El español presentó la edición sueca de su novela Sefarad. El escritor y periodista boliviano Carlos Decker-Molina comenta la obra y el encuentro que tuvo en Estocolmo con el autor de Plenilunio

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24 de noviembre de 2018, 4:00 AM
24 de noviembre de 2018, 4:00 AM

Paseábamos las frías calles de Estocolmo en el afán de una sopa de pescado en Hötorget cuando salió el tema de los exilios, habida cuenta de que Antonio estaba en Estocolmo para presentar una tardía, pero muy bien planeada, por la época en que se publica, edición en sueco de su Sefarad (2001) y la pregunta: “¿Por qué en Suecia, cuántos años vives aquí?”.

Me dijo que mis historias bien podían estar en el libro, es más escribió una dedicatoria en la primera página de su novela Sefarad que la tenía conmigo justo para tener su firma. A lo largo de las horas que departimos saqué la conclusión de que las historias escritas en Sefarad son producto de la casualidad, de las lecturas y de relatos oídos por él, las fue hilvanando con otros exilios y con ayuda de trenes y de fronteras. -¿Qué es el tren para ti? Le pregunté -Estoy emparentado con él desde niño, en la novela es el hilo conductor -A mí también me gustan los trenes, crecí junto a ellos, he escrito sobre el carácter misterioso y romántico de los trenes.

“Después de encontrarse por primera vez con Milena y de pasar con ella cuatro días enteros Franz Kafka volvía en el expreso de Viena a Praga con la inquietud de llegar a su trabajo a la mañana siguiente, con una mezcla de felicidad y de culpa, de ebria dulzura e intolerable amputación, pues no sabía acostumbrarse ahora a estar solo, no podía calcular el tiempo que le faltaba para volver a encontrarse con su amante. Cuando el tren se detuvo en la estación de Gmünd, la Policía fronteriza le dijo que no podía continuar su viaje hacia Praga; le faltaba un papel entre sus copiosos documentos, un visado de salida que solo podía ser expedido en Viena.

La noche del 15 de marzo de 1938, cuando Franz Kafka llevaba ya casi 14 años muerto, salvo de toda angustia o culpa, de toda persecución, ese mismo expreso que salía a las 11:15 de Viena hacia Praga se llenó de fugitivos, judíos e izquierdistas, porque Hitler acababa de entrar en la ciudad, recibido por multitudes que aullaban como jaurías, que alzaban el brazo y gritaban su nombre…”. - Yo también huí en tren, disfrazado de campesino, un poncho ocultaba mi traje. Me embarqué por la parte trasera al andén. Los militares me seguían, el tren me llevaría a aquella estación de mi niñez. - Yo no he huido como tú.

Viví el franquismo opresivo, católico integrista. La guerra fue de mis abuelos. Uno de ellos tenía un uniforme azul con botones dorados, era una reliquia guardada, seguramente le recordaba su paso por la Policía republicana. Escribí un pequeño volumen titulado El Exilio nuestro de cada día que publicó Los Amigos del Libro (Bolivia). Le regalé un ejemplar a mi colega Laura Kwiatkowski, en Nueva York. Ella había leído Sefarad y me sugirió que leyera porque el tema –como en mi libro– era el exilio. El ejemplar de Laura finalmente quedó en manos del entonces presidente boliviano Carlos Mesa, al que entrevisté en 2005 durante su visita a la ONU.

“Margarete, igual que su hermana, se casó con un revolucionario profesional, Heinz Neumann, dirigente del Partido Comunista Alemán. En los primeros días de febrero de 1933, recién nombrado Hitler canciller del Reich. Neumann y Margarete escapan a Rusia. Él cae en desgracia y es detenido y ejecutado de un tiro en la nuca; a su mujer la envían a un campo en el norte helado de Siberia.

En la primavera de 1939, cuando se firma el pacto germano-soviético, una de las cláusulas garantiza la entrega a Alemania de los ciudadanos alemanes fugitivos del nazismo que han buscado asilo político en la URSS. Ninguna frontera es refugio y todas son trampas que se cierran sobre los pies caminantes de los condenados. A Margarete la trasladan en un tren desde Siberia hasta la frontera de la Polonia recién dividida, y los guardias soviéticos la entregan a los guardias de las SS, y después de tres años en un campo sovié- tico para otros cinco en un campo de exterminio alemán”.

El acierto de la editorial Palabra Förlag que ha publicado Sefarad en sueco es el tiempo que vivimos, le digo. - La confianza que tenía en el pasado ha desaparecido. El pasado no vuelve, lo concreto es que vuelven algunos personajes como los extremismos …

… y los refugiados … ya no viajan en tren, lo hacen a pie y quedan atrapados en las alambradas de la frontera húngara … - o naufragan en el Mediterráneo. - Tienes un libro que lo calificaría de preámbulo de la catástrofe de hoy que se llama Todo lo que era sólido.

- ¿Por qué preámbulo? - La solidez del sistema democrático, la solidez de la sociedad de bienestar no era tan sólido como lo demuestras en tu libro y ahí surgen los yerros políticos de la derecha, pero, también de la izquierda. Me parece una explicación ensayística sobre el crecimiento de las desigualdades, la corrupción gubernamental y el desinterés por la política.

- William Faulkner sostiene que el pasado está lleno de pasados. En mi pueblo, durante el franquismo, había una casa que tenía un letrero que lo taparon con pintura, pero al paso del tiempo la pintura desapareció y se podía leer Socorro Rojo Internacional. Pasa lo mismo con los desaparecidos, la palabra es un sustantivo, pero también un adjetivo, te quiero decir que los desaparecidos están presentes. La tarde se puso fría, Antonio debía hablar en el Instituto Latinoamericano sobre Sefarad con una profesora que había escrito su tesis sobre la novela.

- ¿Lo conoces a Eduardo Mitre? Es mi mejor amigo, compartimos en USA, además es un gran poeta y boliviano como tú. - Sí, de nombre, he leído algunos poemas, Pena, por ejemplo. Le regalé dos libros míos y el prometió enviarme Un andar solitario entre la gente, su última novela. Nos dimos un abrazo y me fui con una pregunta recurrente de quien como yo ha cruzado muchas fronteras. Suecia aún no tiene gobierno, la llave la tiene la extrema derecha ¿Prepararemos la valija para seguir huyendo como en Sefarad?

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