celofán del más pequeño paquetito que había al pie del árbol iluminado, y descubrí la tapa del libro Stalingrado (Crítica, 2017, Barcelona), del historiador militar británico Antony Beevor.

La edición está traducida por la escritora Magdalena Chocano y lleva el sello de la colección Booket; tiene algo más de seiscientas páginas, y en su interior incorpora mapas de referencia y fotografías de alta calidad, para dar a entender mejor y de manera gráfica la crónica de guerra y complementar así la obra historiográfica en la que Beevor ha querido reconstruir no solamente los avatares físicos de un infierno instaurado en la gran ciudad de Stalin, sino también la parte moral de un puñado de personas, entre civiles y militares, que sintieron en carne propia la crudeza de una batalla —quizá la más larga y cruenta— que definió el curso final de la guerra. Fue oficial del 11º Regimiento de Húsares del Ejército británico y luego se convirtió en escritor e historiador. Antony Beevor, en esta obra, hace no solamente de gran inquisidor de los archivos sino también de gran narrador de acontecimientos.

Este escritor e historiador británico se ha pasado la vida explorando lo no dicho acerca de la segunda guerra mundial, y lo ha hecho con sinceridad intelectual y devoción universal. Cierta vez, hablando acerca de sus libros, dijo: «En los años 80 se puso de moda la historia oral como gé- nero, una colección de diarios y cartas a la que le faltaba mucho contexto para explicar las cosas. Cuando me puse a trabajar en el libro Stalingrado supe que había que integrar las grandes operaciones militares con el relato de sus protagonistas, los soldados y los civiles. Era la única manera de medir las consecuencias de las decisiones de Hitler o Stalin sobre los que iban a sufrirlas».

Así, sus relatos adquieren una dimensión muy humana, muy apasionada y, por lo mismo, muy triste, más triste que la de la historia que narra solamente las decisiones que se toman en los círculos altos de la política o la trayectoria de las balas que disparan los cañones y obuses. Y es que Beevor se adentra en diarios de combatientes, consulta cartas de sus familiares, relatos orales registrados en uno que otro soporte físico y telegramas… y estas fuentes, a menudo menospreciadas por los historiadores positivistas que piensan que solamente consultando documentos políticos se obtendrá la verdad, hacen que la obra historiográfica sea una crónica integral de un hecho humano.

El autor de Stalingrado combina de manera hábil la información particular que obtiene en el diario de un soldado raso y el dato ultrasecreto de un memorial emitido por el Kremlin o por el Führer. Beevor añade en sus libros, como en éste de Stalingrado, una lista de sus referencias bibliográficas o un apéndice de una selección bibliográfica, y en ellas aparece la obra Un escritor en guerra, del periodista ruso Vasili Grossman. Grossman, autor de numerosos reportajes sobre los campos de concentración de Treblinka, y con un instinto periodístico similar al de Beevor, atribuye a la experiencia íntima y personal de los actores un valor similar o superior al que tienen las vistosas e importantes decisiones políticas impresas en documentos oficiales o gubernamentales.

Así, con la integración y combinación de las experiencias íntimas de los soldados plasmadas en cartas y diarios y las grandes decisiones de los círculos políticos registradas en documentos oficiales, sugiere el autor de Stalingrado, se conforma la historia completa y verdadera de un acontecimiento. El libro Stalingrado, como asunto en el catálogo bibliográ- fico sobre la Segunda Guerra, no es ninguna novedad. Pero la forma que tiene para contar la historia de esa batalla, sí es original. Y es que su autor quiere derribar ciertos mitos que hasta ahora han sido asumidos como verdades, incluso por los mismos historiadores que trabajaron sobre el tema. Consultando archivos rusos y alemanes, y entrevistando a testigos presenciales de ambos bandos, es como Antony Beevor ha logrado elaborar una obra que mereció el elogio de especialistas como Orlando Figes y Robert Conquest.

Su historia, la crónica de una tragedia inmensa, adquiere el nivel de un “drama épico”, como dirá la periodista y escritora Vitali Vitaliev. La última —pero no menos importante— virtud del historiador Beevor, y que debemos señalar, es la calidad literario-narrativa de sus obras. Ésta posee un tono de novela, como si se tratase de la de Guerra y paz de Tolstoi, cual es el caso de su exhaustiva obra El día D: La batalla de Normandía. En realidad, todos sus libros conforman una epopeya magnífica y bellamente contada de un hecho terriblemente catastrófico para el mundo, pero sin el cual no entenderíamos el orden que hoy presenta ante nuestros ojos.