En 862 páginas se condensan las memorias del líder los Redonditos de Ricota: su infancia, sus amigos, la pelea con Skay, la Negra Poli y la veneración de los fans

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23 de marzo de 2019, 4:00 AM
23 de marzo de 2019, 4:00 AM

La mirada del hombre que interpela desde la imagen de tapa no es cualquier mirada, ni la de cualquier hombre. Es el músico más popular y venerado de la historia del rock argentino, tal vez el más inspirado letrista de la cultura rock en español y también el más misterioso y mentado. Como tal, decidió mostrarse en el crepúsculo de su vida (tiene 70 años y el mal de Parkinson como compañero no deseado) tal como quiere ser recordado. Carlos El Indio Solari, en compañía del escritor y periodista Marcelo Figueras -quien opera como sutil narrador apenas externo-, plasmó en 862 páginas su vida, obra y circunstancias. Indio Solari.

Memorias. Recuerdos que mienten un poco es un monumental epitafio, y también un literario testamento. Excesivo y necesario para entender una de las personalidades más fascinantes y controversiales de la cultura popular argentina del siglo XX y lo que va del XXI. Con semejante entrevistado dispuesto a contar lo que quiere y recuerda de lo que prefiere contar, el libro es un formidable compilado de frases que hacen las delicias de cualquier editor de redacción periodística. Hay cientos de títulos en las respuestas y pensamientos de este hombre que elige siempre mostrarse como alguien a quien le tocó en suerte el favor de una veneración incondicional por parte de millones de personas.

“Yo tengo la suerte de que el público de Los Redondos haya proyectado sobre mí ciertas destrezas o aptitudes. Ha pretendido de mí cosas -con respecto a la honestidad, por ejemplo- que, si yo tuviese que reivindicar en un examen, probablemente no aprobaría. ¿Qué pruebas tienen? Son necesidades de la gente, que precisa de algún muñeco que se calce ese chaleco. La ventaja que tiene eso es que te da permiso para ser mejor. Cuando la gente te da ese permiso y no lo aprovechás, sos un boludo. No cuesta tanto ser honesto cuando hay tanta gente a favor de que lo seas”. El compendio de frases por el estilo, carne de titular inmediata, se acumulan y ocuparían por sí solas, cualquier intento de reseña. Para muestra, apenas un par de botones. “Siempre tuve amigos en el cielo y en el infierno. Del cielo me gusta el clima, nomás. Del infierno, la compañía”.

“Nunca me dio por la política convencional porque fui cínico desde chiquito”. “Para un salame como yo, el escenario es el lugar más cómodo, más claro, más afín con la manera de mirar que he encontrado en mi vida. Si tengo que vanagloriarme de algo es el simple hecho de estar a la altura de la vida que me toca vivir. Esas son las ambiciones de uno, no el auto”. “A esta altura, calculo que ya he hecho lo suficiente para quedar en el póster. Pero, por supuesto, cuando no están tratando de tapar todo lo incómodo que he sido”.

“Mis letras no son crípticas. Siempre reflejan la realidad, sólo que contada poéticamente, a través de un lenguaje rítmico”. “No pertenezco al puto suelo de la miseria, pero sé de lo que hablo. He estado ahí”. Siempre guiado por una discreta intervención del entrevistador – Figueras antes que escritor, fue periodista de rock, de los más destacados, justamente en el tiempo en que los Redondos iniciaron su camino hacia la cúpula y las multitudes futboleras-, Solari da cuenta de sus obsesiones, pensamientos aleatorios sobre sus pasiones por la literatura de ciencia ficción y los beatniks, la pintura abstracta, el cine de autor de los 60 y 70 y claro, la cultura rock que es lo mismo decir que la cultura hippie, allí cuando el protagonista despuntaba a las experiencias psicodélicas, viajes en más de un sentido, y a su relación con un tiempo y un lugar que, evidentemente a juzgar por sus elocuentes descripciones, formatearon su figura artística. Un muchacho de clase media, con padres grandes y un hermano mayor de carrera militar, que deambuló por variados colegios secundarios y terminó en una muy corta incursión por la Facultad de Derecho de La Plata. Lo suyo estaba para otra cosa.

Del caótico y mastodóntico show en Olavarría -el último de su carrera, impresión ratificada de manera elocuente en este libro-, describe el contexto de agitación social y política que lo rodeó, y deja picando su teoría conspirativa. “Nadie me quita de la cabeza que esto fue algo político-mediático.

Hay muchos detalles que mueven a la sospecha. El apagón de las luces al final, la policía que trababa las calles para que el público enfilase hacia una salida vallada y cerrada, los polis que tenían que estar ayudando pero estaban tomando mate detrás de un terraplén, la desaparición de todas las señalizaciones… Este no fue un quilombo accidental.

Todo confluyó para que los medios se encarnizaran, como si yo fuese el asesino de un montón de gente”. Fascinantes y monumentales, estos “recuerdos que mienten un poco” no harán otra cosas que agigantar el tamaño del mito que precede al hombre que tiene Parkinson, siente la muerte cerca y pretende dejar testimonio de su vida y obra.

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